El poder siempre ha sido – así se repita mil veces – el monopolio de la coerción legítima: es decir, el poder permite tener el dominio sobre la vida y la muerte de los súbditos – antes – y de los súbditos hoy de los ciudadanos.
En una democracia en la cual existan balances de poderes, se podría evitar que quienes tienen el monopolio de las armas lo usen en contra de ciudadanos inermes: cuando los militares pueden darse el lujo de deliberar y, además, no existe ningún control civil que pueda evitar el uso del poder letal, ya estaríamos hablando de una democracia protegida, cuyas decisiones centrales dependen de la voluntad de quienes poseen dominio y posesión armas.
El senador Felipe Harboe, con mucha razón, sospecha que el pacto entre los delegados de la dictadura y los líderes de la Concertación de Partidos para la Democracia fue posible gracias al compromiso entre las partes, por el cual los dirigentes políticos no se inmiscuirían en asuntos de las Fuerzas Armadas y de Orden.
La misma Constitución de 1980 – que aún nos rige en su aspecto medular – suponía que el general en jefe del ejército sería Augusto Pinochet y que el Presidente de la República, elegido por todos los ciudadanos, no podía intervenir en los asuntos militares, por consiguiente, la supuesta supeditación de las autoridades militares a las civiles era una pura apariencia que permitía tratar de convencer a la comunidad internacional que en Chile habíamos recuperado la democracia.
Cada vez que al general en jefe del ejército, el general Pinochet, no le gustaba una medida tomada por el gobierno civil sacaba a los militares a calle, convocaba a los ejercicios de enlace o bien, se manifestaba en boinazos. En el fondo, Pinochet simulaba, muy hábilmente, el respeto por el poder civil, y en forma paternalista le decía al Presidente Aylwin que gracias a que él había mantenido la comandancia en jefe se había evitado la aventura argentina de las cara-pintada.
Pinochet hacía ver al gobierno y a la ciudadanía que, más allá de las apariencias, él seguía detentando el poder, y se dio el lujo de amenazar que si uno de sus hombres era tocado, haría otro golpe militar.
Hasta la detención de Pinochet en una clínica de Londres, Pinochet hacía lo que quería en su parcela de poder, las Fuerzas Armadas y del Orden. Los ministros y subsecretarios en democracia sólo tenían la apariencia de un poder jerárquico pues, en la realidad, las decisiones fundamentales eran tomadas por los comandantes en jefe en las distintas ramas, con la asesoría de sus generales, directores y almirantes.
Los gobiernos de la Concertación y los de la derecha, cumplieron a cabalidad el itinerario trazado por la Constitución dictatorial de 1980, y ante el temor por la amenaza de un nuevo golpe militar, le dejaron abierta, incluso, la puerta para el uso y abuso del 10% de los recursos provenientes de la exportación del cobre chileno, además de monopolizar la compra y venta de armas, que suponían comisiones millonarias.
A través de la historia de la humanidad el negocio de las armas ha sido la fuente principal del enriquecimiento de las clases hegemónicas: en la época del rey burgués, Luis Felipe de Orleans, el “enriqueceos” de Guizot tenía su base en las nuevas fortunas que se habían generado gracias al negocio de los pertrechos militares, que incluye no solamente las armas, sino también la logística – uniformes, alimentación, transporte… -.Un historiador francés Henri Guillemin, en la Historia del banco de Francia, denuncia que el origen de la fortuna de Voltaire se debió, en gran parte, a la venta de pertrechos militares.
Para mantener sosegados en Chile a quienes detentan el poder de las armas el método elegido es el de gratificarlos con dineros de todos los chilenos, (pensiones mejores que al resto de los chilenos, y abstenerse de fiscalizar el manejo de los recursos fiscales).
La política y el poder no tienen nada que ver con la santidad: la salvación cristiana es lo contrario de la política, pues como bien escribe Max Weber, “el político tiene que pactar con el diablo”. El gran aporte de Maquiavelo a la político, según Isaiah Berlin, fue el haber separado la política de la ética cristiana, “las cualidades de un buen padre de familia no son las mismas que la del príncipe, que debe conquistar y conservar el poder.( La astucia de la zorra y la fuerza de la leona)
Ante la presencia de tanto dinero, hasta el más honesto y bueno se puede deslumbrar. La raíz de los escándalos del “Milicogate” y del “Pacogate”, y del enriquecimiento ilícito, por ejemplo, del general Juan Miguel Fuente-Alba, como también el caso de los viáticos y negociado de compraventa de pasajes, toda esta maraña tiene cimiento la cero fiscalización interna de las Fuerzas Armadas y de Orden y la no intervención de las autoridades civiles, que tienen el deber insoslayable de defender el patrimonio de todos los chilenos.
Las denuncias dadas a conocer recientemente por periódico The Clinic, en la filtración de un audio en que el general en jefe Ricardo Martínez acusa a militares – incluso a miembros de otras ramas, la FACH y la Marina – de vender armas a delincuentes y narcotraficantes, sólo son consecuencia de la pérdida absoluta de ética y fiscalización en el seno de las instituciones armadas y, sobre todo, del poder civil respecto a estas instituciones.
Estoy de acuerdo con la expresiones del senador Felipe Harboe, en el Programa Desde Zero, quien afirma que lo más grave de las declaraciones del comandante en jefe del Ejército es la que se refiere a “defender con dientes y muelas” las pensiones de las Fuerzas Armadas y de Orden, que constituye una franca y explícita conducta de deliberación política; si el mando de las Fuerzas Armadas no está supeditado al poder civil la soberanía popular está subyugada al poder de las armas.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
23/11/2018
Bibliografía
Henri Guillemin
Voltaire
La historia del banco de Francia
Conferencias para la televisión Suiza
Isaías Berlín
El sentido de la realidad
Taurus Aguilar 1996
El fuste torcido de la humanidad, Península, Barcelona 1990
Elias Canetti
Masa y poder
Alianza Editorial 1983