En Brasil estamos ante una elección presidencial que expresa el enfrentamiento entre dos grandes bloques.
El primero –y de lejos el más numeroso– es una magma policial-liberticida canalizada por Jair Bolsonaro –ya prácticamente presidente– que agrupa gran parte de las clases dominantes, la amplia mayoría de las medias urbanas y rurales y vastos sectores entre las mujeres y los afros e incluso trabajadores que aceptan e interiorizan el desprecio de aquello a quienes ven sólo como ricos
. El odio al otro –el negro, los estudiantes, las mujeres– es el aglutinante ideológico reforzado por el creacionismo anticientífico (Bolsonaro cree que la tierra es plana). Como hace milenios, para esa gente sólo son humanos su clan y todos los demás son inferiores, lo que justifica la dominación masculina y de los blancos.
Ese bloque está intentando imponer el apartheid que practica Israel y si Bolsonaro pudo saltar de 17 por ciento de las expectativas de voto a 46 y de ahí casi seguramente a la presidencia es porque moviliza todo el irracionalismo, la rabia y la decepción provocadas por una democracia
parlamentaria corrupta en la que, como cerdos en un chiquero, se revolcaban todos los partidos, incluido el Partido de los Trabajadores que desde hace rato no es más que una mera máquina electoral sin principios.
Esa multitud informe y policlasista no es fascista, a diferencia del nazi-pastor y de su entorno. Busca orden, aunque sea a costa de imponer el de los cementerios, quiere eliminar la inseguridad, la corrupción, el desempleo y si apoyó y compartió la opción fascista es porque enfrente no encuentra a nadie que le ofrezca otro orden, el de los trabajadores, el de un gobierno de los obreros, los campesinos y los sectores populares que reorganice el país, expropie a los banqueros, deje de pagar la deuda, distribuya la tierra improductiva o en manos de los capitalistas soyeros que encarecen la producción de alimentos y arruinan el territorio y el ambiente y garantice la seguridad de todos y el fin de las discriminaciones étnicas, de sexo o de preferencia sexual mediante una red de consejos de productores-consumidores y de grupos de guardias de autodefensa federados que acaben con los grupos de delincuentes.
Brasil limita con casi todas las naciones sudamericanas, podría intervenir en Venezuela o Argentina y posee grandes recursos naturales. Bolsonaro quiere suprimir el Ministerio de Ambiente y quitarles la tierra a los indígenas porque se prepara a dar un golpe de muerte a la Amazonía. Detrás de él está el gran capital financiero internacional y el imperialismo estadunidense. Éstos, con las nuevas tecnologías, ya no necesitan un excedente de mano de obra para bajar los salarios ni mano de obra no calificada ni la educación pública de masas para tener trabajadores productivos. Su brutal política de eliminación de conquistas civilizatorias logradas por las luchas obreras y populares y de continua reducción de los salarios reales y de los ingresos enfrenta fuertes resistencias que se disponen a aplastar mediante la represión, la división de sus víctimas, el retorno de la ignorancia masiva. Preparan además una guerra y ven con preocupación el ingreso de China en el continente. Necesitan un subimperialismo brasileño con un gobierno fascista.
El bloque ambientalista-humanista-social está lastrado por su apoyo al desprestigiado PT. Además, opone al odio al sistema la defensa de una democracia abstracta y al irracionalismo la prédica moral o principista.
No combate un sistema de desigualdad, racismo y explotación recurriendo al solidarismo, a la religiosidad cristiana con su idea original de justicia y caridad ni a la tradición anticapitalista socialista y anarquista de solidaridad de clase, de desprecio por las fuerzas represivas y de fraternidad entre las víctimas del capital (indígenas, mujeres, afros, campesinos sin tierra, obreros desempleados). No llama a autoorganizarse, a ocupar y hacer producir las tierras yermas, a defender los bosques y el agua, a crear en asambleas en cada localidad o barrios comités de autodefensa, de reorganización del territorio, de creación de fuente de trabajo, cooperativas y centros de cultura populares donde se enseñe la historia del Brasil desde el punto de vista popular. No plantea la revocación de los mandatos por los electores, el fin de los privilegios de jueces y parlamentarios, la discusión previa en asambleasde los proyectos que afecten a Brasil y de su política internacional.
En ese bloque lleno de contradicciones el sector constitucionalista de la burguesía teme a Bolsonaro, pero sólo porque éste podría provocar un estallido social si fracasa al cabo de su periodo de prueba, que será corto, dada la rapidez con la que se están amasando los nubarrones de una nueva recaída de la crisis económica mundial.
EL PT y Haddad critican a Dilma y tratan de diferenciarse de su gobierno, pero sin una autocrítica pública y, para colmo, recurren nuevamente a las transacciones con las cúpulas de los partidos que no apoyan a Bolsonaro y no a un Congreso de emergencia obrero-campesino-popular para intentar ganar en la segunda vuelta sectores no fascistas que votaron por el nazi-pastor y organizar la resistencia popular a un gobierno cívico-militar dictatorial con máscara parlamentaria. Habrá que pasarles por encima.