Noviembre 15, 2024

En Lima no necesité vivir en cuevas

 

En Lima no necesité vivir en cuevas, y, entonces, tal vez morir en ellas.

No necesité que mi esposa y mis hijos vivieran así.

En octubre de 1973 salimos sin un peso al destierro, a México, pero afortunadamente nos bajamos en Lima, Perú, donde se nos había abierto la posibilidad cierta de recibir asilo y protección.

 

 

Nos esperó en el aeropuerto limeño nuestro amigo chileno Martín Mujica, que había llegado días antes, y no nos destinó una cueva para guarecernos.

La PIP peruana tampoco nos orientó para ello a pesar de que, por cierto, no teníamos casa allí ni plata para pagar un hotel.

Mi amigo peruano de siempre Emilio Olmos arrendó un gran dormitorio en un sencillo hotel para acogernos, no en una cueva.

Y allí estuvimos unos días hasta que, con su aval, una buena señora de origen boliviano, de apellido Espantoso, nos alquiló una casita en Mendiburo, a dos cuadras de los acantilados de la Costa Verde, y no una cueva.

De allí para adelante, por el gran periodista Paco Moncloa (QEPD) tuve trabajo en los diarios Expreso y Extra y allí hasta enero de 1978 lo mantuve, no siempre muy estable pero siempre solidario, y no necesité partir a una cueva ni hacerme una.

En la Lima de entonces, con millones de pobres, nadie vivía en cuevas.

Lo peor era vivir en Pueblos Jóvenes, que nacían de tomas, en casitas pequeñitas de totora y puertas de nylon o plástico, sin luz y sin agua pero sin hacer cuevas en los cerros que rodean Lima.

Puede ser que el per cápita de Perú en esos años no hubiera llegado a los mil dólares, pero nadie vivía en cuevas.

En Chile el per cápita de hoy es de 24 mil dólares pero hay gente que vive en cuevas.

Ninguno de los chilenos que vivimos nuestro exilio en Lima, Rafael Urrejola, Hernán Liberona, el doctor Lorca, Martín Mujica, Gonzalo Falabella, Raúl Ramírez, Jorge Leiva, Morelia Martínez, el chico Soto, Pepe Fariña, Fidel Armando Guerra (de Arica), Hermann Mondaca, Klinger, habitamos en cuevas. Ninguno de los tantos que pasaron por Lima durmieron en cuevas. Ni los pocos asilados ni los muchos refugiados atendidos por ACNUR vivieron en cuevas.

Más. No conozco a ningún chileno que haya pasado por Perú o vivido en él, en todos mis tiempos, y haya habitado o dormido en cuevas.

Mis amigos chilenos y yo, inmigrantes que vivimos en Perú, como los inmigrantes peruanos viven hoy en Chile, siempre fuimos bien atendidos por Perú y su gente, por el gordo Olmos, por Alfredo Filomeno, por Fico Velarde y Paco Moncloa y Augusto Zimmerman que ya partieron, por Rafael Roncagliolo, Alfonso Klauer, el diputado Diez Canseco, el senador Bernales, el general Leonidas Rodríguez y el gran periodista, escritor, actor y comunicador José María Salcedo, nacido en España, que está hoy y desde hace 65 o 70 años todavía en Miraflores, ahora recién operado, muy cerca del Óvalo Gutiérrez, en homenaje a la mamá de Klauer.

Bien tratados incluso por la PIP y por los tombos.

Nunca nos echamos tierra encima, ni por gracia, hermanito; sólo la arena blanca de Ancón o la amarilla y gris de La Herradura sobre nuestras toallas para frenar un poco los rayos del sol inca de enero o febrero.

En enero de 1978 dejamos reconocidos Perú y no vimos siquiera una cueva, de esas como la que tuvo que hacer aquí en Colina el inmigrante peruano que recién murió en un derrumbe de su cueva en este Chile de 24 mil dólares per cápita y absoluta indiferencia e inhumanidad.

 

Pido ahora perdón a este caballero peruano N.N. al 27 de julio, inmigrante en Chile, muy honesto según sus cercanos y vecinos, que trabajaba como cartonero, y vivía en una cueva muy cerca del campamento Ribera Sur, en Colina, Región Metropolitana.

Perdón por no haber hecho nada para impedir su muerte en la cueva que necesariamente abrió y habitó, lacerado por su miseria, en la inmisericorde comuna de Colina. A las 4 de la madrugada del 27 de julio una lluvia de piedras, tierra y barro lo ultimó.

Allí la Municipalidad había castigado recién a pobres inmigrantes y les había destruido las mediaguas que en este invierno construyeron en la marginalidad.

El caballero peruano que murió sepultado por escombros en su cueva de Colina estaba entre esos castigados.

Nunca supo del Plan Invierno ni de las “noches dignas” voceadas por el gobierno.

Su última noche fue una noche criminal, que actuó de improviso.

Este fue el pago de Chile para alguien que se vino de otro país, exiliado económico, movido por el infundado “sueño chileno”.

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