Cada vez que vengo a Chile frecuento algunos amigos cuyo contacto me ilumina e impulsa a seguir viviendo en el respeto de reglas que definieron los sabios de la Antigüedad: no aspirar a nada que no dependa de uno mismo, y disfrutar de cada minuto de la vida porque después de esta no hay otra.
Nadie más luminoso que mi amigo Víctor Pey Casado, cuya sonrisa parecía estampada en su rostro de hombre inteligente, lúcido, culto y amable. Víctor llegó a Chile a bordo del Winnipeg, ese barco improbable que Neruda fletara con plata de los mormones para traer a Chile a los combatientes de la República española derrotados por el nazi-fascismo. Años después Víctor pudo devolverle la mano a Neruda, protegiéndole de la insana represión de Gabriel González Videla y su Ley Maldita. Así, un libertario catalán pudo favorecer la clandestinidad, la fuga y la libertad de nuestro poeta.
La vida de Víctor estuvo llena de episodios que en otras épocas podían llamarse y se llamaban gestas heroicas. Víctor era hijo de un periodista y escritor catalán perseguido en su propia patria, refugiado en Francia y luego en Suiza. Allí, en Lausana, descubrió con sorpresa un monumento a Miguel Servet. “Teólogo y médico nacido en Villanueva de Sigena, provincia de Huesca, en el Reino de Aragón”, me precisó ayer Víctor, cuya prodigiosa memoria estaba intacta a los 103 años de edad. “Mi padre, precisó, escribió un libro sobre Servet”.
Durante más de una hora disfrutamos de una conversación solar, llena de evocaciones alegres, riendo de buena gana. Al punto que me atreví a hablarle algunas palabras en catalán, su lengua materna, para recordar los sindicatos de los tranvías de Barcelona, la CNT, los inolvidables combates que le abrieron la puerta a la República luego asesinada. Le dejé tras un abrazo afectuoso, escuchándole llamarme “pariente”, “pariente”, a pesar de que nuestro apellido común es solo una coincidencia. Le prometí visitarle de nuevo, antes de regresar a Francia.
Hoy por la madrugada murió Víctor Pey Casado. En su sueño impasible, en el sentido etimológico: desprovisto de pasiones como llamaban en la Antigüedad a las angustias, al miedo, al sufrimiento, a la desazón, a la incomodidad consigo mismo. Víctor era alegría y generosidad, concentrados en un Hombre universal.
Tal vez por eso los tramposos del NO le negaron justicia en el tema del diario Clarín. En esta democracia vigilada una voz libertaria como la suya es peligrosa, inadmisible. Ayer al mediodía Víctor seguía confiando en que los numerosos procesos judiciales que le dieron la razón terminarían por doblegar la resistencia de un Estado que protege los intereses de los poderosos pagando con el dinero de todos.
Adeu company, adeu mestre, adeu germà… Espérame amb els braços oberts…