En meses se adelantó la temporada del circo en nuestro país. Desde marzo se instaló en la Moneda. La niñez, amiga de payasos, acróbatas, del ilusionista, del hombre bala y la señora adiestradora de perritos, vive desde entonces, encantada con la noticia. Respira en el aire la aparición del circo. Septiembre, por tradición, era el mes de alegría con el arribo de la primavera y la presencia de los payasos, que marchaban por las calles, desde luego, vestidos de payasos. Hacían sonar pitos, cornetas y el bombo, mientras bellas funámbulas como la luna, realizaban contorsiones. Llegaba la alegría y el colorido inundaba el entorno. En algún momento de nuestra vida, hemos asistido a estos circos pobres, cuya autenticidad conmueve. Espectáculos plasmados de sabor, picardía, belleza plástica, ajena a la orquestada falsedad.
Sin embargo, cambió la fecha. Se comenta todo esto, a propósito de la aparición del gran circo familiar de la excelsa farándula, que como se ha dicho, instaló carpa en la Moneda. Desde esa fecha sus payasos vienen ofreciendo, sin la experiencia laboral del caso, un espectáculo desteñido, donde menudea el mal gusto. Hablan y en vez de hacer reír, dan ganas de llorar. Chaplin dijo: “Es más fácil hacer llorar que reír”. Estos desventurados e ineptos payasos, ignoran el arte de la representación. Visten trajes aparatosos, chocarreros, sin embargo, no les sirve para perfeccionar sus patéticas presentaciones. Deberían asistir a escuelas de teatro, de música y aprender el arte de la representación y no a improvisar. ¿Llegarán hasta septiembre estos payasos que le amargan o le endulzan al jefe su gestión de director de orquesta? Se comenta que sufre de esplín, pues en una época quiso ser escritor, después de haber leído las novelas sobre Arséne Lupin, el ladrón de guante blanco de Maurice Leblanc. Al final le sedujo el banco, no de la Plaza de Armas de Talca. Afición que le obligó a vivir días de evasión, por no decir diversión. Ahora, oficia de fígaro y su primera clienta es la intendente Rubilar, a quien le cortó un bucle.
A este circo lo cobija una enorme carpa multicolor, al mando del gerente-director —“de cuyo nombre no me quiero acordar”— mientras mueve una batuta que le obsequió la oligarquía. Atónito, observa cómo sus perritos de peluche, adiestrados en otros circos, se defecan en la pista, orinan las sillas y los saltimbanquis, realizan equivocadas piruetas. Saltos en el vacío, cabriolas y una suerte de vulgares imitaciones, que por serlo, han desencantado al público.
Este circo se organizó en base a otros circos que cerraron, y urgidos sus dueños, vendieron las carpas, sillas y maromas en el mercado persa. Llegaba la hora de esconderse. Quemaron documentos de contabilidad, para no dejar huellas de tropelías. Hubo una estampida de empresarios mercachifles, asustados con los nuevos tiempos. O si se prefiere, empeñados en ocultarse debajo del catre. Nadie quería asumir la conducción de sus empresas, porque varios de ellos, permanecían en las mazmorras del reino. Quienes gozaban de libertad vigilada, matriculados en cursillos de ética y labores del sexo, estaban desacreditados, hundidos en el fango del desprestigio.
Este nuevo circo de jactancias, ha desilusionado al público infantil y también a los mayores, que al comienzo soñaron con asistir a espectáculos de jerarquía, gracias a los borregos y la cursilería advenediza. A cambio, encuentran una mazamorra de aprendices de artistas, ajenos a la calidad de aquellos que antaño, endulzaron los domingos de nuestra niñez. Duda el traga sables si él o el público deben tragarlo. El hombre bala, desconoce dónde va a ser lanzado en la próxima función. Si caerá dentro o fuera de La Moneda. El escapista, sueña llevarse para el hogar, la recaudación del día. El equilibrista se equilibra parado en el suelo, mientras el contorsionista, habla de invertir en las Islas Vírgenes. En tanto, el ventrílocuo plagia al jefe. Resulta que imitarlo se convierte en poderosa seducción. Ni hablar del ilusionista, cuyo trabajo consiste, igual que un alquimista, hacernos creer que todo lo puede convertir en oro. Adversidades y desaguisados, que terminan por marcar a fuego la vida de tan desaliñada troupe. ¿Hasta cuándo actuará este circo de farsa y retorcida trayectoria, empeñado en dar funciones de pacotilla?