No tomó mucho tiempo en el Frente Amplio el dominio de la ingeniería política propia del sistema que definen como corrupto, elitista y alejado de la gente. Por cierto, todas estas medidas administrativas parecen no considerar el país en el que vivimos, error o limitante de todos cuantos se dicen de izquierda.
Es que el Frente Amplio es un síntoma.
Porque digamos las cosas como son: gran responsable del hoyo en el que ha sido enviado el país es la izquierda.
La ultraderecha ha hecho lo suyo: ha coronado con un éxito impensado hasta para los más delirantes optimistas el proyecto que se instaló sobre los escombros de La Moneda y los cadáveres de miles de compatriotas.
La dictadura continúa, aunque por otros medios menos invasivos.
El paso arrollador de las ideas más abyectas e inhumanas ha sido posible porque los únicos que podrían hacerle frente con decisión y sobre la base de una estrategia de horizonte elevado, es la izquierda nacida, criada y empujada desde las principales víctimas el orden que sufrimos: los trabajadores, los estudiantes, los pobladores, los mapuche, los jóvenes, los artistas, los jubilados…
Resulta del todo extraño que desde estos sectores en los cuales se cuentan por miles los dirigentes que asumen el legado heroico de Allende, que entienden a cabalidad la solidaridad entre los pueblos, que saben que la superación del neoliberalismo requiere de una estrategia de gran magnitud impulsada por grandes mayorías, no se haga nada.
En nuestro país ser de izquierda es lo que cada uno entiende por eso. Y lo que resta es dibujar un logo y declarar en lenguaje inclusivo en nombre de todas y todos. Aunque luego se obre precisamente en contra.
Resulta curioso, peligroso e irresponsable que desde la izquierda del mundo social no emerja aún una propuesta que permita reinventar la fe dormida.
Una izquierda sin los trabajadores será siempre un organismo en el que faltan dos pies y un brazo.
Va llegando la hora de que la izquierda que ha impulsado las luchas de las víctimas del neoliberalismo asuma de una vez por toda su responsabilidad.
Y que sea capaz, además de interpretar la justeza y necesidad de las peleas parciales que se dan ante la embestida brutal de todo el egoísmo, de construir la idea de un destino diferente al que hoy se impone como inmodificable, eterno y único.
La izquierda consecuente y muda, debe apuntar a la construcción de un instrumento político diferente a la fragmentación que significa crear partidos minúsculos de nicho y receta.
La enorme cantidad de dirigentes y ex dirigentes de organizaciones sociales, sindicales, gremiales y culturales, genuinamente de izquierda que esperan a lo largo del país, deberían proponer una idea capaz de seducir a millones y trancar el avance del orden por la vía de darle sentido político a la lucha reivindicativa de esos millones.
Esa izquierda que espera debería convocar a la gente a un gran movimiento que utilice también las herramientas institucionales para llevar la pelea a todas las instancias. A hacer efectiva nuestra porción de soberanía y no regalarla buenamente a quienes una y otra vez han traicionado esa confianza.
Resulta necesario disputar el espacio electoral y hacerlo coincidir con el escenario de la calle, de la huelga, de la toma y de la pelea por la defensa de los derechos y las reivindicaciones.
¿Por qué dejarles en bandeja un espacio que legítimamente corresponde a los sectores populares? Pocas cosas con tanta potencia como el voto mayoritario con sentido político, entendido como una forma de movilización popular.
Nos han hecho creer que las elecciones no van con las ideas radicales de la izquierda. Que no son una herramienta para enfrentar al capitalismo salvaje que arrasa con la vida en el planeta, que todo lo resuelve algo no muy bien definido que se nombra como movilización, pero que se reduce a marchas cada vez más estériles.
Una movilización popular decidida a enfrentar al sistema parte por la convicción de señalar un camino más allá del horizonte y que involucre a cada paso las herramientas necesarias para avanzar.
Chile sufre de capitalismo en un estado avanzado.
La gente común se arracima en las márgenes de las ciudades, se asfixia de egoísmo en las llamadas zonas de sacrificio, se infecta de enfermedades en lagos y ríos contaminados de irracionalidad, sufre de deudas y abusos, agoniza de banqueros inescrupulosos y de bandas de ladrones con charreteras.
Y es apaleada puntualmente por tropas brutales que fungen como brazos seculares de los poderosos.
La lucha electoral complementada con la lucha social en una perspectiva estratégica de una sociedad diferente, resulta una herramienta de gran magnitud. A la rabia acumulada de la gente le hacen falta espacios en los que esa bronca no se diluya en espejismos.
Movilización de verdad, es decir, procesos de lucha que no sean solo la marcha ritual, sino aquellos capaces de seducir a millones tras una idea de poder, uno de cuyos recursos sean la incursión masiva y decidida en todos los procesos eleccionarios, pueden cambiar los escenarios y las correlaciones de fuerzas.
Se trata de hacer la diferencia entre la ingeniería política de conveniencia, la esgrima de pactos, acuerdos traiciones y renuncias.
Se trata de eso, pero de mucho más.