El verdugo de la obra del realista y ultra reaccionario Joseph De Maistre -Isaiah Berlin dedica un capítulo del libro El fuste torcido de la humanidad, titulado “J. De Maistre y los orígenes del fascismo”, (pág. 171-289), en el cual alaba la profesión de verdugo como fundamental para mantener el orden social-. Maistre combate, lo que llama la secta, que son los alborotadores y subversivos, en que conviven deístas, ateos, masones, judíos, demócratas, jacobinos, liberales, anticlericales e igualitaristas. Es necesario volver a la trilogía formada por el Papa, el rey y el verdugo.
En la época del terror, en la Revolución Francesa, las tejedoras tenían reservada la primera fila, en la Plaza de la Revolución – hoy la Plaza de la Concorde – para gozar del espectáculo de la guillotina. La primera vez que se usó este artefacto la plebe abucheó al verdugo por lo rápido en que ocurría la muerte del condenado.
En la guillotina, según los personajes, hay momentos espectaculares, como el de Dentón diciéndole al verdugo “muestra mi cabeza, vale la pena”, y otros muy dignos, como la decapitación del rey Luis XVI y la reina María Antonieta; en el caso del rey, el rabioso cura Jacques Roux se negó a dar la bendición que el rey le pedía.
El gran verdugo de esa época, Charles Henri Sansón, se hizo millonario al haber guillotinado 2.918 cabezas, 370 mujeres, entre quienes se contaba la reina y Carlota Cordeille, (la asesina de Jean Paul Marat). Se suponía que la ejecución de la pena de muerte debería ser con público presente, a fin de que produjera el efecto disuasivo esperado.
Es ingenuo preguntarse por qué las víctimas de Bolsonaro lo aman e, incluso, lo han elegido Presidente de la República: que muchos negros, mujeres y pobres sean fanáticos de este fascista carnicero no es nada raro si se tiene en cuenta la naturaleza masoquista de los fachos pobres, (Hobbes: “homo homini semper lupus est”).
Sin el sufragio de los pobres, del hombre analfabeto y vulgar – de quien bien se burlaba Ortega y Gasset en La rebelión de las masas – no hubiera llegado nunca al poder el nazismo.
Al igual que A. Hitler, Jair Bolsonaro logró identificar las pasiones que mueven a los brasileros de hoy – en el caso de Alemania de los años 30, la venganza de la humillación de Versalles –, el miedo a la delincuencia y al narcotráfico, y la necesidad de imponer el verdugo – las Fuerzas Armadas – para restaurar el orden. Jair Mesías Bolsonaro, el líder los evangélicos y de los militares, pretende hacer honor a su nombre convirtiéndose en el “salvador” de Brasil.
Max Weber distingue con claridad el poder legal del carismático, – el segundo término viene acuñado por la religión; ver La sociología de las religiones -: el líder carismático no tiene por qué respetar ninguna ley, pues su legitimidad emana de la hipnosis de las masas, mientras que el legal está limitado por las instituciones.
Según Sebastián Haffner, en Anotaciones sobre Hitler, el dictador fue capaz de atar a su sino al pueblo alemán, produciendo una simbiosis perfecta entre ambos; mientras triunfaba Hitler, era el gobernante salvador de la nación, pero cuando vino la derrota esta historia de amor se quebró, y ambos, el pueblo alemán y el dictador eligieron el suicidio.
Lo más peligroso de Bolsonaro no son sus frases provocativas, sino la forma perversa en que está motivando y entusiasmando al pueblo brasilero, azuzando sus pasiones más miserables: el desprecio a los negros, a las mujeres, a los homosexuales, a los derrotados, en contraposición al amor a las armas, al ejército, al poder absoluto y, sobre todo, a la eliminación física de aquellos a quienes los poderosos desprecian.
Brasil, a diferencia de la América hispana, no tuvo invasión napoleónica: los monarcas portugueses y la dinastía Braganza se instalaron en Brasil, y se pasó de la monarquía a la república y, posteriormente, de la dictadura a la democracia sin mayores traumas, (quizás la única escena dramática de su historia sea el suicidio de Getulio Vargas).
El Brasil de la samba y del fútbol es tan falso como la España de la jota y de la pandereta: ahora hemos descubierto que es un país racista, terriblemente desigual y dominado por el miedo.
Al darse tan rápido y con una impunidad total el cambio de la dictadura a la democracia no se capta lo suficiente que podría formarse un partido militar que gobernará, seguramente, con Jair Bolsonaro. A diferencia de Argentina, los militares brasileros no han perdido una guerra.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/10/2018
Bibliografía
Sebastián, Haffner, Anotaciones sobre Hitler, Barcelona, 2002.
Isaiah, Berlin, El fuste torcido de la humanidad, Península, Barcelona, 1990
Max, Weber, Sociología de la religión, Edit. La Pléyade, Buenos Aires, 1978
Max, Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barcelona, 1993