Brasil inauguró el ciclo de dictaduras militares en América Latina, con el golpe de 1964. Ahora Brasil ha inaugurado un nuevo ciclo de gobiernos antidemocráticos.
La primera vez la ruptura democrática fue posible porque las fuerzas populares eran todavía débiles para resistir a un proyecto golpista que venía articulándose desde el final de los años 1940, con la fundación de la Escuela Superior de Guerra y la difusión de la doctrina de seguridad nacional.
Una izquierda que apenas comenzaba a ganar fuerza de masas, con la extensión de la sindicalización urbana y el inicio de la sindicalización rural. Una izquierda no preparada para enfrentar el golpe, con una creencia total en los espacios legales. El golpe logró apoderarse del gobierno rápidamente, cerró todos los espacios democráticos, intervino en todos los sindicatos; las fuerzas de izquierda, duramente golpeadas, fueron neutralizadas.
Brasil era un blanco importante para el proyecto norteamericano, por el potencial económico que el país tenía, a la vez que por el riesgo, a los ojos de los EEUU, de reproducir focos guerrilleros en el campo, de forma similar a lo que había sucedido en Cuba, por la miseria que caracterizaba las relaciones rurales en el país. La dictadura, después de reprimir el Congreso y el Poder Judicial, pudo convivir con esos organismos, y a la vez con unos medios subordinados al nuevo poder. Comparativamente con las víctimas de otros países que más tarde tendrían dictaduras militares, Brasil tuvo un número sensiblemente menor que Uruguay, Chile o Argentina, como expresión de una izquierda más débil en el momento del golpe militar.
Brasil fue el modelo más perfecto del proyecto norteamericano de la guerra fría en América Latina. Fue donde la doctrina de seguridad nacional fue la más elaborada, por los mismos personajes que, casi dos décadas después, liderarían el golpe militar: Golbery do Couto e Silva y Humberto Castelo Branco. Fue donde mejor funcionó el modelo económico de la dictadura, porque pudo valerse todavía del ciclo expansivo largo del capitalismo internacional, por haberse dado el golpe militar antes del ingreso del capitalismo a su ciclo largo recesivo, lo cual afectaría negativamente a las otras dictaduras militares, instaladas casi una década después.
Brasil fue el país que tuvo régimen militar por más tiempo, 21 años, mucho más que los otros tres países. Fue donde la militarización del Estado ganó contornos más definidos, con las FFAA funcionando realmente como partido militar de las clases dominantes y del imperialismo norteamericano.
La nueva experiencia antidemocrática se inicia también en Brasil, ahora por razones distintas. No por la debilidad de la izquierda y del campo popular sino, al contrario, por su fuerza. Por haber derrotado cuatro veces consecutivas a la derecha, por haber puesto en práctica el modelo más exitoso de democratización social, por hacerlo en el marco de un proceso democrático. Y por contar con el más importante liderazgo político de la izquierda contemporánea: Lula.
En esta nueva fase histórica, el golpe ganó contornos institucionales, con la “guerra hibrida” como estrategia de la derecha en escala regional e internacional. La combinación de la judicialización de la política puesta en práctica por el Poder Judicial, los medios monopolistas y un Congreso elegido por los grandes conglomerados económicos, aliados a iglesias evangélicas, ha permitido la realización en Brasil de la nueva operación antidemocrática de la derecha nacional e internacional.
Brasil vuelve así, más de medio siglo después, a ser el principal escenario de la lucha de clases en el continente. La derecha usa todos sus recursos, la izquierda se vale de toda su fuerza, en un enfrentamiento que no concluye en las elecciones de este año. Porque la extrema derecha, así como la derecha, si se mantiene en el gobierno, mantendrá el modelo económico neoliberal, que ya llevó al agotamiento al aislamiento absoluto al gobierno Temer y lo llevará a un destino similar. Lo cual, esta vez, se acompañará con procesos crecientes de represión, de ahí la apelación a un candidato que propone soluciones de fuerza para los conflictos.
La izquierda, teniendo siempre al PT como su expresión hegemónica y teniendo a Lula como su principal líder, seguirá representando al programa anti neoliberal. Porque Brasil fue también el principal laboratorio de experiencias antineoliberal y pelea por seguir siéndolo.
– Emir Sader, sociólogo y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).