La inminente elección en Brasil es clave para el futuro de América Latina y el Caribe. El próximo 7 de octubre se dirimirán posiciones de poder político en las cámaras legislativas, las gobernaciones y se definirá – ante la improbabilidad que alguien consiga mayoría absoluta – quienes serán los candidatos que pasarán a segunda vuelta (28/10) para consagrar presidente y vice.
¿Por qué es tan importante esta elección para Brasil?
El poder establecido logró desplazar en 2016 con un golpe parlamentario a la presidenta Dilma Rousseff, cortando un segundo mandato constitucional obtenido en la elección de 2014 con más de 54 millones de votos. Se consumaba así la ruptura de trece años de gobierno encabezado por el Partido dos Trabalhadores (PT). Su líder, Luiz Inácio Lula da Silva sería paralelamente objeto de persecución judicial y condena sin pruebas con el objeto de inhibir su candidatura presidencial en 2018.
Un importante sector de la elite brasilera junto al monopolio mediático apoyó la ofensiva de jueces y fiscales con asesoría norteamericana para liquidar el proceso progresista. A ello siguió un programa de ajuste en la inversión social, privatizaciones y regresión de derechos adquiridos.
Sin embargo, asentado en el golpismo, la traición a su alianza electoral y un programa severamente antipopular, el gobierno Temer no logró concitar el apoyo de la población, colocando al proyecto neoliberal en una zona de riesgo.
De allí que las derechas del país, ante la debilidad de las figuras de los partidos tradicionalmente cercanos al capital (PSDB y PMDB) y en un reflejo similar al que produjo el golpe de 1964, acuden al ejército y a candidatos de sus filas para neutralizar la reacción popular, ya sea a través de la represión o intentando canalizar un sentir agredido por la sistémica corrupción empresarial del aparato político.
A esta arremetida frontal del poder económico se suman fuerzas retrógradas, que irracionalmente pretenden que el mundo gire al revés y la historia vuelva atrás. De este modo, el neofascismo se personifica vociferando contra el avance de los derechos humanos de las mayorías. La discriminación de los negros y de las mujeres, el ataque a las diversidades sexuales, el revanchismo y el odio, la represión, el orden sin progreso social son la bandera que levanta el ex capitán del ejército y diputado federal durante siete mandatos consecutivos Jair Bolsonaro.
El para muchos innombrable, cosecha apoyo también en algunos sectores medios resentidos ante el escalón de ascenso social que lograron los gobiernos de Lula y Dilma. La real igualdad de oportunidades, ésa que predican falsamente sin cesar desde el púlpito del liberalcapitalismo, en realidad los horroriza. Se agrega a ello, el ciertamente alto índice de delito que padecen las urbes brasileras con una fuerte concentración de población pauperizada. Población que debió migrar de la desertización nordestina producto de la hiperexplotación del suelo por la industria cauchera y atraída por la emergente esperanza industrial de la mitad del siglo XX, hoy también en franco deterioro.
Frente a este proyecto neoconservador y represivo, la izquierda – si bien concurre a la primera vuelta con más de una candidatura – se apoya fundamentalmente en el enorme peso electoral del candidato proscripto Lula, para llevar a Fernando Haddad a la presidencia del país.
El candidato de Lula, ministro de educación entre 2005 y 2012 y posteriormente alcalde de São Paulo, es acompañado en la fórmula por Manuela D'Ávila, periodista de 37 años. El contraste es más que evidente frente al candidato a vicepresidente de la extrema derecha, el general retirado Hamilton Mourão, de 65. Ambos son sin embargo “gaúchos” – los dos oriundos de Porto Alegre – probablemente lo único que comparten.
El lema de la candidatura lulista es “Hacer al Pueblo feliz de nuevo”, en evidente alusión a retornar a la recomposición de la situación social de las mayorías postergadas. A los habituales lineamientos del progresismo de generar crecimiento económico por redistribución y ampliación del mercado interno, dar impulso a las obras de infraestructura, combatir el hambre con apoyo directo, la ampliación educativa y la gestión pública de recursos estratégicos, el programa de gobierno de Haddad agrega un fuerte compromiso con el mundo social, con los derechos de las mujeres, los negros, el campesinado, las colectividades de la diversidad sexual y los pueblos indígenas.
Dos visiones de mundo y de país absolutamente contrapuestas polarizarán a un electorado que elegirá entre dos emociones existentes en su interior: el odio y el amor.
Una elección legislativa fundamental pero poco auspiciosa
Al mismo tiempo, será muy importante el resultado de la elección parlamentaria, ya que ésta facilitará o dificultará la tarea ejecutiva.
Dominada por clanes nepotistas, aliados al latifundio y una fuerte bancada evangélica, con una mayoría masculina, blanca, rica y muchos parlamentarios con más de 50 años, la cámara de diputados no es en nada representativa de la demografía brasilera.
Cuatrocientos ocho de sus 513 integrantes optan por competir por la reelección y es probable que muchos de ellos lo logren. Por otro lado, las candidatas mujeres constituyen poco más del 30%. Con ello, la imprescindible renovación de género y generación, la necesaria desconexión parlamentaria de la influencia directa del mundo ruralista y empresarial, resultará muy difícil.
Aún así, una multitud de candidatos se dispone a alcanzar una banca parlamentaria. Para el Senado, que renueva dos tercios de su composición, 358 competirán por 54 sitiales. En lo referente a las diputaciones federales, 8595 aspiran a ocupar alguno de los 513 puestos. En las elecciones estaduales (Brasil es un estado federativo) compiten 17951 por 1035 lugares.
Los partidos que más postulantes inscribieron son el PSL de Bolsonaro, el PSOL, que lleva como candidato a presidente a Guilherme Boulos, referente del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) y el PT.
Aunque el arrastre de votos de las candidaturas mayoritarias y el impulso de candidatos de la base social puedan lograr que algunas caras nuevas ingresen al parlamento, es de esperar que la composición actual de las cámaras – que posibilitó el golpe y reformas constitucionales regresivas – no varíe radicalmente.
¿Por qué es tan importante esta elección para América Latina?
Brasil es el país más grande de América Latina por extensión, dimensión poblacional y económica. Por su peso específico, lo que ocurre allí transforma por completo el panorama regional.
Un triunfo de Haddad representaría, luego de la victoria arrasadora de López Obrador en México, la posibilidad de reconstruir un nuevo eje progresista, contrario al belicismo y favorable a la concertación diplomática de diferencias, lo que echaría por tierra la estrategia agresiva actual de los Estados Unidos y la OEA con el claro propósito de recomponer su área de influencia en América Latina y el Caribe.
Por otra parte, la victoria del candidato de Lula constituiría un renovado impulso al proyecto de integración regional, conduciendo al fortalecimiento de la UNASUR y la CELAC, mecanismos hoy virtualmente paralizados por el servilismo de gobiernos conservadores. Si vence el fascismo, incluso el Mercosur estaría en riesgo.
De ganar la candidatura de Bolsonaro, las apetencias de tutela militar y la emergencia de personajes fascistas podrían proliferar en toda la región. El campo para ello ha sido sembrado con la supuesta “lucha contra la corrupción”, con la que estrategas estadounidenses apuntan a estigmatizar a los gobiernos populares – y al Estado y la política en general – para desterrar toda posible resistencia orgánica y pública al avance de sus multinacionales.
Dicha estrategia fue sellada en la última Cumbre de las Américas en Lima y gana popularidad en pueblos asediados por situaciones políticas de altísimo desprestigio como, por ejemplo, las que atraviesan Perú o Guatemala.
Por lo demás, en el marco de un empeoramiento de los indicadores sociales y la exacerbación de la exclusión, la delincuencia crece y con el delito, aumenta la sensación de inseguridad y el clamor represivo. De no haber transformaciones de fondo, el fenómeno delictivo tenderá a ser creciente y permanente por la dirección financiarista, no productiva del capital, el crecimiento del trabajo precario y la disminución salarial aunados a la cruel presión publicitaria hacia los prestigios del consumo suntuario.
En Brasil, precisó el economista Marcio Pochmann en entrevista a Brasil de Fato, hay casi 28 millones de personas buscando trabajo, un 27% de la fuerza laboral total.
El desvencije institucional, la asfixia social, la interesada mediatización del fracaso político y la falta de utopías colectivas revolucionarias podrían abrir el camino a la aparición de personajes fascistas en toda la región, al fatídico retorno de la tutela militar o a ambas a la vez, como se muestra en el caso de Brasil.
Detener la emergencia fascista
Exponentes de la misoginia y el racismo como Bolsonaro pretenden emular la senda de Trump y apelan a motivos cavernarios para enrolarse en el movimiento de extrema derecha que hoy avanza con fuerza en el mundo.
El fascismo global surge como etapa del hipercapitalismo radical que exige orden en un mundo en vertiginosa degradación social y ambiental, producida por su voracidad ilimitada. Ante la justa reivindicación popular de derecho a la subsistencia digna, la represión y los ejércitos aparecen como el último recurso, como la policía de las multinacionales.
Los nacionalismos aparecen también como reacción a un globalismo cruel, a un imperialismo feroz, que ha pretendido socavar todo sostén de identidad propia para vender las baratijas de una industria cultural uniformante.
Al mismo tiempo, las grandes transformaciones sufridas en las últimas décadas en el paisaje social, los acelerados cambios en la tecnología, en los hábitos, el declive de instituciones perimidas, pero sobre todo, la incertidumbre hacia el futuro, ha puesto a las personas en situación de alta inestabilidad.
Azotada por el vértigo y la exclusión, tal como ha sucedido en otras ocasiones de la historia, el alma humana busca desesperadamente sosiego en un pretérito idealizado, en un regreso imposible, en un grito desgarrador por no perder o haber ya perdido el tren. Con ello se abre la puerta a las falsas proclamas de quienes sustentan valores ya superados por la dinámica histórica, pero que proporcionan consuelo a la conciencia arrasada por los acontecimientos.
En el mismo sentido, la disolución del tejido social, el imperio del individualismo, la soledad y la vacuidad de sentido extreman la necesidad de contención colectiva, terreno fértil para que opciones involutivas pretendan compensarla.
Por otro lado, la mundialización en curso, la inédita interconexión entre las culturas del mundo abona la extrañeza y el anhelo por un paisaje monocromático que ya no existe. Sensación que es aprovechada por los pregoneros de la xenofobia, interesados en desviar las raíces del problema social descargándola sobre los migrantes.
Se configura así un cuadro pre fascista de alta peligrosidad, que nos lleva a alertar y a actuar sin dilaciones. Una fuerte utopía alternativa debe abrirse paso y dar respuesta.
¿Qué puede pasar en la elección en Brasil?
En lo concerniente a la carrera presidencial, Fernando Haddad, señalado por todos los pronósticos como un candidato en ascenso, crecerá hasta absorber un buen porcentaje del voto Lula, en la medida en que su figura y su misión sucesora se haga más conocida. Esto alcanzará para situarlo en la segunda vuelta electoral.
Por su parte, Bolsonaro también pasará a la etapa definitoria concentrando un voto duro, probablemente impermeable a toda razón o alternativa.
Los militares y los publicistas de la extrema derecha intentarán extorsionar a la sociedad presentando la opción falaz de su candidato “o el caos” – algo similar a la campaña sucia contra López Obrador en la elección de 2006, a quien tildaron como “un peligro para México”.
En las tres semanas entre primera y segunda vuelta, cundirá una vez más la basura en las redes y la manipulación en los medios. El mundo empresarial y sus candidatos neoliberales estarán divididos, como sucede hoy en la interna capitalista estadounidense. Son hay duda alguna que, el capital colocará sus exigencias “irrenunciables” a uno y otro contendiente, barnizando sus intereses con una supuesta “gobernabilidad económica”. Aunque algunos declaren públicamente su “prescindencia” formal, querrán co-gobernar en ambos casos presionando al parlamento.
Pero la verdadera decisión la tendrá el pueblo brasilero.
Por eso, la movilización y la conciencia popular serán los factores determinantes para impedir la tragedia fascista primero, y para lograr verdaderas transformaciones en beneficio de las mayorías después. Y no solamente en el Brasil.
-* Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.