Perdonen pero si a los 81 abriles y medio no recordamos fechas simbólicas para Chile ¿cuándo lo haremos?
Desde el mismo 11 de septiembre de 1973 hasta el 5 de octubre de 1988 el Chile popular y democrático estuvo luchando, a un alto costo, por derrotar a la dictadura encabezada por Pinochet.
El 5 de octubre de 1988 fue la fecha que el tirano se puso para ganar un plebiscito al que llamó en plena dictadura y sin existir registros electorales, porque los había quemado años atrás.
Tenía una ciega confianza en el triunfo. Más que la que tuvo el 11 de septiembre de 1973.
Confiaba en que, abiertos los registros, sus partidarios -todo le indicaba que no sólo eran mayoría (¿cómo iban a ser tan malagradecidos)- sino que se inscribirían mayoritariamente; que su campaña y su poder represivo acumularía mucho más gente, y que la oposición, golpeada por el anticomunismo de parte de la DC y la postura guerrerista y confusa del PC, no iba a ser capaz de inscribir sus huestes, concurrir a los locales de votación y menos derrotarlo.
Nosotros sí lo hicimos. Continuando con nuestra política de masas de los 80 y con el recuerdo de Salvador Allende, el primer demócrata que se opuso el 11 a la dictadura naciente.
La DC, el PPD de Lagos y el PH de Hirsch se inscribieron como partidos legales para oponerse en las urnas (no había otra) y decir NO.
Desde el Comando del NO hubo dirigentes permanentes: Genaro Arriagada, Carlos Figueroa, Enrique Correa y Carlos Montes (Encargado del NO en la Región Metropolitana).
Se llamó a inscribir y se combatió la abstención. Se estableció dos líneas de apoderadas y apoderados del NO (una de la DC y otra del PPD) y un aparataje político y técnico para llevar adelante, desde el Comando del NO en Santiago, el conteo de votos mesa a mesa, en todo el país.
Se convocó a grandes concentraciones. Se hizo una magnífica Franja del NO en una rendija publicitaria de televisión.
No se ganó sólo con un lápiz; fue una lucha heroica y dolorosa, en la que predominó la pelea de masas y la tendencia a la unidad. Hubo antes, e incluso después, miles de muertos, torturados, desterrados, presos y desaparecidos.
El 5 de octubre de 1988 Pinochet fue derrotado en votos, en valor y en organización voluntaria.
Se sembró la esperanza, la certeza, la sensación de triunfo necesaria para una lucha que se entendía difícil y de resultado incierto.
Hicieron crecer la subjetividad de la victoria la franja del NO y la gran última concentración en la Norte Sur, con casi un millón de verdad, desde la entrada del Parque O’Higgins hasta el paradero 25 de la gran carretera, más de cincuenta anchas cuadras. La más grande de la historia de Chile.
La dictadura controlaba la calle, las casas, los diarios, todos los medios de comunicación, todos los municipios, todas las instituciones, los ministerios, intendencias y gobernaciones, todas las fuerzas represivas y contaba con mucho dinero.
Los bombazos, la noche anterior, el 4 de octubre, y los apagones, trataron de amedrentar y limitar la marea libertaria, pero ahora la llama era de verdad la llama de la libertad.
“A la hora del naufragio y de la oscuridad alguien te rescatará para ir cantando”.
Los cortes de luz en la tarde y la noche del 5 de octubre de 1988 (en las calles, en las casas, en las mesas de votación), no importaban, no se notaban, la llama era demasiado potente en jóvenes, en mujeres, en viejos.
El tirano, que empezó a vomitar y a marearse con la abrupta subida del colesterol del miedo y las palpitaciones triglicéridas, quiso resucitar en la noche y ordenó a Zara, hoy en Punta Peuco, preparar sus corvos para salir a la Avenida Bernardo O’Higgins donde estaba el Comando del NO, con sus dirigentes, sus técnicos y sus periodistas.
Pero la historia había cambiado. Ya no estaban detrás los norteamericanos. Ya no había una sola voz en el alto mando. Y hasta los Matthei y los Jarpa quisieron diferenciarse, desligarse un par de centímetros para que el guillotinazo de votos NO alcanzare sólo al milico de los lentes oscuros, el traidor a Prats y al Presidente (a los que asesinó), el ignorante que se creía invencible.
Mi esposa, mi hija y mi hijo menor fueron apoderadas y apoderado del NO en Santiago. Mi hijo mayor, de 23, y yo -por esas cosas del destino- estábamos en las oficinas del Comando del NO en Santiago. Él como técnico en informática y yo como Encargado del Periódico del NO en la Región Metropolitana, donde trabajé con Jorge Rojas (QEPD), Pedro Armendáriz, el gran Jorge Escalante, Tito Palacios, Paty Alfaro y Marianela Ventura. Dos ex presos políticos. Seis personas de izquierda y una demócrata cristiana. Escribíamos y componíamos el periódico en las oficinas de los hermanos Manuschevich, en Tarapacá esquina de San Diego, y lo imprimíamos en la imprenta de Jorge Jaime González.
El 5 de octubre de 1988 no hubo una derrota estratégica y estructural del sistema establecido por la fuerza en 1973 pero éste sufrió su peor derrota en los últimos 45 años. Y la democracia empezó a abrirse paso en Chile. Nunca hubo una cosa parecida.
El NO ganó 56% contra 44%.
La debilidad democrática mayor de los últimos 30 años, desde el plebiscito que hoy conmemoramos, ha sido el retroceso ciudadano. En 1988 votó el 90% de la ciudadanía. Hoy vota el 40%.
En número de sufragios en la última elección presidencial votaron 6.500.000 mientras que 30 años antes, en el gran plebiscito, lo hicieron 750.000 ciudadanas y ciudadanos más: 7.250.000. Y hubo que inscribirse.
Grande el Chile democrático de 1988.