La revuelta de los "chalecos amarillos" empezó como una queja contra el aumento de unos céntimos del precio del gasoil. Hoy la protesta parece imparable, los responsables políticos son humillados, la presidencia del país ha perdido la autoridad y las próximas protestas callejeras pueden hacen temer un aumento de la violencia que se traduzca en víctimas mortales.
La gravedad de la situación ha obligado al presidente Emmanuel Macron a renunciar a uno de sus principios grabados en mármol: no ceder ante las protestas, no renunciar a sus reformas por la presión de la calle. Y en ese aspecto, ya ha frustrado uno de sus sueños, ser diferente a todos sus antecesores.
Más de dos semanas después del inicio de las protestas y de las manifestaciones de inusitada violencia que ha vivido París y otras ciudades francesas, el jefe del Estado encargó a su primer ministro anunciar medidas que pretendían apagar el fuego social. Pero las cesiones aceptadas por el gobierno propagaron aún más la hoguera.
Las propuestas de Edouard Philippe iban más allá de lo esperado hace dos semanas, cuando se inició la protesta. No solo anunciaba una moratoria de seis meses para el aumento de las tasas sobre el gasoil y la gasolina, también se aplazaba la convergencia en los precios de los dos combustibles, y no se olvidaba el gasóleo especial utilizado por tractores y otros vehículos industriales. El gobierno frenaba también durante todo el invierno el aumento de las tarifas de gas y electricidad que debía producirse a partir de enero. Además, quedaba suspendido el endurecimiento del control técnico de vehículos, que iba a encarecer de forma considerable la operación.
El aplazamiento implicaba también el inicio del diálogo con todos los actores sociales y políticos para encontrar soluciones consensuadas, pero Philippe ha advertido también que, si los impuestos bajan, los servicios púbicos no pueden mejorar.
Las reacciones de diferentes "chalecos amarillos" fueron muy negativas. Opinaban que suspender durante medio año una medida que ellos pedían anular es una tomadura de pelo. La protesta que vive Francia desde el 17 de noviembre se ha gangrenado y dan pie a que cada individuo que viste el chaleco fosforescente (obligatorio en Francia cuando el vehículo sufre una avería en carretera) tenga su exigencia particular. Un día más tarde, el aumento de la tasa sobre los combustibles era definitivamente retirado.
Pero en las rotondas o en los peajes que filtran el tráfico según el humor de los "chalecos amarillos", se exigen medidas que van ya desde la dimisión del presidente y su sustitución por un general, la proclamación de la VI República, o la disolución de la Asamblea y el Senado o una subida de sueldos generalizada.
Los más moderados, piden que el gobierno recupere el impuesto a las grandes fortunas y aumente considerablemente el salario mínimo. "Nos ofrecen migas, pero queremos la baguete entera", es la respuesta al gobierno.
El Ejecutivo de Macron estaba ante un dilema grave: o se mantenía sin ceder un ápice en sus medidas reformistas, o aceptaba echar lastre. Ha optado por la segunda opción, pero se le reprocha que haya dejado pudrir el descontento pensando que el movimiento se apagaría por cansancio y por temor a la violencia.
Los "chalecos amarillos" han pasado de representar una protesta por un aumento de impuesto a rozar la insurrección popular. Los individuos más radicales aplastan la voz del núcleo original de la protesta y se permite con amenazar de muerte al sector moderado que aceptaba negociar con el gobierno.
¿VIOLENCIA INEVITABLE?
Así las cosas, se mantiene la agitación y no se desconvocan las manifestaciones del próximo sábado, incluida la de París, que es la que más temen las autoridades. El caos, los destrozos e incendios que vivió el centro de la capital el sábado pasado han dejado tocado a Macron y a la imagen de Francia en el mundo. El presidente esperaba que las medidas anunciadas convencieran a algunos a quedarse en casa u ocuparse de las compras de Navidad, pero todo parece indicar que París se vestirá de amarillo una vez más.
Philippe no obvió en su comparecencia ante la prensa las advertencias ante posibles disturbios. La manifestación del próximo sábado deberá ser comunicada oficialmente. En caso contrario, la respuesta de las fuerzas de orden público puede ser más dura que la aplicada hasta ahora. "Los violentos serán buscados y perseguidos", ha prevenido. Pero cuando se advierte a los "chalecos amarillos" que podría haber un muerto, responden que habrá más de uno.
El presidente quiso apoyar a las fuerzas del orden que se han convertido en el objetivo de los más violentos y de los ultras especializados en el destrozo y el pillaje. Para ellos el mandatario filtró fotos de un almuerzo con gendarmes y policías.
Los sindicatos policiales han mostrado su desesperación ante la falta de medios y las órdenes de mantener la calma cuando se ven apaleados o apedreados. Algunos de sus portavoces exigen la proclamación del "estado de emergencia". Otros, que los militares se hagan cargo de la protección de edificios oficiales para aumentar el número de policías encargados de mantener el orden.
Emmanuel Macron ha dado un paso atrás en su plan de reformas, antes incluso de lanzar dos de las más ambiciosas: la de pensiones y la del desempleo. Los diputados de su formación parlamentaria, La República En Marcha, – mayoritaria en la Asamblea – se lo pedían desesperadamente ante la presión de los ciudadanos que representan en cada departamento y región.
Los "chalecos amarillos" se sienten decepcionados y envalentonados ante las concesiones de Macron. La oposición y los sindicatos – hasta ahora en coma- ha despertado con el olor a sangre y se preparan para amargar el fin de año al Elíseo.
Una gran manifestación ha sido ya convocada por la Confederación General del Trabajo para el 14 de diciembre. Estudiantes y agricultores se han unido ya a la protesta. Todos temen que su legitimidad desaparezca ante un movimiento espontáneo y radicalizado que no acepta líderes ni representantes. La propia democracia representativa está en juego.