En las últimas encuestas Inàcio Lula da Silva tenía un 40% de apoyo y, seguramente, iba a convertirse en el Presidente de Brasil. El país carioca, un verdadero continente, ha marcado todos los procesos políticos en América del Sur: en 1964 se inauguraron las dictaduras militares de Seguridad Nacional con la caída del gobierno de Joao Goulard, extendiéndose, a partir de esa fecha, por casi todo el continente sudamericano.
Los dos períodos en que gobernó, Lula da Silva logró sacar de la miseria a una parte relevante de la población (abarcaba la casi totalidad de la población argentina y al triple de la chilena); así Brasil se convirtió en la octava potencia del mundo, y junto a la India, eran los dos países-continentes con buena posibilidad de convertirse en dos grandes potencias mundiales.
Antes del primer gobierno de Lula la derecha neoliberal estaba aterrada, sin embargo, el Presidente tuvo la habilidad de sacar de la miseria a 40 millones de brasileros y, además, colocar a su país como una nación potente a nivel mundial. Los bonos de Petrobras eran clasificados, en el grado de inversión, en el triple AAA, por consiguiente, invertir en Brasil era un buen negocio.
Brasil, desde esa época, forma parte del BRIC, (Brasil, Rusia, India, China y, recientemente, África del Sur), alianza económica que superaría a Estados Unidos. Por otra parte, Lula era el padre de todos los gobiernos progresistas de América Latina, y no había candidato de avanzada que se restara a rendir una visita a Brasilia – como los católicos lo hacen con el Papa -.
Sería ciego negar que Lula estuvo presente en la ayuda, tanto moral como económicamente a candidatos que luchaban por la justicia social.
El “puerco” de Henry Kissinger, que algo sabía de geopolítica, decía que hacia donde se incline Brasil, lo seguiría toda América Latina, lo cual era una gran verdad.
El gobierno de Trump, secundado por la derecha latinoamericana, ha captado que los golpes militares ya no surten el efecto deseado – los milicos son corruptos, ladrones y asesinos y, al final, terminan por perder el poder y, además, muy desprestigiados -. En la “Escuela de Panamá” los militares salen más ignorantes que nunca, y la escuela de torturadores, copiada de Francia en la guerra contra Argelia, está pasada de moda, por consiguiente, se hacía necesario diseñar una nueva estrategia, más fina, inteligente e hipócrita, y como la mayoría de los ciudadanos suele creer que la democracia es sinónimo de elecciones, poco importa que voten los muertos y cuán fraudulentas sean.
En el caso brasilero y argentino, basta con eliminar a los dos candidatos con más posibilidad de triunfo – Lula da Silva y Cristina Fernández – enviándolos a la cárcel acusados de corrupción, a fin de asegurar el dominio de las dos más grandes potencias de América del Sur.
Los fiscales y los jueces corruptos y prevaricadores se han transformado en grandes figuras de la televisión. Este show comenzó con di Pietro, en Italia y siguió con el ultraderechista juez Moro, en Brasil, y el anti-juez, un peronista sinvergüenza, Claudio Bolsonaro, en Argentina. Como la gente se conforma y cree en las mentiras de los diarios, radio y televisión, confunden ladrones con héroes, sin entender que los verdaderos corruptos son los Berlusconi, los Temer, los Macri – Franco y Mauricio – y Calcaterra, su primo.
Nadie está obligado a conocer los códigos procesal, penal y civil, por consiguiente, es difícil que el gran público logre captar en su totalidad, por ejemplo, que en el Lava Jato la mayoría de los corruptos son diputados de derecha, y que en el caso de “los cuadernos”, en Argentina, el centro de los sobornos reside en la mafia de la construcción, que es dirigida por la familia Macri.
Sin Lula da Silva, como candidato a la Presidencia de Brasil, queda el camino despejado para el fascista Joel Bolsanaro, o bien, un socialdemócrata mediocre e incapaz. Brasil seguirá siendo una democracia de baja intensidad si se compara con el auge social y económico de los dos períodos de Lula.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
1º de septiembre de 2018