El cuarto año de la Gran Guerra fue el más mortífero de todos, y comienza con la ofensiva alemana que tenía las manos libres después del triunfo de la revolución rusa. Los alemanes querían terminar a la brevedad con la guerra a fin de evitar el ingreso de los norteamericanos que desequilibraran la correlación de fuerzas.
La ofensiva, aunque exitosa, no logró terminar con la guerra, pues al llegar los norteamericanos los aliados tomaron la contraofensiva. Alemania se encontraba en mal estado debido al hambre y las rebeliones al interior del territorio, y empezó a buscar una posibilidad de paz sobre la base de los 14 puntos propuestos por el Presidente Wilson. El gobierno norteamericano les indicó que debían dialogar con el general Feriando Foch, quien había asumido el comando de los aliados.
El Presidente de Francia Georges Clemenceau y el general Foch no deseaban una paz sin vencedores ni vencidos, pues aspiraban a la venganza de la derrota de 1871, en que habían perdido la Alsacia y la Lorena y estaban decididos a recuperar ambas provincias.
El tren de los alemanes llegó al lugar convenido en la rotonda del bosque de Compiègne, lugar inaccesible a los periodistas; la Delegación alemana estaba presidida por el civil Mathias Erzberger, que disgustó al general Foch – los militares se han creído superiores a los civiles -.
Hay cierta similitud entre F. Foch y el general Manuel Baquedano: ambos despreciaban la vida de sus hombres sólo porque eran “rotos”, hediondos y peludos – además, la estatua de Baquedano ubicada en la Plaza Italia, corresponde a la de Foch -, y usaban la estrategia de atacar de frente, con la consiguiente matanza.
Foch despreciaba a Pétain, pues el segundo economizaba la pérdida de vidas humanas y se preocupaba de la alimentación y bienestar de las tropas, así fuera propaganda de guerra.
La estrategia de Foch era lograr humillar a la delegación alemana para lograr que pidieran el armisticio, lo cual fue un hecho: las exigencias francesas eran demasiado duras: en primer lugar, la retirada de Francia, Bélgica, Luxemburgo, Alsacia y Lorena, por parte de las tropas alemanas; en segundo lugar, la desmilitarización del río Rhin; en tercer lugar la retirada de las tropas alemanas del frente oriental; en cuarto lugar, el desahucio del Tratado con Rusia en quinto lugar la entrega 5 mil cañones,25 mil ametralladoras, 7 mil aviones y 5 mil locomotoras.
El Armisticio fue firmado a las 05: horas y el alto al fuego debería darse a las 11: horas. Extrañamente, la firma del Tratado no fue tan secreta, pues el fin de la guerra fue celebrado en Nueva York horas antes del alto al fuego – al parecer, en Estados Unidos esta noticia era conocida con antelación -.
Los oficiales de los aliados, verdaderos carniceros, quieran seguir la guerra con el propósito de hacer el triunfo más evidente: un general aliado dio la orden de seguir disparando a los soldados solamente para ocupar un pueblo donde había baños, a fin de que sus soldados se asearan.
El general norteamericano John Pershing continuó la ofensiva, que ocasionó tantas muertes como en las primeras batallas, en 1914. El último soldado norteamericano en morir, a las 10:50 horas, fue Henri Gunther.
La primera guerra mundial se convirtió en una verdadera carnicería: nueve millones de muertos, heridos, discapacitados, gaseados con cloro y gas mostaza – la mayoría de estos últimos terminaban con su sistema nervioso destruido -; las caras de los “peludos” – soldados – estaban desfiguradas y, en ocasiones, faltaba la mitad de la cara.
Miles de niños quedaron huérfanos – entre ellos Albert Camus, que murió en la batalla del Marne -. La Vida de los peludos en las trincheras era verdaderamente insoportable, pues permanecían en la noche con su ropa húmeda y acompañados por las ratas. Cuando sonaba el pito para abandonar la trinchera era casi seguro que el soldado iba hacia la muerte.
La primera guerra mundial fue un verdadero laboratorio de armas de guerra. Con el uso por parte de los alemanes de cloro y gas mostaza se utilizaron unas horribles e incómodas máscaras protectoras que hacían ver a los soldados tal como a los médicos durante la peste de la Edad Media. El armamento de la primera guerra mundial no tenía que ver con el de las guerras del siglo XIX, y los franceses tuvieron que reemplazar su uniforme azul y rojo brillante por uno gris, que camuflara con la naturaleza. Se usó la metralleta, el cañón tenía un enorme poder mortífero, además se utilizaron los tanques y los bombardeos aéreos, en que lució especialmente el aviador Herman Goering.
Después del Armisticio vinieron los Tratados de París, el más conocido, el de Versalles, por el cual los franceses se vengaron de los alemanes al exigirles no sólo la devolución de la Alsacia y la Lorena, sino también la ganancia de las minas de carbón y acero de Sarre y la exigencia de la participación de los militares franceses en la otra orilla del Rhin. El ejército alemán debía limitarse a sólo cien mil efectivos y, además, pagar una indemnización de guerra, imposible para un país devastado y hambriento.
Los demás Tratados firmados en las afueras de París ponían fin a los territorios de los fenecidos imperios austrohúngaros y turco, desmembrándolos en varias nacionalidades.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
10/11/2018