Noviembre 23, 2024

El caso del exministro de Cultura: la derecha sigue siendo lo sombrío y tétrico de la historia

En un ejercicio de honesta convicción y coherencia, Sebastián Piñera designó como Ministro de las Culturas a Mauricio Rojas, un ultraderechista que cumplía con la condición de suma ignorancia y réproba moral. Las declaraciones del ahora renunciado ministro en el sentido de que el Museo de la Memoria no es sino un montaje, es una convicción que le asiste a toda la ultraderecha chilena.

 

 

Quien crea que el museo sigue en pie porque al actual  gobierno le parece necesario, se equivoca. Para Piñera y sus secuaces ese lugar está mucho mejor para la instalación de algún negocio de papas fritas o para un edificio de departamentos minúsculos.

 

Con todo, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos no es una institución que cubra muy bien lo que su pomposo nombre define.

 

El Museo es una cosa corta y poca si se trata tanto como de recordar lo que pasó, como de tener presente quienes solventaron, apoyaron y fueron cómplices de la matanza. Y decir con todas sus letras que esas personas a esta hora andan por las calles con un desparpajo que solo da la impunidad.

 

Sobre todo, la deuda del Museo de la Memoria es no hacer presente que la bestia aún está ahí. 

 

El ahora exministro expresó su convicción negacionista porque en el fondo sabe que sus amigos y el mismo, se ven reflejados en eso que el Museo no muestra con toda su tremenda potencia trágica: la traición.

 

Aunque podrá hacerlo.

 

Un museo de la memoria debería ser capaz de advertirnos de sujetos como Mauricio Rojas.

 

Un Museo de la Memoria debería recordarnos lo mezquino que ha sido la pos dictadura para con esa tragedia que aún palpita. Tanto la ultraderecha como la Concertación/Nueva Mayoría, hicieron esfuerzos importantes para limitar el acceso a la verdad, a la justicia, ni qué decir de reparación.

 

De la derecha no se puede esperar más de lo que es. De la Concertación/Nueva Mayoría, de lo que se convirtieron.

 

Pero la historia, bien asumida y despejada de traidores, debería pasar una cuenta enorme a los partidos, dirigentes y líderes del conglomerado que se hizo del poder luego de los militares y relegaron, no solo la justicia a lo meramente posible, sino que la reparación y sobre todo, la memoria, a los sencillamente imposible.

 

La memoria, esa mal entendida, incomprendida, relegada solo  recordar lo que hubo en un pasado remoto y efímero y desprovista de su capacidad de mostrarnos lo que puede venir en el futuro.

 

La memoria, esa que nos advierte precisamente ahora de su importancia cuando arrecia la cultura ultraderechista que pretende borrar con el codo lo que hizo con fusilamientos, torturas, desapariciones y otras aberraciones.

 

La memoria debe ser, por sobre todo, advertencia y alarma, condena y previsión, presente y futuro.   

 

Está probado que la ultraderecha, en cualquiera de sus modos travestidos de demócratas, tratándose de cultura y de ética, tiene un déficit que no cubre con sus  millones ni con sus rezos ni con sus fundaciones y relicarios.

 

La ultraderecha es la negación de la cultura entendida como el oxígeno de los pueblos, su espejo y su manera en que respira y sueña.

 

El advenimiento de un mentiroso profundo como Mauricio Rojas a cargo de un Ministerio que aún se resiste a sus nuevas galas institucionales, no fue sino el nombramiento de un tuerto en un lugar en que la ultraderecha no es capaz de ver.

 

No es casual que Piñera, ignaro entre los brutos, haya nombrado a un sujeto cuyas mejores performances las tiene mintiendo a las autoridades suecas sobre un supuesto pasado de perseguido con tal de conseguir asilo en ese país.

 

Hizo bien el Premio Nacional de Literatura Raúl Zurita y muchos otros que levantaron su propuesta de sabotaje. Aunque faltaron  voces con la misma valentía y decisión.

 

Mauricio Rojas se fue, reprobado, despreciado, humillado.

 

Pero quedará sonando su declaración cuya convicción sonó a la bestialidad del militar español  Millán Astrayen la Universidad de Salamanca en el trágico año 1936 de España cuando gritó “¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!".

 

Unamuno le respondería una verdad que vemos repetida hoy: “Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis.”

 

La ultraderecha sigue la sombra de la historia.

 

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