Después de la reunión entre Arturo Alessandri y los militares el Presidente estaba convencido de que había dominado la situación y que los uniformados, por consiguiente, volverían cual corderos a sus cuarteles.
En el país de los fariseos se cree que los golpes de Estado son reivindicaciones militares, y que el Presidente de turno termina por canalizar el descontento. Alessandri estaba equivocado, pues el golpe era ya un hecho y los militares lo engañaban haciéndole creer que estaba apoyando su programa de gobierno, cuando en realidad lo que deseaban era el poder total.
Alessandri, siguiendo el modo parlamentario, nombró como Primer Ministro al inspector del ejército, Luis Altamirano, quien debía presentar y defender el programa político en las dos Cámaras del Congreso para que fuera aprobado.
El gabinete en pleno, encabezado por Altamirano, se dirigió a pie a la sede del Congreso, donde fue recibido, muy servilmente, por el presidente del senado, Eliodoro Yáñez. En la sala de esta institución sólo había 20 padres conscriptos, todos ellos aliancistas – partidarios de Alessandri -, pues los miembros que integraban la Unión Conservadora se habían negado a participar en esta escena de servilismo lame-botas.
En la Cámara de Diputados solamente uno de ellos mantuvo el sentido del honor, el radical Pedro León Ugalde:
“Yo lamento…que se nos haya traído a este recinto por la fuerza de las bayonetas…Yo me rebelo ante esta manifestación de fuerza que ejecutan los militares de mi tierra, ante este reto horrible al pueblo chileno…Tenéis las armas, tenéis los soldados, pero…os falta la grande de las fuerzas, la fuerza de la razón.
No nos echemos tierra a los ojos – continuó – este gabinete y la Honorable Cámara están tutelados ya por un Comité Militar”.( Vial Historia de Chile vol. III 397)
En pocos días las dos Cámaras aprobaron la ley que regula el contrato individual de trabajo, el seguro obligatorio de enfermedad, invalidez, vejez y accidentes de trabajo, y la ley que regula los conflictos del trabajo, ley que dio vida a los sindicatos, que planteaban la Previsión Social y la Caja de Empleados Particulares, así como también una serie de leyes que favorecían a los militares.
Alessandri estaba muy lejos de la verdad de haber manipulado a los militares. En esa época, los titulares aparecían en las pizarras, en la vía pública: el Diario Ilustrado, perteneciente al al Partido Conservador y al obispado, publicaba que la Junta Militar, liderada por Carlos Ibáñez del Campo, se negaba a disolverse hasta tanto no se limpiara el país de la política corrupta y gangrenada. Alessandri, al darse cuenta de la traición, instaló a su familia en la embajada de Estados Unidos e, inmediatamente, envió su renuncia de primer mandatario al Congreso que le fue rechazada dándole solo un permiso.
Pocos días después, el 9 de septiembre, se caso su hija Marta con el doctor Arturo Scroggie. Una vez terminada la ceremonia los enseres de Alessandri fueron trasladados a la embajada donde se encontraba su familia, en camiones de la afamada empresa Para todos sale el Sol.
El Diario Ilustrado, que dirigía mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, se encontraba justamente al frente de La moneda, en la Calle Morande. En el Club de la Unión – aún ubicado en el mismo lugar de siempre – se repartía destajo el alcohol, celebrando la caída del tirano Arturo Alessandri. Mi abuelo, que había sido uno de los peores enemigos políticos, como cristiano sentía pena por la desgracia del Presidente Alessandri. En sus Memorias, lo describía:
“Considera a Chile una especie de chacra suya, mira al gobierno como un objeto doméstico de su uso personal y está persuadido de que el poder le pertenece por derecho divino y de que puede disponer de él por acto testamentario”.
“Cuando tiene el mando, lo ejerce a su arbitrio y sin sujetarse al otro. La independencia del Congreso y los Tribunales de Justicia la toma con hostilidad y como una invasión de sus atribuciones. Imparte órdenes personales directas a los intendentes y Gobernadores, al Ejército y a los Carabineros. Para èl no vale la disposición constitucional de que todas las órdenes del Presidente de la República deberán firmarse por el ministro del departamento respectico y no serán obedecidas sin este esencial requisito. Cuando está fuera del poder, se considera despojado por usurpadores de mala fe, hace cerrada oposición y conspira franca o disimuladamente para recobrar el bien perdido”.
“Los finales del período son terribles para èl. Ve que se acorta el plazo, que las semanas corren veloces, que se acerca el dìa que debe entregar el poder, en que otro va a mandar, en que èl pasarà a segundo término”.
“En el caso actual, esta situación se le agrava por el hecho de existir la candidatura del General”.
“La pasión que siente contra Ibáñez y, más que eso, el miedo serval que le tiene, lo saca por completo de su mal seguro quicio y lo impulsan a ejecutar desatinos”.
“Ya ha agravado harto la situación con actos perturbadores”.
“Y, si los partidos de gobierno no lo vigilan y lo frenan, precipitará el trastorno”. (Gumucio 1994 :14 a 16)
En este mismo Diario trabajaba el escritor Genaro Prieto, que tuvo el valor el valor de reconvenir a abuelo: “Ud. está contento porque, como es cojo, no ha hecho el servicio y por eso, no conoce a los militares. Yo lo he hecho y le aseguro que dentro de poco estaremos arrepentidos de lo que hoy celebramos…”Millas Sagradas familias y Vial Gonzalo Vol III 397)
Estas palabras sirvieron de gran lección para mi abuelo y sus seguidores falangistas y, consecuentemente, se comprometió a que nunca, por ningún motivo, en ninguna coyuntura se puede apoyar a los militares. (En la casa de mi abuelo ni en la de mis padres nunca entró un milico; personalmente, no conocì a ninguno de ellos, y solamente miré de lejos a un militar el día del “tacnazo”, en que los militares buscaban apoyo del MAPU que, lógicamente, les fue negado; no ocurre los mismo con los socialistas, cuyo fundador fue un militar e, históricamente, han tenido tendencia a apoyarlos en aventuras golpistas, creyendo en aquello de los “militares progresistas; los democratacristianos de derecha traicionaron a su mentor, en el golpe de Estado de 1973).
El poder es cruel y corrupto y malagradecido, y ahora sin la “execrable camarilla”, don Arturo Alessandri se embarcó en un tren que lo llevó a Los Andes, para combinar con el Trasandino que lo condujo a su exilio, primero en Argentina, luego en Italia.
(Próximamente la última parte del ruido de sables, “el arte de robar a la chilena”)
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
10/09/2018
Bibliografía
Gumucio Rafael Agustín Apuntes de medio siglo Chile América Cesoc 1994
Vial Gonzalo , Historia de Chile, Arturo Alessandri y los golpes militares, Vol iII