Los críticos de las religiones monoteístas – el islamismo y el judaísmo – se mofaban del cristianismo por tener “tres dioses”, Padre, Hijo y Espíritu Santo y, sin embargo, una sola persona. Las primeras herejías trataban sobre el tema de la superioridad del Padre sobre el Hijo. En la época moderna el misterio de la Santísima Trinidad está obviado para los cristianos de derecha, por medio de la existencia de un solo dios, la propiedad privada, único derecho humano de raíz teológica.
Para Martín Lutero y Juan Calvino la riqueza y la propiedad de la tierra constituyen un signo de predilección y predestinación divina, (véase Max Weber, La ética protestante en el espiritu del capitalismo) y el slogan de campaña de Jair Bolsonaro “Brasil primero y Dios por encima de todo” resume, más que miles de libros esta concepción.
En su primer discurso Bolsonaro usó todos los métodos clásicos de los pastores protestantes: un escenario humilde de clase media, una mesa con un biblia y un juramento de respetar la democracia, seguida de una “devota meditación colectiva”, a fin de que Dios eliminara a los malos, es decir, los comunistas, los petistas, los homosexuales, las lesbianas, los transgénico, los divorciados – salvo el propio candidato que ya suma dos separaciones legales -, los delincuentes de las favelas… Bolsonaro propone un gobierno limpio de corrupción, integrado por propietarios y empresarios honestos y sencillos, que equivale a prescindir de negros, rotos y putas.
Los defensores del Brasil del “orden y el progreso” serán los militares, los evangélicos y, sobre todo, los propietarios armados. Mientras los pobres se atengan al oficio de producir para los ricos y, además, cumplan su tarea en este valle de lágrimas entregando su trabajo en homenaje a Dios – como lo hacía Caín, condenado por el Dios celoso y malvado de Israel, que prefería al hermano sumiso y flojo – pueden estar seguros de vivir “en paz en la tierra”.
El pobre, rebelde que se niega a aceptar su condición, será condenado por imitar al arcángel sublevado ante Dios, y como única solución hay hacerlo pasar por la espada para que se convierta – que ha sido la función de la inquisición, en que los tormentos y el fuego liberaban el alma del hereje, condenando el cuerpo, que sólo es carne putrefacta -.
En América Latina el papel de inquisidores lo jugaron las dictaduras militares, que serían el brazo armado al cual los capellanes militares entregaban al “hereje” para que salvara su alma, claro que había esconder los cadáveres lanzándolos al mar, sujetos a un riel, pues, desde la guerra del Vietnam el espectáculo de los sacos de basura que contenían cadáveres provocaba repugnancia.
¡Y los dictadores – como Videla, Pinochet – comulgaban! Se creían el brazo armado de Dios y sus eternos colaboradores. No es ninguna casualidad de que Pinochet sea el ídolo de Bolsonaro, y el Chile de las AFP sea su modelo y su paraíso terrenal; sólo le faltó usar la metáfora del Mercedes Benz y llamar como asesor a José Piñera, (hermano del mandatario chileno), creador de los AFP.
Junto al fanático cristianismo del “sin vacilar marchar soldados del Señor”, que ven la iglesia como un ejército, presidida por un Dios castigador, hay otro cristianismo compasivo: el de bienaventurados los pobres y los que padecen persecución por la justicia, el del pobre Lázaro, el del samaritano, el que privilegia a los niños en vez de mancillarlos.
En mi infancia, mis tías, muy creyentes, junto a mis hermanos nos llevaban a las procesiones de la Virgen del Carmen – comulgar era muy agradable, pues después del ayuno, participábamos de un rico desayuno en el antiguo café Santos – y veíamos cómo la imagen de la Virgen era acompañada por cadetes con penachos rojos y blancos.
Siempre ha existido en Chile, a través de la historia, un derechismo piadoso, que cree que Jesucristo fue una persona compasiva con los más pobres de entre los pobres; incluso, aceptan la necesidad de una rebelión contra la injusticia.
En el libro El modo de ser aristocrático, el caso de la oligarquía Chilena hacia 1900, editorial Aconcagua, de Luis Barros Ximena Vergara, se cita el relato de una novela chilena en que el patrón de fundo agradece a la familia Ulloa, campesinos que han servido al patrón por varias generaciones.
En el Partido Conservador existían los Obreros de San José, sindicalistas cristianos que defendían la causa de los pobres. Muchos católicos, de acendradas prácticas piadosas, trataban a las hoy “nanas” como parte de la familia, que les daba derecho a ser sepultadas en los mausoleos.
El alcalde Joaquín Lavín, de la Prelatura del Opus Dei, es un ejemplo de este catolicismo compasivo: construye viviendas para las nanas de su comuna, claro, con el desagrado de la derecha militarista. El voluntariado de Las Condes es un modelo en el servicio y trato a los adultos mayores preferencialmente, incluso, propone que la Municipalidad se haga cargo del pago de quienes asistan a los ancianos postrados; además tiene los Consultorios mejores de Chile y nadie debe estar sujeto a las colas y los médicos y enfermeras velan más por los adultos mayores que sus mismos familiares.
Por desgracia, el cristianismo compasivo rinde culto al dios propiedad privada y puede ayudar a los pobres con la condición de que sean pacíficos, eviten cualquier signo de rebeldía en contra de la tarea asignada a cada uno durante la vida, tal cual está consignada en el libro Camino, de su santo José María Escrivá de Balaguer. Las asesoras del hogar del Opus Dei son muy bien tratados por sus patrones a cambio de que dediquen a Dios sus tareas cotidianas.
El “Dios de los ejércitos” tiene sus propios “pontífices”: Juan Pablo II, que destruyó el comunismo en su país, Polonia, Escrivá de Balaguer, quien bendecía a soldados que fusilaban a los comunistas; el fundador de la Falange española, José Antonio Primo de Rivera, un fascista de tomo y lomo; Francisco Franco, el dictador sanguinario, cuyos huesos van a ser retirados del Valle de los Caídos, monumento construido por los presos políticos de la dictadura.
Los adoradores del dios propiedad privada, que están convencidos de alcanzar el cielo por méritos “suficientes” de haber eliminado a comunistas y herejes, construyen sus propias capillas y oratorios, a donde van a parar sus restos, como es el caso del cruel dictador Augusto Pinochet, en Bucalemu.
Con razón, Nietzsche escribía sobre las catedrales como tumbas del Dios que ha muerto. Un gran teólogo jesuita viene de escribir una frase maravillosa: la actual iglesia chilena debe morir y no resucitar, pues la mataron los obispos encubridores y los curas pedófilos.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
30/10/2018