Con una audacia muy propia de su personalidad, Sebastián Piñera ha manifestado su intención de organizar un Museo de la Democracia. Pensamos con esto que ni él mismo está convencido de que en Chile existe un régimen de tal condición, por lo que una iniciativa como la que propone más bien podría ayudar a la promoción de la democracia y soberanía popular, que acreditar su presencia a través de nuestra historia.
Aunque parezca obvio, para que este régimen exista no basta con el sufragio ciudadano. Por lo mismo que muchos cientistas sociales e ideólogos estiman que debe existir también una constitución o carta magna que garantice el ejercicio de deberes y derechos del pueblo, un sistema económico y social mínimamente igualitario, así como una institucionalidad que reconozca la independencia de los poderes del Estado. De allí que el desarrollo de fenómenos como el de la corrupción y el fortalecimiento del narcotráfico empoderados en las instituciones del Estado y de la sociedad sean considerados actualmente lacras que amenazan severamente la credibilidad y estabilidad de muchos países considerados democráticos.
Nuestra historia nacional consigna constantes oportunidades en que los militares y otros poderes fácticos han derrumbado a gobiernos y suspendido procesos políticos y sociales tendientes a promover la igualdad entre los chilenos y la libre determinación de los ciudadanos. El peor episodio, sin duda fue el Golpe Militar de 1973 que ejecutó el magnicidio del presidente Allende, la muerte de miles de chilenos y el establecimiento de un largo período de 17 años en que se violaron sistemáticamente los Derechos Humanos, se clausuró el poder legislativo y se impuso la bota militar en los tribunales de justicia. Además de suspender los derechos de asociación, sindicalización y otros tan importantes como la misma libertad de expresión.
Casi dos décadas de tiranía, en camino a otros treinta años de una post dictadura todavía regida por la Constitución de Pinochet y las grandes patronales empresariales, y en que los integrantes del Congreso Nacional han sido la patética expresión de un país que continúa interdicto. Cuando bastante más de la mitad de los inscritos en el padrón electoral ni siquiera concurre a sufragar.
Ni qué hablar de la impunidad respecto de todos los episodios de represión presentes a lo largo de toda nuestra historia, desde los albores de nuestra Independencia hasta hoy, donde una institución del Estado encargada de proteger a los niños desvalidos demuestra ser culpable de la muerte y tortura de miles de ellos a su cuidado. Si recién, no más, algunos jueces de la Corte Suprema favorecieron con un fallo a varios de los más tenebrosos integrantes de la DINA y la CNI recluidos en Punta Peuco por sus crímenes de lesa humanidad, que en el mundo civilizado son imprescriptibles y debieran ser inexcarcelables, de acuerdo al Derecho Internacional.
Ya no hay siquiera político de ultra derecha en nuestro país que niegue las profundas inequidades en materia económica, consolidado como uno de los países en que las diferencias entre ricos y pobres son francamente escandalosas. Brecha que según el último estudio Casen se ha pronunciado aún más en los últimos dos años, después de un gobierno como el de la presidenta Bachelet, de militancia socialista, y de una administración autocalificada de centro izquierda. Una Jefa de Estado que, como el mismo Piñera, se “repitiera el plato” en La Moneda, y que en el caso de ella vuelve a ser premiada con un alto cargo en las Naciones Unidas, con el respaldo de Estados Unidos y otras potencias que reconocen la fidelidad de nuestra ex gobernante con los valores del libremercado y la ideología neoliberal. Faena diplomática que ejercerá, por lo demás, en la principal metrópoli del capitalismo mundial.
Pero la iniciativa de Piñera, en cuanto a registrar en un museo nuestra trayectoria democrática, de verdad es un gran desafío en un país vapuleado por las asonadas castrenses y en que nunca se ha dado una Carta Fundamental definida en una Constituyente y aprobada por el pueblo, como lo consignan nuestros historiadores. Cuyos últimos gobiernos, especialmente, son parte de los mas dilectos amigos de la Casa Blanca y, hoy, de un Donald Trump, cuyo secretario de Defensa (apodado “perro rabioso”) es recibido con honores por los tres países considerados más genuflexos de América Latina.
A lo que debemos sumar que no hay otra nación del mundo en que sus riquezas básicas (commodities, como les llaman ahora) estén en manos de empresas foráneas y transnacionales que se dan el lujo, junto con algunos empresarios chilenos, de financiar las campañas electorales y sobornar a aquellos políticos y partidos que les garanticen la continuidad de sus privilegios tributarios y otras granjerías. Para que nunca más se postulen ideas tan extremas como nacionalizar el cobre, asignarle “la tierra a los que la trabajan”, además de promover una integración regional. Dándole sustento, por supuesto, solo a aquellos medios informativos contestes con el sistema y en que la farándula y el periodismo amarillo sean el cotidiano pan de los noticiarios de televisión y de la prensa abyecta. El placebo de nuestra opinión pública.
Así como ya La Moneda y las cámaras legislativas se rindieron a la Constitución y la leyes heredadas de la contrarevolución pinochetista y la mancomunidad de una sola “clase política”. En una democracia ni siquiera de papel, al igual que tantos emprendimientos fraudulentos como el de la empresa Caval … Tal como la existencia de referentes políticos sin ideología ni militantes, y en que sus supuestos ejercicios democráticos internos son por regla desvirtuados por el cohecho y otras formas tramposas de hacerse de una cuota de poder, como recientemente ocurriera con una nueva expresión política que se proponía curiosamente poner “corrección” en esta actividad.
Tan poco es el acerbo democrático de nuestro país que nos parece imposible la construcción de un museo para honrar nuestra condición republicana. Salvo que se constituya en un vetusto edificio más en la Capital, como lo son el Parlamento edificado por el Dictador en Valparaíso; el propio palacio presidencial reconstruido después del bombardeo de 1973; los tribunales y otros inmuebles completamente vacíos de contenido democrático. Verdaderos esperpentos de la misma factura de los malls y otros templos que se levantan por todo el país para el disfrute de quienes tienen dinero y el poder. Y que son, en efecto, los mejores museos de nuestra realidad actual.
Porque al fustigado Museo de la Memoria al menos debemos reconocerle que es una expresión trágica y fidedigna de lo que sucedió efectivamente en nuestro país. Avalado por muchos que hoy buscan sacudirse del pasado, “contextualizar” lo acontecido y darse aires de demócratas.