Noviembre 23, 2024

Alán García: zorro y gallina

Nicolás Maquiavelo describía las cualidades ideales del príncipe como las pertenecientes al zorro, que debe eliminar las trampas, y el león, que debe defender con vigor el  territorio, es decir, debe contar con la  habilidad del zorro y la fortaleza del león. Alán García es, sin duda, el más inteligente de los  líderes latinoamericanos, sin embargo, es tan cobarde como la gallina.

 

 

En las principales experiencias de su vida, Alán García ha demostrado  personificar muy bien al zorro y salir incólume de las peores acusaciones. En su primer período presidencial, (1985-1990), hundió al Perú en la hiperinflación entre 1200% y 1500% al año.

 

La guerra sucia entre el Estado-guerrilla llegó a su límite máximo: los crímenes, como el acaecido en las prisiones, sólo fueron superados por las de su sucesor, Alberto Fujimori y su asesor Vladimir Montesinos; nacionalizó los Bancos y rompió relaciones con el Fondo Monetario Internacional; Perú, en la época, sufrió una de las peores emigraciones de que se tenga memoria. Cuando debió entregar el poder el ruido de los  parlamentarios, que golpeaban sus pupitres , le impedían pronunciar su discurso, y no se  arrugó, al contrario, se mantuvo firme.

 

Posteriormente, en plena dictadura de Fujimori, en 1992 se refugió en la Embajada de Colombia, esta vez huyendo de la dictadura que lo perseguía. La gente, que un 90% apoyaba al “chino” y aplaudía el cierre del Congreso, se olvidó de los delitos cometidos por Alán García durante su mandato.

 

Alán Gabriel García Pérez desde Colombia viajó a París y esperó pacientemente la prescripción de sus delitos, para retornar a Perú, en 2002, postularse como candidato a la presidencia para el período 2005-2010, y salir electo frente al otro aspirante, Ollanta Humala. Ya no era el joven aprista revolucionario, sino todo un caballero y neoliberal por añadidura, y muy simpático y lleno de chispa, que no ocultaba su fina estampa y su éxito frente a las mujeres: un hombre muy alto al lado de los enanos que eran sus colegas.

 

Una vez terminado su segundo mandato decidió alternar su vida entre los veranos en Madrid y los veranos en Lima.

 

El APRA, gran partido político anti-imperialista, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, hoy se ha convertido en una mini bancada de cinco congresales, cuyos líderes son Mauricio Mulder y Jorge del Castillo, que ya no tienen otra doctrina que el neoliberalismo y, aliados a los fujimoristas, forman mayoría en un Congreso que la mayoría de los ciudadanos aboga por cerrarlo.

 

Alán García, moral y éticamente, es la antípoda de Víctor Raúl Haya de la Torre: García es amante del dinero y sospechoso de corrupción, mientras que Haya de la Torre murió pobre, en casa y cama ajenas. Entre un político honrado y un ladrón – como los que vemos hoy en América Latina, hay un abismo infranqueable -.

 

Alán García actualmente está acusado de haber recibido 100 mil dólares por haber dictado una conferencia en Brasil, pagada por Odebrecht, vía el testaferro llamado Espínola, hoy colaborador de la justicia brasilera. Ningún conferencista en el mundo gana tanto dinero, pero García asegura que sus intervenciones son imprescindibles para gobernar bien un país. Los “pérfidos” periodistas dicen que su cátedra consiste en enseñar cómo destruir un país en cinco años.

 

Los actuales diputados del APRA sostienen que aconsejaron que se asilara en la embajada de Uruguay, pues corría serio peligro de que el fiscal, José Domingo Pérez, pidiera al juez su detención inmediata. Eligió este país por varios motivos: en primer porque tiene la democracia más estable y sana de América Latina; en segundo lugar, porque Tabaré Vásquez, su Presidente, es su amigo y, además, coincidieron en sus sendos períodos presidenciales; en tercer lugar, porque Uruguay tiene fama de ser un país abierto a recibir exiliados políticos.

 

Junto a la conferencia de 100 mil dólares, (18 dólares por segundo), Alán García tiene además otra acusaciones, entre ellas destaca el soborno por parte de Odebrecht para adjudicarse la construcción de las Líneas 1 y 2 del Metro de Lima, entre otros delitos.

 

En América Latina en general la justicia  es bastante deficiente, por ejemplo, el principio de la presunción de inocencia no se respeta, y el peso de la prueba cae sobre el acusado y no sobre el fiscal. La Prensa hablada y escrita cumple la misma función que la de la chusma en los juicios populares, que sólo quiere sangre y entretención. La justicia es, en fondo, pan y circo – dedo hacia arriba, dedo hacia abajo – y llamar estado de  derecho a las “republiquetas” latinoamericanas, (utilizando la frase del mismo Alán García al referirse a Chile), es muy simpático, pero una falacia.

 

La institución del asilo político es típicamente latinoamericana, y muchos comparan la petición de asilo de parte de García con la de su héroe, Víctor Raúl Haya de la Torre, quien, en octubre de 1949 entró a la elegante embajada de Colombia en Lima; Bogotá le concedió de inmediato el asilo, pero la dictadura militar de Manuel Odría le negó el aalvoconducto para dirigirse al aeropuerto del Callao.  El conflicto por esta causa entre Colombia y Perú fue de proporciones, y por momentos, los militares peruanos abrían hoyos en las calles aledañas a la embajada so pretexto atemorizar a su huésped.

 

Esta situación se tornó tan conflictiva que ambos países recurrieron al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya. La Convención que tenía vigencia en esa época, (1950), era la de La Habana; el fallo era el típico de estos jueces de “babero y peluca”, Salomones de opereta: por una parte, reconocía a Perú el derecho de negar el asilo, pero por otro, le negaba al gobierno militar peruano la entrega de Víctor Raúl Haya de la Torre, y como el fallo era inútil, la Corte volvió a reunirse en 1951 obligando a Perú a otorgarle el salvoconducto.

 

Víctor Raúl Haya de la Torre era un caballero de tomo y lomo y no le gustaba vivir a costa del gobierno colombiano, afortunadamente era tan querido que los almaceneros le enviaban comida con los mozos de la embajada.

 

Haya de la Torre  decía que él había perdido su libertad dos veces: una con carceleros hostiles y otra con carceleros gentiles y amables, en la embajada de Colombia.

 

En 1954, gracias a las gestiones del embajador colombiano en Perú, José Joaquín Gori, terminaron los cinco años, tres meses y tres días de encierro del líder y fundador del APRA.

 

(Otro caso, muy actual por cierto, es el de Julian Assange en la embajada de Ecuador, en Londres, pues está impedido de salir porque si lo hace lo toman preso).

 

A raíz del caso Haya de la Torre se firmó en Caracas un Tratado sobre asilo político, en 1954.

 

Veamos el caso actual de Alán García: el artículo 3 del dicho Tratado prohíbe que hagan uso de este derecho las personas que están procesadas por delitos comunes, que no es el caso – a mi parecer – de García, pues recién está siendo investigado, y recién se le dio una medida cautelar de arraigo nacional, pero el problema es cómo conciliar el arraigo nacional con la petición de salvoconducto.

 

Sólo los dirigentes del APRA sostienen la idea de peligro de muerte para Alán García. A su vez, no es fácil probar la inexistencia del estado de derecho y de la legítima defensa. Es cierto que la democracia peruana adolece de muchas imperfecciones, incluso, tiene jueces en la cárcel y otro fugitivo en España, que se hace uso y abuso de la prisión preventiva, sin embargo, aún hay división de poderes y elecciones libres. El artículo 5 del Tratado de Caracas es taxativo: sólo el país que asila tiene el derecho a calificar las razones de esta concesión, sin dar cuenta a nadie, ni siquiera al país al que pertenece el peticionario.

 

Si no hubiera sido por la hidalguía, decencia y valor de Salvador Allende y sus colaboradores directos hoy estaríamos todos muertos. En más de 17 años de dictadura, jamás se le pudo probar a un dirigente de la Unidad Popular el haber malversado un solo peso del dinero fiscal.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

19/11/2018

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