Los presidentes de la República, más aún si son Jefes de Estado, viven de la palabra. Como los actores de teatro, los cantantes y los curas.
En regímenes capitalistas y neoliberales, más aún, porque los jefes de los poderes del Estado pesan poco en las decisiones económicas, que están en manos casi exclusivas de los bancos, los propietarios de los grandes servicios públicos, las AFP, las Isapres, las grandes tiendas, los empresarios “que dan” trabajo. En Chile más del 80% de la economía está en manos de los grandes capitalistas.
Sin embargo el Presidente de la República de Chile de alguna manera orienta, muestra el rumbo, representa al país, maneja las relaciones exteriores, nombra a los altos mandos de las FFAA y policías, puede declarar la guerra y ponerle fin, tiene el principal poder en la formulación y aprobación de las leyes, decreta, nombra los principales funcionarios del Estado, y más.
Lo que él diga tiene la primera importancia, puede establecer la guerra y la paz.
Si el Presidente cae permanentemente en lo que llaman “lapsus” (errores involuntarios producto de confusiones puntuales) la cosa es grave.
La cosa es mucho más grave es cuando esas confusiones son mucho más que lapsus y frecuentemente son absolutamente erróneas y faltan a la verdad.
En Chile tenemos un Presidente que dice (o sea cree) que Nicanor Parra murió mucho antes de su muerte natural, que afirma que Robinson Crusoe vivió en nuestras islas (no que es un personaje literario), que para nuestro bicentenario Chile cumplió 500 años de independencia y desarrolló la importancia de esos años, y enseña que Abel mató a Adán, todo esto sin que nadie se lo haya preguntado y echando mano o inventándose una categoría de “maestro de masas” que evidentemente no tiene ni va a tener.
Y más: somos dirigidos y representados por un Presidente que afirma, refiriéndose a una ministra, a su ministra, “Está bien buena la Ena”, usando un chilenismo que tiene que ver con las aptitudes físicas de la susodicha; o, en saludo a la Presidenta de otro poder del Estado, “Usted es muy linda pero es muy dura” (en un dizque piropo que pudo costarle caro en el juzgado y que agravió a la primera figura de la Cámara de Diputados.
E incluso más. En un “chiste” dirigido a las mujeres terminó diciendo “Entonces ustedes se echan al suelo y nosotros nos echamos encima”.
Y más y más, en una reciente cumbre de Jefes de Estado latinoamericanos comparó al más alto funcionario presente con un perro, destacando que era un halago porque evidentemente los perros cumplen mucho mejor sus labores que los hombres. “Mientras más conozco a los hombres, dijo en presencia de varios jefes de Estado, más quiero a mi perro”.
¿”Piñericosas”? Calificarlas como cómicas y superficiales “salidas” del Presidente es muy suave y parecen ser cariñosas viniendo las piñericosas de un pariente opositor muy cercano al Primer Mandatario.
Esta oquedad del Presidente, que algunos han calificado de diarrea mental, daña al país.
Cualquier persona normal que cayera en esos lapsus, errores evidentes y diarrea mental, sería llevada rápidamente al médico porque legítimamente se supondría, con razón, que está en el primer nivel del alzheimer y sin duda en el Síndrome de Tourette, ya que todo esto viene acompañado de tics, movidas involuntarias de cuello y de hombros y otras anormalidades que no podemos distinguir a primera vista.
Pero quienes rodean al Presidente están tranquilos y, si no lo están, parecen tenerle temor.
Por lo demás el Jefe de Estado ha señalado que salidas de madre, muy sinceras, de algunos de sus ministros (uno que sugirió hacer bingos para arreglar escuelas públicas y otro que recomendó a inversionistas invertir en el extranjero como lo ha hecho él) no son más que “anécdotas que deben quedar en el camino”.
Como los lapsus, errores evidentes y residuos mentales suyos.¿Qué tal autocrítica?