Septiembre 20, 2024

Me avergüenza ser chileno

En el rechazo al Pacto para la Migración de la ONU, firmado en Marrakech por más de 164 países de 193, Chile junto a las naciones más fascistas del mundo de hoy, (Estados Unidos, Hungría, Polonia, República Checa, Austria, Italia y República Dominicana, sumado a la intención de Jair Bolsonaro, quien anunció retirar la firma por parte de Brasil, una vez asumido el mando), se han negado a participar en las reuniones y a firmar el Acuerdo, justo en el día en que se celebra la conmemoración de los 70 años de la Declaración de los derechos Humanos.

 

 

No nos debe extrañar que el subsecretario del Interior, Rodrigo Ubilla, diga una estupidez tan descomunal como la de que “la inmigración no es un derecho humano”, o que la cavernaria Jacqueline von Rysselberghe avale los dichos del subsecretario y, además, agregue que “la ONU es un club de comunistas”.

 

No es ninguna casualidad que los húngaros, polacos y checos hayan pasado del estalinismo   al  fascismo, racismo y clasismo: el capitalismo de Estado  es la antesala  de la ultraderecha, y del comunismo al Frente Nacional  no hay más que un paso en los suburbios rojos de París, (algunos antiguos comunistas votan por la derechista Marine Le Pen).

 

La Declaración de los Derechos Humanos para los cavernarios racistas, clasistas y xenófobos “fue impuesta por  los comunistas” una vez que los aliados derrotaron a los “patriotas”, (Mussolini y Hitler…);  la Declaración de 1948 reza:

 

“toda persona tiene derecho a elegir su residencia”

 

“toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país”.

 

Para los países que postulan el racismo, la xenofobia y el clasismo el Acuerdo firmado en Marruecos, a pesar de no ser vinculante, atropella la soberanía de las naciones.  Para el nacionalismo ultraderechista – cuyo líder máximo es Trump – ningún Acuerdo sobre derechos humanos tiene validez por sobre la soberanía nacional, pues la ley del país predomina sobre los Acuerdos internacionales.

 

 

Escuchar argumentos similares por boca de Sebastián Piñera, (perteneciente a una familia tan decente y democrática, como lo fue la de su padre, don Pepe y la Picha Echeñique), me produce inquietud y hasta escalofrío, y aunque lo disfraza de un  lenguaje más humanista y menos brutal que el de Trump, Salvini y Le Pen, de todas maneras el hecho está en que repite los términos en que ellos se expresan, dejando felices a José Antonio Kast, a Rysselberghe – espero que no sea su psiquiatra de cabecera, a Rodrigo Ubilla,  los reos de Punta Peuco… -.

 

Con una izquierda ausente, el clivaje se da entre la derecha humanista, aunque reaccionaria, y la clasista, fascista y racista. Sebastián Piñera pertenecía a la primera, pero hoy nos permite sospechar que se está pasando a la segunda, voluntaria o involuntariamente y que, muy contento, integraría a Chile al bloque compuesto por Estados Unidos, Polonia, República Checa, Brasil, República Dominicana e Italia, cuyo líder es Donald Trump, y para América Latina, Jair Bolsonaro.

 

Con este paso al negarse a firmar el Pacto para la Migración, el ministerio de Relaciones Exteriores de Chile nos ubica en el nacionalismo proteccionista, racista y xenófobo versus el cosmopolitismo neoliberal, encabezado por Angela Merkel y Emmanuel Macron.

 

El humanismo, llámese cristiano o laico, supone la aceptación de la Declaración de los Derechos Humanos y la acogida de los migrantes, parte fundamental del derecho para elegir el país donde vivir, y poder huir de las dictaduras, guerras civiles, la miseria y el hambre. Sebastián Piñera está traicionando los principios que le permitieron triunfar dos veces en el camino al poder.

 

A mi modo de ver, cualquier ciudadano tiene derecho a ser cosmopolita, incluso apátrida o ciudadano del mundo, y rechazar el nacionalismo y el patrioterismo, una de las lacras más nocivas de la humanidad. (Con el cantante George Brassens, me sumo a los llamados “meteques”: durante diez años usé mi Pasaporte Blue jeans, de apátrida, que me permitía viajar por todos los países, salvo el temible Chile de Pinochet.

 

Como lo afirma Trump, “acogería” feliz a inmigrantes de Suecia, Suiza, Dinamarca, Ucrania o de Crimea, pues son blancos, de origen indo-europeo, vikingos y, por supuesto, no negros, árabes o latinos – estos últimos “proveniente de países de mierda”. En Chile, Piñera fleta aviones para extraditar a haitianos que, según el gobierno, “no se han acostumbrado a nuestro invierno”, además, llegaron a Chile bajo promesas “de alcanzar el sueño chileno” y al pisar este suelo, en que nadie les entendía su Creole, comenzó la desilusión.

 

Antes del embarque hacia su país natal, Haití, sabiendo que no entendían  el español, les forzaron a firmar un documento en que se comprometían a no volver a Chile  en nueve años, el mismo plazo dado a quienes ha delinquido y han sido expulsados del país.

 

La historia de la humanidad está marcada por el desplazamiento de agrupaciones humanas, que ha sido favorable para el avance cultural, intelectual y económico de las naciones. Chile se benefició, en el siglo XIX, de la inmigración europea; en el siglo XX, de la española, croata, china y, sobre todo, palestino.

 

Nada más insensato que cerrar la frontera: el rechazo, por ejemplo, hacia los africanos por parte de algunos países de la Unión Europea, además de inhumano, demuestra una insensibilidad sin límites, además de un racismo que debiera estar superado. El término raza y etnia hoy tienen cero valor científico, pues para los primeros habitantes debemos emplear correctamente la expresión pueblos, no razas, mucho menos etnias, así como a las lenguas llamarlas idiomas. (En Mozambique existen más de 40 idiomas).

 

A mi modo de  ver, el que el Presidente de la República tenga el monopolio de las relaciones internaciones no es más que un resabio monárquico, pues lo lógico sería que estos temas importantes para la imagen de un país fueran discutidos por los ciudadanos. Así ocurrió con respecto a la Guerra del Pacífico que, afortunadamente, no fue dirigida por los militares, sino por los civiles Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara;  seguramente, si hubiera mandado Manuel Baquedano, (militar cuya estrategia era atacar con bayoneta calada, seguramente hubiéramos perdido la guerra. En esa época  los Diarios El Ferrocarril y El Mercurio, no solo dedicaban páginas a comentar las batallas, sino también hacían análisis y comentarios sobre el curso de la guerra. Hoy, los ciudadanos se limitan a apoyar a los ministros de Relaciones Exteriores, aunque su gestión sea deplorable. 

 

 Es una ofensa para el pueblo chileno estar dirigido por un gobierno racista, clasista y xenófobo,  y que nos sumen a polacos, (que han olvidado que en su historia su territorio ha sido repartido entre los rusos y los alemanes),   checos y húngaros.

 

El converso canciller Roberto Ampuero, que del fanatismo de izquierda pasó al ultra derechismo, ha olvidado que  recibió educación gratuita de cubanos y de alemanes comunistas, y los chilenos a veces olvidamos que fuimos acogidos con inmenso cariño en la mayoría de los países del mundo durante el exilio  e, incluso, nos privilegiaron sobre  argentinos, nicaragüenses  y salvadoreños. Durante los gobiernos de Frei y Allende Chile fue la tierra de asilo para los migrantes brasileros, que huían de la dictadura.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

11/12/2018                      

 

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