El 5 de octubre próximo conmemoraremos el 40 aniversario del triunfo democrático en el plebiscito que llamó Pinochet para eternizarse en el poder.
El llamado a plebiscito no fue un triunfo democrático.
La forma de enfrentarlo sí lo fue.
Los años han pasado, no en vano, y el triunfo, para muchos, resulta mezquino, pobre, casi intrascendente.
Para otros, entre ellos el que escribe, el triunfo fue un quiebre altamente positivo en el plano del quiebre político en favor de la democracia política.
No puede negarse que hemos vivido, después del NO de octubre de 1988, un proceso zigzagueante, debilucho en muchos aspectos pero positivo si de democratización política se trata. Una gran apertura democrática.
En eso hay tal consenso que todas las fuerzas políticas democráticas existentes en Chile en octubre de 1988 se esmeran por aparecer “encabezando ese triunfo” (no el proceso previo y posterior) o participando en él (incluso desde “la lucha armada” o con todas las formas de lucha”).
Lo primero que hay que decir – y lo sabemos en carne propia los que estuvimos con todo por el NO- es que la derecha, tan presente en el gobierno actual de Piñera- debe excluirse o ser excluida de cualquier celebración.
¡Un 44% de la ciudadanía, encabezada por las FFAA en el gobierno, casi el 100% de los grandes empresarios, y toda la derecha, incluidas la UDI y RN., Onofre Jarpa y Jaime Guzmán, votaron por el SI, en favor de Pinochet, la dictadura militar (algunos pedían más muertos y apoyaron los crímenes después de su derrota plebiscitaria).
El próximo 5 de octubre no pueden celebrar nada, salvo que Pinochet resistió más de lo previsto y murió sin ser sentenciado por criminal.
La DC y el PC, hoy discutiendo acerca de ´cómo voy en la celebración’, se han olvidado, durante décadas de hacer sus autocríticas.
Son los partidos más inmunes a reconocer errores que, incluso, pudieron y pueden transformarse en tragedias sociales y políticas, de carácter nacional.
El PC, desarrolló, desde la clave de 1980 (recién logrado el triunfo insurreccional sandinista de Nicaragua y estando en camino una lucha político-militar ascendente en El Salvador, con el FMLN), una estrategia de todas las formas de lucha, que incluía la lucha armada).
Durante ocho años o un poco más (si en esa lucha cayó Jaime Guzmán) esa estrategia se fue debilitando, tuvo actos de heroísmo y fallas lamentables y ha quedado para la historia el si colaboró en la salida de Pinochet o si esa estrategia colaboró en su mayor permanencia. Al menos hubo un quiebre en las fuerzas democráticas históricamente de izquierda. Por un lado quedó el PC y su Frente Patriótico y por el otro los PS, el PPD, el PR, los Mapu, un sector del PC que creó el PDI (Partido Democrático de Izquierda), que se abrieron a un encuentro con la DC y lograron movilizar a la mayoría del país, en los planos político, sindical, poblacional y de medios (Análisis, Apsi,Cauce, Fortín Mapocho).
La DC, por su parte, nunca (salvo 13 integrantes) condenó el golpe fascista, colocó cuadros para ser nombrados en el primer gabinete de Pinochet y a través de sus dos más prominentes figuras ( Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin Azócar) justificó el golpe y sus primeras y brutales consecuencias (el bombardeo a La Moneda y la Caravana de la Muerte). Sólo en la otra clave de los 80 ( más precisamente en la campaña contra el plebiscito dictatorial de 1980) cuando la DC nuevamente encabezada por Frei Montalva se pronunció contra la dictadura, lo que -ahora recién se sabe- pudo costarle el magnicidio perpetrado por Pinochet, la CNI y algunos de sus propios militantes.
Desde 1982 hacia 1988 la DC se fue abriendo, paulatinamente, a alianzas más amplias con diversos sectores socialistas, desde Lagos a Almeyda. Gabriel Valdés fue más abierto en ese sentido que el Sr. Aylwin.
¿Por qué ni el PC ni la DC se atreven al autoanálisis y a la autocrítica? Es un asunto histórico en Chile. Puede deberse a la rigidez de sus dirigentes para reconocer errores y dar pasos al costado, como a un pesado dogmatismo que finalmente se funda en que “dios” o el “proletariado” son, como el Papa, siempre infalibles.
La derrota del bloque en el poder se limitó a ser una grave derrota en el terreno de la cúpula política. La izquierda no tuvo fuerzas militares- tan débiles relativamente como en 1973- ni fuerzas civiles electorales como para, junto al centro movilizado- propinar al poder una derrota estratégica, que abarcara los cimientos de la economía neocapitalista impuesta en los 70.
Sucedió aquí algo muy parecido a lo de Argentina, Uruguay, Brasil y la España a la muerte de Franco, y en esa estamos, con claros y oscuros y con grandes tareas por delante.
Ya hay afortunadamente más movimientos y liderazgos en la izquierda.