Según Enrique Mac Iver, Chile había heredado en la guerra del salitre “la peste peruana”: el país se había enriquecido pero, a su vez, padecía una grave crisis moral. “No somos felices” – decía el político radical – al comenzar su conferencia en el ateneo en 1900. Chile cobraba el 40% por tonelada de salitre a las empresas extranjeras y nacionales, lo que significaba muchos ingresos para el fisco y permitía, a su vez, que los políticos se lo repartieran sin pagar impuestos a la renta ( Chile era un paraíso fiscal sin impuestos).
En el petitorio de los militares, en 1924, estaba incluido el apresurar la aprobación del impuesto a la renta, pero fue borrado debido a la presión de la derecha.
Chile había ganado la guerra del salitre, no sólo gracias al apoyo inglés, sino también a la labor de los ministros civiles Rafael Sotomayor y José Francisco Vergara, quienes administraron los pertrechos necesarios en la guerra del desierto. El general Manuel Baquedano, comandante en jefe del ejército, era bastante limitado intelectualmente – incluso, las niñas Pinto se reían de él y hacían bromas como por ejemplo, encerrarlo en el baño. Su única destreza militar era el atacar de frente, poco importaba cuántos murieran en las batallas, pues al fin previamente eran destinados a convertirse en carne de cañón.
El Presidente de Perú, de ese entonces, Mariano Ignacio Prado, era dueño de varias minas de carbón en Chile – basta leer la obra de Víctor García Belaunde para probar que el Presidente privilegiaba sus intereses económicos en Chile antes que dedicarse a la defensa del Perú -. El dictador Nicolás Piérola tiene bastante responsabilidad en la ocupación de Lima por parte del ejército chileno. (No supo aprovechar la borrachera del ejército chileno después de Chorrillos para aniquilar a todos los soldados beodos).
En nuestro país se ha creado, por parte de los historiadores de derecha, el mito de que el Presidente Aníbal Pinto salió tan pobre al finalizar su mandato que se vio obligado a trabajar como traductor – esta afirmación es bastante discutible, pues no sabe el número de acciones que poseía de las minas de carbón de Lota -Hoy, la gente se extraña por las bajas penas que contiene el Código Civil respecto al delito de soborno y cohecho, cuando la oligarquía ha considerado estos delitos como acciones virtuosas para que “los rotos, por medio de las urnas se apropien del poder” – decía el Presidente Domingo Santamaría -; así, el cohecho no era más que un correctivo del “funesto sufragio universal” – enseñaba a sus alumnos, en la Escuela de Derecho, el profesor José María Cifuentes -.
Hasta el triunfo del bando parlamentario, en la guerra civil de 1891, el Presidente de la República elegía a su sucesor que siempre ganaba las elecciones. Don Abdón Cifuentes, Ministro de Educación en 1871, le preguntaba al Presidente Federico Errázuriz Zañartu:
“¿Cuándo podremos tener verdaderas elecciones? Nunca – me respondió el Presidente -. Es muy doloroso para mí oír eso. Yo creo sinceramente en las ventajas de la República, pero con las máquinas electorales que aquí se usan las elecciones y la República son una simple comedia. `Es que usted mira las cosas de tejas arriba y en política es preciso mirarlas de tejas abajo`. Siento, señor, disentir de su opinión. Yo creo que en política, como en todo, debe reinar la verdad y la justicia. Comencé a notar que mis contradicciones le chocaban, le molestaban. `¿Pero es usted tan inocente, me dijo, que no ha visto que todos los partidos compran esa papeleta (calificación para tener derecho a votar) y hacen votar con calificaciones ajenas?` Sí, señor, lo he visto y lo deploro, pero hay una diferencia: que los partidos las compran, mientras que el gobierno tiene fábrica gratis de ellas y lo que más me mortifica a mí es que el mal ejemplo venga de arriba; porque se extiende como mancha de aceite sobre las capas inferiores. ¿Qué esperanza puede quedarnos de que se moralicen los actos electorales y de que los ciudadanos cumplan las leyes, si nosotros somos los primeros que las violamos?. El mal humor de SE subió a tal punto que se le desbocó el caballo y me lanzó este brulote. `Es usted muy cándido. Señor, le contesté, prefiero ser cándido a ser pillo`”. (Cifuentes, 1936; tomo II; página 69-70). Citado por Felipe Portales, 2004:54. Citado también por Gonzalo Vial y por otros historiadores-
En esa misma época los Presidentes elegían la totalidad del Senado y de la gran mayoría de los miembros de la Cámara de Diputados. Asimismo, los jueces de los Tribunales de Justicia se repartían entre los partidos políticos gobernantes. Hasta muy avanzado el siglo XX hubo partidos especializados en la distribución y dominio del Poder Judicial, (en 1910 el Partido Liberal Democrático era el dueño de los Tribunales de Justicia).
Los vencedores de la guerra civil impusieron la ley de Comuna Autónoma, por la cual los municipios realizaban, entre funciones, la inscripción de los electores. En 1891 el gobierno ya no intervenía en las elecciones, que se decidían gracias al acarreo y al cohecho. Cada cargo tenía un coste económico: para ser Presidente de la República habría que contar como mínimo, con un millón de pesos de la época; para senador, 700 mil; para diputado, 500 mil y para regidor, 100 mil pesos.
En las elecciones los campesinos votaban por su patrón o el candidato de éste: por ejemplo, don Fernando Lazcano fue senador sempiterno, y tenía dos predilectos para el cargo de diputado, Manuel Rivas Vicuña y Arturo Alessandri Palma. En las ciudades, el “roto!” era comprado entregándole, por ejemplo, la mitad de un billete y el resto al final de la votación. Según Manuel Rivas Vicuña, en su Historia política parlamentaria, los electores se enojaban cuando se ponían de acuerdo los políticos y no se realizaban las elecciones, por consiguiente, no recibían dinero del cohecho.
Los patrones, generalmente, contrataban a “matón”, quien golpeaba al primer elector en la cola, de esta manera aterraban al resto de los cohechados, Eran común que votaran los muertos, aún muchos de ellos inscritos en los registros electorales hasta hoy.
Para ser candidato había que ser dueño de fundo, o bien, miembro del directorio de un Banco; también había algunos aristócratas pobres, que carecían de fundos y dinero – el caso de don Abdón Cifuentes, eliminado de las listas del Partido Conservador por carecer del peculio necesario para ser candidato a senador, y
Reemplazado por uno de los Matte Pérez, que sì contaba con muchos recursos -.( ver Vial)
Como aspirar al Congreso costaba una fortuna y no recibían dietas – lo decíamos en el artículo anterior – era necesario utilizar el cargo, una vez electo, para repartirse los bienes fiscales, especialmente, las vetas salitreras y las tierras de la concesión de Magallanes.
Arturo Alessandri, un aristócrata e hijo de inmigrantes, según el historiador Ricardo Donoso, descendiente de titiriteros italianos, en una primera etapa de su carrera política predilecto de la derecha, se fue enriqueciendo gracias a su oficio de abogado, que lo utilizaba – como muchos otros – para defender los intereses de las grandes empresas salitreras. Sus rivales lo acusaban de ladrón y de haber adquirido su casa, en la Avenida Alameda, con dineros mal habidos.
(En el próximo capítulo, la segunda parte de la canalla dorada, en que se prueba que don Arturo Alessandri era tan “buen amigo de sus amigos” que terminó por enriquecerlos con el dinero fiscal, en plena época de crisis del salitre).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
11/09/2018
Bibliografía
Portales Felipe Los mitos de la democracia Chilena. Desde la conquista a 1925
Catalonia ,2004
Gumucio Rafael Apuntes de medio siglo Cesoc Chille – America 1994
Gumucio Rivas Rafael Chile entre dos centenarios
Polis Vol 4 n 10 2005
Rivas Vicuña Manuel Historia política y parlamentaria 1938
Vial Gonzalo Historia de Chile (1891-1973) Vol I Tomo II La sociedad Chilena al cambio de siglo 1891 1920 Zig Zag 1981
García Belaunde Víctor Andrés El expediente Prado
Donoso Ricardo Alessandri Agitador y demoledor Fondo de cultura económica México 1964