Noviembre 24, 2024

Comentario de “Historias desconocidas de Chile”, de Felipe Portales

En mis primeros tiempos de universidad la historia de Chile llegaba hasta el suicidio de José Manuel Balmaceda: había que leer a Francisco  Antonio Encina, (plagiario, muy mentiroso),  inspirado en el pájaro azul de la historia. Benjamín Vicuña Mackenna era más literato que historiador, y Diego Barros Arana, positivista,  cuando oculto en un convento, durante la época de Balmaceda, recitaba el breviario,  de memoria, a los monjes. Mis profesores, todos discípulos de Jaime Eyzaguirre, (amante de la España de los Austrias y, además,  escribía muy bien la historia), sostenían que tratar sobre temas posteriores a 1891 era puro y simple periodismo.

 

 

Afortunadamente, hoy se escribe más historia del siglo XX que de temas del siglo XIX, lo cual me parece muy importante y necesario por cuanto desconocer nuestra historia más próxima es una muestra de la ignorancia de los políticos en esta Beocia de América Latina, en que la política no es el arte de gobernar, sino el de robar sin que te descubran.

Mi amigo Felipe Portales Cifuentes, seguramente pariente del gran político conservador, don Abdón Cifuentes,  que logró que el tirano Carlos Ibáñez del Campo permitiera  volver a Chile a mi abuelo, recién viudo y con nueve hijos, con la sola condición de que no interviniera en política. Mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, un cristiano de verdad – no un mafioso como los obispos actuales -, cuando cayó Ibáñez le ofreció su casa, en el barrio Riquelme para esconderlo a su antiguo adversario, acción que se llamaba amor al prójimo – hoy, a la jerarquía sólo los mueve el amor al dinero y a las comodidades,  y serían capaces de matar a su madre por dinero -.

El brillante libro de Felipe Portales está muy bien documentado y muy rico en pasajes históricos. Cada capítulo es un bocado de cardenal. Hoy tomaré algunos de ellos, como el de Falange Nacional, siempre antifascista. Es cierto que Manuel  Garretón se deleitaba leyendo al reaccionario Ramiro de Maestu: en el viaje a Europa de Eduardo Frei Montalva y Manuel Garretón privilegiaron la visita a líder de la CEDA, José María Gil Robles, que durante la guerra civil española no apoyó a Franco, sino que se exilió en Portugal, como secretario de don Juan de Borbón – el padre del asesino de elefantes – golpista del 28F de 1980, y escribió un mal libro titulado “No fue posible la paz”.

Mi abuelo, padre espiritual de la Falange, tuvo una violenta polémica contra el presbítero Pérez, en defensa de J. Maritain y atacando a los curas que apoyaban a Francisco Franco.

Uno de los escritores más admirados por los católicos progresistas, George Bernanos ha escrito las páginas más virulentas contra los franquistas.  Mi padre fue presidente, toda su vida, del Comité de los vascos en el exilio, y me comentaba que cuando Indalecio Prieto vino a Chile provocó una gran solidaridad con los republicanos españoles. Los falangistas fueron solidarios con los curas vascos, que estuvieron a favor de la República. Uno de los líderes más connotados en el Congreso de la fundación del partido de la Democracia Cristiana chilena fue José Antonio de Aguirre.

En otro de los capítulos en que me gustaría detenerme es en el de la quema de los archivos del padre Fernando Vives, quien era pariente de mi abuelita paterna – de apellido Vives Vives, y el del cura, Vives Solar -. Mi abuelo lo visitó como pariente, pero el padre Vives, quien al recibirlo le lanzó una catilinaria de tantas ideas socialistas de avanzado, y mi abuelo que era muy reaccionario hasta el punto de calificar las Encíclicas como locuras del Papa, salió blandiendo su bastón a diestra y siniestra y repitiéndole “usted es un comunista”.

Con los años, en 1938, mi abuelo consiguió que el cardenal José María Caro aprobara, en nombre de los católicos, el triunfo de Pedro Aguirre Cerda, casado con su prima Juanita, católica de misa diaria. Los falangistas eran llamados “los niños de Cristo Rey”, y a diferencia del grupo avanzado de Fernando Vives y de Clotario Blest, llamados Los Seguidores de San José Obrero, formaron el grupo “Germen”, que apoyó  la República Socialista de los doce días, , grupo que tuvo corta duración.

Mi abuelo se reía de don Marmaduke Grove al contar la siguiente historia: en una plaza, un caballero entrado en años repartía barquillos a los niños, y un caballero  le decía a su compañero “Este es Marmaduke Grove, el que hacía revoluciones y prometía colgar a los burgueses de cuanto poste de luz estuviera a la vista”.

El último capítulo, referido a la Falange y a la Matanza del Seguro Obrero, si la historia dijera la verdad si existiera y no viviéramos en el reino de la post verdad, no cabe duda de que don Arturo Alessandri Palma debiera haber muerto en la cárcel o bien, fusilado, por haber dado la orden de asesinar a los estudiantes en el Seguro Obrero. Como la justicia y el Estado de derecho son pamplinas y la democracia una utopía, y el Art. 1º de la Declaración de los Derechos del Hombre sólo hace reír – fue redactado en la Revolución Francesa por esclavistas de Santo Domingo o de Haití-, muchos Presidentes de Chile debieran haber terminado en la cárcel por asesinos. (Cito a dos de ellos, Germán Riesco y Pedro Montt, y dejo de lado a Diego Portales por ser uno de los humanos más  crueles que ha conocido  en la historia de nuestro país.

Es posible que muchos falangistas hayan votado por Gustavo Ross, el último pirata del Pacífico, pero mi padre me juró haberlo hecho por Pedro Aguirre Cerda. Mi abuelo, en sus Memorias, asegura haber hablado con el señor Montes, padre de uno de los obreros asesinados en el Seguro Obrero, y sus palabras fueron muy duras contra Arturo Alessandri, político a quien siempre rechazó, uno de los más malditos de nuestra historia. De una vez por todas, es necesario retirar las estatuas de Diego Portales y la de Arturo Alessandri, que representa lo peor de la chilenidad.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

02/08/2018

                      

 

 

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