Noviembre 15, 2024

Por qué estamos en La Haya

El éxito editorial de la Historia de Chile, de Francisco Antonio Encina, ha logrado el milagro de provocar un sentido común, racista y decadentista, que es repetido, año a año, mes a mes, por la Prensa de derecha. No puedo negar que la historia novelada y llena de anécdotas del historiador del Fundo del Durazno, de Talca, es mucho más entretenida que la positivista Historia de Chile, de Barros Arana; el historiador, resucita épocas pasadas, no es ningún investigador, ni un archivero, como diría el  historiógrafo de Talca.

 

 

Cuando Encina habla de límites con Argentina, Bolivia y Perú, surgen todos sus prejuicios racistas; según él, los mapuches son un pueblo que aún permanece en la edad de piedra pero, afortunadamente, en nuestro país predominó la sangre goda; en Bolivia, por el contrario, sólo el 15% es blanco, en un mar de aymaras y mestizos; Encina no podía evitar citar al más racista de los escritores latinoamericanos: el calvo Domingo Faustino Sarmiento, el autor de la famosa obra Facundo y la lucha entre la civilización y barbarie: “Hacía ya muchos años que regía a Bolivia el cholo cuya duplicidad inspiró a Sarmiento esta célebre frase: a los bolivianos hay que saludarlos en plural para que no se resienta el diablo y la mentira…” (Encina, 1963).

 

            Encina era un genio del plagio: muchas de sus ideas fueron copiadas del nacionalista Nicolás Palacios, aquel que sostenía que los mestizos eran rubios, producto de la relación entre le gótico y los mapuches. Frases como “el egoísmo nacional o la superioridad de la raza chilena” no eran, en absoluto, originales del historiador del Piduco. Jaime Eyzaguirre es también un historiador connotado en temas de las relaciones con nuestros vecinos: se declara hispanista, admirador de la España de los Austrias, escribe sus principales obras cuando España estaba gobernada por Francisco Franco y los asquerosos curas inquisidores quienes, en nombre de Dios, asesinaban a quienes no pensaban como ellos, algo así como la pareja de reaccionarios de curia romana, Jorge Medina Estévez y Alfonso López Trujillo. Esta retrógrada posición de Eyzaguirre lo lleva a un nacionalismo tan exaltado, como el de Encina.

 

 

            En la Colonia, las minas de Potosí llenaron de plata a la dominación española: el Alto Perú era millonario y Chile, la tierra miserable de los “rotos” que siguieron al tuerto Diego de Almagro. La Audiencia de Charcas perteneció siempre al virreinato del Plata; en la Independencia, Chile era la estación de San Rosendo, camino a Concepción, es decir, el Alto Perú; a San Martín le interesaba, principalmente, el dominio del virreinato del Perú, con el propósito de disputar la corona de olivo, con Bolívar; en Guayaquil se resolvió esta disputa a favor del Libertador de América, Simón Bolívar, quien mira desde Potosí los miles de kilómetros recorridos y el esfuerzo sobrehumano para sellar, en Ayacucho, la libertad de América: de la cumbre al hoyo media muy poco tiempo y espacio.

 

            Siempre surge, en los mejores momentos el mediocre leguleyo, heredado de la Colonia, el bachiller Sansón Carrasco, que quema los libros de caballería de don Quijote: Francisco de Paula Santander, mucho mejor burócrata que general, llamado “el hombre de las leyes”, separa a los blancos cachacos, de la anárquica Venezuela, dirigida por el guerrillero Juan Antonio Páez, llamado “el león de Apure”. De ahí para adelante la América bolivariana se desperdiga: en 1825, el mariscal Antonio José de Sucre funda Bolivia, desobedeciendo a su protector, Simón Bolívar. Bolivia nace con el sino de la desgracia: cuatro presidentes seguidos asesinados, incluso, Sucre es ultimado en Pasto, camino a Bogotá. Bolivia queda bajo el protectorado de Andrés Santa Cruz, que pretende rearmar el imperio inca; hacia adónde voy?, Ecuador o Chile. Nuestro país estaba dominado por el peso de la noche de Portales, es decir, la mansedumbre absoluta de los borregos antes de ir al matadero. Personalmente, dudo que hayamos superado alguna vez esta siesta colonial.

 

            Portales era un dictador cruel, nunca perdonó a sus enemigos: nuestro héroe nacional, Bernardo O´Higgins, nunca pudo regresar al país y murió en el exilio; Ramón Freire también estuvo condenado al destierro. Chile triunfó en una guerra contra la federación Perú-boliviana; la última batalla, la de Yungay, según nuestro historiador Encina, fue el descubrimiento del sentido patriótico nacional chileno: el indio, el peón, el huaso, se convirtieron en nuestros feroces soldados y, como tales, en el mito del “roto chileno”.

 

            El desierto de Atacama era el Sahara, que separaba el altiplano del mar, según el diplomático y, posteriormente, presidente de Bolivia, Mariano Baptista, pero el desierto tenía el guano y el salitre. Ahí surgieron los ambiciosos piratas de la pérfida Albión, (Gran Bretaña), una mezcla de la casa Gibbs con el banco Dreyfus del banco de Valparaíso, con Thomas North, más el famoso capitalismo aventurero, admirado por Encina, de los Pérez Rosales, los Ossa y los Puelmas, todos aleados dominaron el desierto, transformando el salitre en un tremendo negocio capitalista.

 

            Bolivia siempre creyó tener, de hecho, a Arica y lo reivindicó, históricamente, frente al Perú, que negó a acceder a esta petición. Cuando Bolivia estaba a punto de declarar la guerra a Chile, España, en una estúpida acción, se apropió de las islas chibchas, en Perú, nuestro país, con base en  un espíritu americanista, heredado de Francisco Bilbao y Santiago Arcos, declara la guerra a España, que termina con el bombardeo a Valparaíso. En 1866, Carlos Walker y Mariano Baptista acuerdan un Tratado que plantea como límite entre los dos países el paralelo 24 y fijan una libertad aduanera entre le 23 y el 25. En 1874, el tratado Vergara Albano y Melgarejo mantiene el paralelo 24 como línea límite.

 

            En Perú, el presidente Prado  ha colocado su país a punto del default: los prestamistas Dreyfus se muestran implacables y los bonos del salitre pierden su valor en un 70% ante la nacionalización de la industria; es ahí donde los buitres, como North, la Casa Gubbs, Dawson, el banco de Valparaíso, la Compañía Explotadora de Antofagasta, se lanzan a comprar y acumular bonos, a precio de huevo, del leproso Perú. Un pacto secreto de defensa mutua unía a Perú y Bolivia y se pretendía extenderlo hasta Argentina; el origen de la guerra del salitre es puramente económico e Hilarión Daza, dictador peruano, impone un impuesto de 10 centavos al salitre, provocando la ocupación chilena de Antofagasta y la declaración de guerra a Bolivia y Perú. Bolivia duró unos pocos meses en guerra, retirándose al altiplano.

 

            El presidente Domingo Santa María era un personaje autoritario y de salidas muy especiales: reconoció los bonos salitreros del Perú, pero exigió el pago del 50% Fob, por quintal puesto en puerto; como usted ve, querido lector, hasta los oligarcas eran más patriotas que los plutócratas actuales, que permiten que empresas canadienses y australianas roben  nuestro cobre y que vayan  dejando un hoyo de inequidad y explotación tanto o peor que el de la Anaconda; el 3% es ridícula, sino que ofende la dignidad nacional; para qué hablar del  proyecto Pascualama  y la consiguiente destrucción del medio ambiente.

 

            En 1895, Bolivia estuvo a punto de poseer Tacna y Arica, que Chile prometía regalar si estas provincias votaban a su favor, pasando a pertenecer a la soberanía chilena, que luego sería traspasada a Bolivia; si no resultaba, Chile le entregaría a Bolivia la Caleta Vítor e, incluso, se visualizó la posibilidad de legar Camarones o Pisagua. Los doctores de Chuquisaca desaprovecharon la oportunidad, buscando las cuatro patas al gato, por lo demás, Perú no podía estar muy contento, pues esperaba recuperar las cautivas Tacna y Arica.

 

            Nicolás Piérola, presidente del Perú quería convertir a Bolivia en la Polonia del Cono sur y repartir su territorio entre Chile, Argentina, Perú y Brasil; así se darían por zanjados todos los problemas limítrofes. Federico Errázuriz Echaurren, el presidente putero, tenía esa rara cualidad puramente chilensis que se llama macuquería: una manera de defraudar al fisco y a las personas, persiguiendo ser alabado como inteligente; fue siempre la forma de actuar de nuestros grandes señores y raja diablos. Con pillería se puso de acuerdo con los argentinos y se abrazó con el cortacabecitas negras, general Rocka, en el Estrecho de Magallanes y así se despreocupó de las sutilezas de los doctores de Chuquisaca.

 

            En 1904, Chile firmó un Tratado de paz y amistad con Bolivia, por medio del cual Bolivia renuncia a toda posesión marítima, recibiendo en compensación la construcción del ferrocarril Arica-La Paz y el pago de cinco líneas del ferrocarril, dentro del territorio boliviano; Chile se hace cargo de la deuda boliviana y abre cinco puertos del norte al comercio de los productos del altiplano. El Tratado llevaba un protocolo secreto en el cual prometía a Bolivia ceder Tacna y Arica si los bolivianos apoyaban a Chile en el plebiscito. En 1921, Bolivia reclama ante la Liga de las Naciones, sosteniendo que el Tratado de 1904 fue firmado bajo presión. Mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña y don Agustín Edwards Mc defienden la causa chilena, evitando la intervención de la Liga.

 

            En 1929, Augusto Leguía y Carlos Ibáñez llegan al acuerdo de repartir Tacna y Arica: la primera para los peruanos y, la segunda, para los chilenos. Los doctores de Chuquisaca quedan, de nuevo, marcando ocupado; en 1888, Bolivia cede a Argentina la puna de Atacama, contra la posesión de la provincia de Tarija, hoy propietaria de la mayor parte del gas natural, dejando a Chile y a Argentina el tema de resolver las fronteras, en base a las altas cumbres y el divorcio de las aguas; en 1930, Chile estuvo tentado en ayudar a Bolivia, en la famosa guerra del Chaco, y Argentina lo hizo a favor de Paraguay. En los años 70, el presidente Salvador Allende y su canciller, don Clodomiro Almeida, buscaron la forma de satisfacer la demanda boliviana; en 1975, los dictadores Banzer y Pinochet acordaron que Chile entregaría un corredor, a diez kilómetros de Arica, a favor de Bolivia que, previamente, debería ser aceptado por Perú, como lo estipulaba el Tratado de Lima, de 1929. Nuevamente se pierde la oportunidad.

 

           

 

            En el tema eje del presente artículo, como nunca hay buenas posibilidades de resolver el tema de mediterraneidad de Bolivia y como en Tratado de 1904, se pueden buscar compensaciones económicas respecto de cesiones territoriales, por ejemplo, precios privilegiados respecto al gas y seguridades energéticos. No cabe duda de que Chile no puede cortar su continuidad territorial, pero puede considerarse la famosa franja, a diez kilómetros de Arica, previo acuerdo con Perú; incluso, no quedan excluidas compensaciones por parte de Bolivia, de carácter territorial. Como podemos ver, existen muchas posibilidades de llegar a un acuerdo si el diablo de los doctores de Chuquisaca o los inefables nacionalistas chilenos no meten la cola.

 

Evo usa a los viejos de babero para reelegirse por tercera vez. No me gustan los autócratas sean de derecha o izquierda. Viva la acracia.

 

 

 

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

26  09  2018           

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