De haber nacido un poco antes, el periodista Alfonso Concha habría brillado con luz propia en el más triste titular jamás visto: el del diario La Segunda anunciando la matanza de militantes del MIR como obra de sus propios camaradas y no, como fue, un crimen masivo de prisioneros indefensos, para vergüenza eterna del periodismo.
Concha, debería ser procesado tanto por los Tribunales de Justicia ordinarios, como por su gremio por contribuir a desprestigiar la Orden por la vía de crear un clima enrarecido de sospecha y odios al mentir descarada y peligrosamente en un medio influyente como es la televisión.
La emisión de un trabajo periodístico en el que de la peor forma trata de convencer a los auditores de un supuesto adoctrinamiento entre las estudiantes del Liceo 1, debe ser materia que conozca la justicia por cuanto se trata de un montaje que enloda a personas, muchas de ellas estudiantes, por la miserable vía de mentir sin ningún tipo de pudor.
Hace no mucho, otro montaje se derrumbaba en medio de un escándalo que pasó sin pena ni gloria. La Operación Huracán también tenía por propósito criminalizar a personas inocentes para justificar tanto la represión inhumana que se ejerce a diario en contra del pueblo mapuche, como para justificar las políticas agresivas, racistas e inmorales que impulsa el Estado desde siempre.
No es casual que la discusión del proyecto de ley Aula Segura que busca perfeccionar la represión a los estudiantes insumisos, se haga luego de que la miserable puesta en escena de Concha viera la luz.
Ni es casual que se intente criminalizar a dos públicos dirigentes de la izquierda mediante burdos montajes de imágenes que nada tienen de delictuales.
Concha da rienda suelta a su escasa capacidad profesional que no es capaz de sopesar el alcance de su bodrio.
El periodista de Canal 13 cobra por incitar de la peor manera a la policía, a los Tribunales y a las más altas autoridades políticas en contra de personas que no hacen sino ejercer su derecho a opinar como les da la gana, por el cual pagaron un alto costo.
La ofensiva ultraderechista ofrece variados flancos en su intento por instalar con mayor sujeción aún el discurso infame de quienes ven en los espasmos de la crisis neoliberal que entre otros efectos, expulsa a gentes de sus propios países, la oportunidad de dar rienda suelta a su odio enfermizo contra pobres, negros, homosexuales, indios, mujeres, extranjeros y en contra de todo ser humano que no se parezca a los poderosos.
En esa tendencia juega un rol de mucha importancia un cierto periodismo de escaso alcance profesional, vendido al poder, funcional a operaciones oscuras que buscan criminalizar al descontento.
La televisión chilena ofrece un triste record en ese afán, el que en plena dictadura se desplegó de la manera más infame y desvergonzada y que no solo oculto crímenes deleznables, sino que justificó mediante la mentira y el montaje el asesinado de centenares de personas. De esa escuela sin valer, es el periodista Concha.
¡Como se demuestra la pervivencia de lo esencial de la dictadura!
Como queda sobre el relieve de la dura realidad la enorme cobardía de los gobiernos de la Concertación/Nueva Mayoría que no solo evitaron el castigo ejemplarizador a los criminales y sus adláteres, sino que sostuvieron y perfeccionaron lo peor de la inmoralidad tiránica. Entre ellos, la prensa aliada y cómplice de crímenes aborrecibles.
Lo que nos queda por ver es la entrada los comandos clandestinos, la desaparición forzosa, las cárceles secretas y los asesinatos selectivos de políticos opositores.
El fascismo está vivo.
Y su rasgo peligroso es estimulado por la impunidad permitida por los que traicionaron al pueblo y su bien ganado derecho a la alegría pos tiranía.
Y como se ha visto, por periodistas que como Concha, incapaces de discernir entre la ética necesaria en un comunicador de rango decente y sus necesidades personales, por las que es capaz de prostituirse al mejor postor.