Septiembre 20, 2024

Un crimen impune: el asesinato de Monseñor Romero

Los íconos han servido, a través de la historia, para enseñar virtudes. La mayoría de la población en la Edad Media era analfabeta, por consiguiente los santos de yeso y los vitrales servían para mostrar escenas de la biblia, por ejemplo, a Dios se le representaba un “viejito pascuero” y a Jesús como un apuesto joven, rubios y de ojos azules.

 

 

 

Según la iglesia católica, los santos son modelos a imitar y, entre ellos se mezclan algunos delincuentes, cuyo ejemplo es execrable ejemplo  – el caso de “San Pirulís”, José María Escrivá de Balaguer – que no es digno de imitar, y otros como Óscar Arnulfo Romero, apóstol mártir de la no violencia activa, que son imprescindibles.

 

El obispo Romero era tan insípido como monseñor Juan Francisco Fresno – sucesor del cardenal Raúl Silva Henríquez -, “Dios nos ha escuchado” – repetían las señoras de la oligarquía salvadoreña -, pero Romero seguía “el ver, juzgar y actuar”: se acercó a los pobres y a los campesinos, ataviados con la tenida dominguera y, poco a poco se fue empapando   en su lucha cotidiana por sobrevivir en un Salvador signado por la violencia.

 

A la muerte de su amigo personal Rutilio Grande, sacerdote jesuita que compartía su vida con los pobres del campo, otro de los tantos sacerdotes mártires a causa de la violencia de los militares y los oligarcas en San Salvador, Romero se convirtió en un profeta que denuncia sin complacencia la violencia desatada durante la dictadura.

 

Sus prédicas incluían temas cada día más actuales: el domingo antes de su muerte llamó a los militares a desobedecer las órdenes de matar: “Os pido, os suplico, os ordeno cesar la represión…”

 

El martes, 23 de marzo de 1980, iba a celebrar una misa-responso en recuerdo de la señora Sara de Pinto; el día anterior se reunía el equipo de los escuadrones de la muerte, dirigido por Roberto D Aubuisson – posteriormente, fundador del Partido Arena – y además se encontraban el capitán Álvaro Rafael Saravia, el “Negro” Rafael Sagredo, Amado Antonio Garay, (el motorista que condujo al sicario, Antonio Regalado), entre otros.

 

El Plan Piña, como se denominaba la operación, consistía en disparar directamente al obispo, en plena ceremonia, en la capilla del Hospital de la Providencia. El recinto estaba prácticamente vacío, pues se encontraban las monjas y un testigo, acompañado por su padre, quien relató con exactitud la muerte de Monseñor Romero, víctima de un disparo que le llegó directamente al corazón.

 

Como en Chile,  durante la Unidad Popular  se escribía“Yakarta viene”, en San Salvador la consigna rezaba, “Haz patria, mata un cura”.

 

Con el Papa Juan Pablo II, santo protector del pedófilo Marcial Maciel, la causa de santificación de Monseñor Romero se atrasó, pues los mafiosos cardenales del Vaticano no querían reconocer que su martirio era en defensa de la fe y no de la política, y apenas fue declarado beato.

 

 

 

La iglesia exige al menos dos milagros para declarar santa a una persona. Sabemos que con el avance de la ciencia actual cada dìa cuesta más probar los milagros, por ejemplo, hacer que un ciego pueda ver ya lo logra un oftalmólogo, incluso, hacer caminar a un cojo lo logra hoy la Teletón. En el caso de Romero, parece que el milagro incidió en su favor.

 

 

 

En Los hermanos Karamasof de Fiedor Dostoievski, Iván, el personaje Nietzscheano, cuenta que, ante los reiterados ruegos de los hombres, Cristo había decidido venir a Sevilla y, apenas llegó, fue reconocido por la gente. Un anciano le pedía el milagro de que le devolviera la vista y así lo hizo; también llevaron un ataúd blanco, donde reposaba una joven y obró el milagro de la resurrección. Entre medio, pasó “el cardenal inquisidor”, de unos 90 años de edad, y la gente se postró a su paso e hizo que los esbirros apresaran a Cristo.

 

 

 

En la cárcel el cardenal le dijo que sólo había venido a perturbar la paz del pueblo: “Les prometiste a los hombres la libertad y los hiciste desgraciados, si hubieras hecho caso a las tentaciones del demonio – en el desierto – convertirías las piedras en pan, y no decir “no sólo de pan vive el hombre”; los hombres no quieren la libertad, sino el pan y te adorarían si se lo dieras, pues no les importa la dominación si tienen pan…”.(la cita no es literal es un resumen)

 

Monseñor Óscar Arnulfo Romero siguió a Cristo y no al inquisidor: no quiso seguir los dictados de los militares y la oligarquía y optó por los pobres y perseguidos.

 

“Romero de América” es la antítesis de los mafiosos obispos chilenos de hoy, y entre Romero y Ezzati hay un verdadero abismo, como lo hay entre la “ramera de Babilonia” y el auténtico pueblo de Dios, entre las iglesias de los ricos – la de El Bosque, por ejemplo, que Nietzsche llamaba “las tumbas de Dios” – y las humildes capillas de las poblaciones; se ve tanta distancia como el culto de “Mañón” a Jesucristo, sólo “sepulcros blanqueados”, o la podredumbre de un cadáver asesinado por los hombres . Como decía el mismo Nietzsche, “aún se escucha el ruido del sepulturero en su accionar”.

 

Es muy posible que Óscar Arnulfo Romero se convierta en un “santo de palo”, es decir, una de las tantas imágenes que acompañan a los beatos pechoños, que creen que por el solo hecho de postrarse ante una imagen puedan lograr su salvación. Tantas imágenes de yeso, representando a barbudos y pelados, sólo sirven para atiborrar los altares, cuando la verdadera fe se encuentra en el misterio.

 

El diario salvadoreño El Faro ha dado a conocer, en detalle, las declaraciones del capitán Álvaro Rafael Saravia, quien actualmente se encuentra en estado de miseria, una vez huído al ser condenado por el crimen de Monseñor Romero. Es evidente que los implicados directos son el “Negro” Rafael Sagredo, Amado Garay y, sobre todo, Roberto D`Aubuisson.

 

El mismo “comando de la muerte asesinó  a seis sacerdotes jesuitas pertenecientes a la Universidad Centroamericana (UCA). Posteriormente vinieron sucesivas amnistías que han impedido juzgar los crímenes, producto de la guerra civil salvadoreña: Hasta ahora, el crimen del mártir Óscar Arnulfo Romero permanece en la impunidad.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

19/10/2018

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