Septiembre 20, 2024

“Los derechos humanos son para los humanos derechos” (Alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastelum)

En 1944 se presentó, por primera vez, la obra Puerta cerrada, del filósofo Jean Paul Sartre, que trata de la visión del infierno: en una pieza, estilo imperio, tres personajes están obligados a convivir con las puertas cerradas – Gracin, un hombre cobarde, Inés, una mujer sádica, y Estela, en extremo egoísta -. La tesis central de Sartre dice relación con que el yo se construye sobre la base de decisiones libres, pero necesita siempre de la mirada de los demás, es decir, “el infierno son los demás”.( En las manos sucias un militante recibe la  orden de matar a un compañero traidor. Con el tiempo le toma cariño  y no quiere matarlo ahora la elección está en sus manos y no en la jefatura del partido, elegir libremente es drama y la raíz  de la angustia   y el absurdo).

 

 

 

La Unidad Popular para mí  significó un gran sueño que, en la lucha aguda de clases sobrevivíamos ellos o nosotros. Los combativos claustros en que nos despedazamos – los de la UP y los de la derecha -, el poeta Godofredo Yomi, (famoso por haber secuestrado a la mujer de Vicente Huidobro, la Ximena Amunátegui), lanzó la frase “el burgués siempre es  el otro”.

 

La experiencia personal y la literatura nos enseñan que los fachos siempre odiarán a los pobres, salvo que les sirvan de esclavos, y los izquierdistas, por su parte, detestarán a los fascistas, salvo los conversos en uno u otro sentido, (los Ampuero, en el primer caso y, los Correa, en el segundo).

 

Hay un personaje que se vanagloria de que su única cualidad es el haber odiado a los derechistas hasta la muerte; hay otro que hizo otro tanto con los comunistas. Don Sergio Fernández Larraín, que coleccionó hasta el último panfleto de Lenin – sus obras completas, publicadas por Grijalbo, tiene 27 tomos,  (las adquirí cuando era profesor universitario en la U. Católica de Valparaíso, pero al final sólo me quedé con El Estado y la revolución, y me indigesté con El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo).

 

Con el racismo y los racistas no hay caso y jamás darán su brazo a torcer. El gobernador y el alcalde de Tijuana, que dirigen un estado y una ciudad respectivamente, conformada en su mayoría de inmigrantes, no han economizado palabras para mostrar su desprecio hacia los hondureños integrantes de las caravanas, y se quejan de que no hay dinero para alimentarlos. Su ideología es tan o más radical que la de Donald Trump – el alcalde lleva siempre un gorro que dice “Tijuana Primero”, a imitación de la consigna de Trump -.

 

No se puede negar que los pobres no sean racistas, pues siempre encontrarán a unos más pobres que ellos. Si se visita una población del sur de Santiago los del bloque de tu contertulio te dirá que en su barrio todo funciona bien, pero en el del frente reina el narcotráfico y tal vez los autores de portonazos.

 

En Tijuana ocurre exentamente lo mismo: en la ciudad de Bajo California existe un récord de asesinatos y está clasificada entre las ciudades más peligrosas de México, sin embargo, la llegada de los centroamericanos, según sus habitantes, es mucho más inquietante que la antigua ciudad de Tijuana.

 

Es sabido que los seres humanos tienen muy mala memoria y se creen la insensatez de que todo tiempo pasado fue mejor. Antes rabiaban contra los haitianos y, ahora, encuentran a estos morenos como personas muy trabajadoras, serias, responsables y muy lejanas de los conflictos, y como generalmente hablan creole, no hay ningún peligro de que se comuniquen con los tijuanenses, salvo para recibir órdenes – su único diálogo que mantienen es con la escoba y trapero -.

 

El problema actual es que los hondureños, así sean muy miserables, pueden enorgullecerse de haber recorrido a pie más de cuatro mil kilómetros y, en su ignorancia, creen que van a llegar al paraíso territorio terrenal, cuyo dios es Donald Trump. Hay algunos de esta caravana que saben que van a pasar del infierno al infierno, es decir de los angelitos negros a los angelitos blancos, o del infierno al purgatorio, si es que existe.

 

Afortunadamente, en esta travesía del infierno al infierno hay una estación intermedia, México, (por suerte a partir de hoy asumirá el gobierno un hombre bueno en reemplazo de un atrasado mental, que les permitirá ser parte de la gran obra del ferrocarril maya, cuya importancia será mucho mayor que el descubrimiento del valor del PI > 3,1416>).

 

Sería loable que, de una vez por todas, el nacionalismo y el patriotismo es mil veces más dañino que el fascismo y el nazismo: se dan situaciones tan ridículas como que quienes huyen de la miseria, de la delincuencia y la falta de oportunidades, lleven con orgullo la bandera nacional y entonen su himno.

 

 

 

Desgraciadamente los esclavos, según los racistas, siempre han querido y les juran lealtad a sus amos, pues son sus protectores en la tierra, que reemplazan a Jesús con sus limosnas, misas, con  el “mijito para arriba y el mijita para abajo”. En mi infancia, el hijo del patrón podía jugar libremente con el hijo del peón – tal como lo hacía José Miguel Carrera en el fundo de El Monte -.

 

La teorías sobre conspiraciones son infinitas y, a mi modo de ver, la  más plausible es que la caravana de hondureños la ganó Trump, que hace lo quiere con ese país: sin muro de por medio, se dio el lujo de impedir la entrada a ninguna persona de ese “país de mierda” – según sus propias expresiones – compuesto de macacos, que recién bajan de los árboles. El que mueran mujeres y niños es un bien para la humanidad, un aprendiz de delincuente menos.

 

Trump, al menos, es claro aunque brutal: claramente expresó que le encantaría una caravana de noruegos, finlandeses y suizos en vez de los asquerosos sudacas – como en Chile, les encantan los alemanes, por muy nazis que sean -.

 

No falta el advertido que quiera convencernos de que George Soros y los Iluminate han financiado la caravana. Si reducimos al absurdo este argumento piensen que un día  se propusiera una “caravana” de suizos, que hastiados por el alto nivel de vida de su país decidieran huir en masa a Burundi. Personalmente estoy convencido de que ni por todo el oro del mundo lo harían, salvo que fueran misioneros, anarquistas, filántropos o utopistas. A nadie se ocurriría hoy fundar una nueva Icaria o un falansterio.

 

La raíz de la inmigración se encuentra siempre en la miseria, en la violencia y, sobre todo, en los degenerados gobernantes que el mismo pueblo elije: generalmente provienen de narco-estados, de países bananeros, de dictaduras o bien, de Estados inviables. Honduras ha sido y es una colonia norteamericana, en la cual los yanquis hacen sus propios golpes de Estado y colocan a algunos de sus mozos en la presidencia de la república, y lo que es peor, la OEA  y la ONU, terminan por avalar esta situación.

 

Existe suficiente material en las redes sociales para construir una verdadera historia de las mentalidades respecto al fenómeno de las caravanas. Las iglesias evangélicas, que creen con Calvino que la riqueza y el éxito en esta tierra son signos del amor de Dios hacia sus criaturas y un anticipo de su salvación, a seres condenados por el pecado original, cuya salvación no depende de lo que hagan en la tierra sino de la gracia de Dios que se expresa en la riqueza, (ver Max Weber).

 

En la mayoría de las entrevistas los integrantes de las caravanas manifiestan que  Dios los conduce y que se cumplirá la promesa a Moisés, de alcanzar “la tierra prometida”, donde mana leche y miel –  y agreguémosle, Cola  Cola, Pepsi, hamburguesas y Trump.

 

Los mexicanos racistas, que desprecian a los centroamericanos, ni siquiera se dan cuenta cabal de que el tercer producto principal de su PIB lo constituyen las remesas que envían sus emigrados en Estados Unidos – producen más que el petróleo – que en Honduras son el primer producto del PIB. Los peruanos, por su parte, que acusan a los chilenos de robar la marca de origen del Pisco, del cebiche y del “Suspiro Limeño”, las remesas desde Chile ocupan el tercer lugar en el PIB, después del cobre.

 

El opio de los pueblos al cual se refería Marx,  y la muerte de Dios, de  Nietzsche, son una broma ante el fanatismo sin límites de los canutos actuales, fracción principal de los blancos, anglosajones y evangélicos que apoya a Trump.

 

El gran aporte de Robespierre y de Marx es haber usado la crítica-crítica a las ampulosas expresiones de la declaración de los derechos humanos: al artículo referido a que “todos los hombres nacen iguales…”, el joven Robespierre recordaba que el mejor negocio de los revolucionarios franceses era la esclavitud de Las Antillas – el actual país Haití, sumando hoy a Santo Domingo -. Carlos Marx, por su parte, odiaba las bellas palabras abstractas de La Liga de los Justos, como también a las utopías socialistas, que no consideraban el concreto-concreto, es decir, fue un crítico de aventura de la Comuna de París, (1871), aunque terminó admirándola al haber intentado tocar el cielo con las manos.

 

Que los fascistas y nazistas admiren los derechos humanos es francamente inalcanzable, y su ideal sería que se aplicaran a los humanos derechos, es decir a gente igual a ellos, y con Sartre, en Puerta cerrada, el infierno siempre será el otro.

 

Rafa el Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

     

 

1º de diciembre de 2018  

 

                    

 

 

 

             

 

 

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