“Ortega Ortega las armas no se entregan”.Así fue recibido Daniel Ortega en Chile en 1990. Acto de apoyo en el Estadio Nataniel.
Ganar una revolución, esas pocas revoluciones que han sido ganadas duelen cuando se pierden, no por el fragor de alguna escaramuza, matan cuando la traición se apodera de ellas.
Públicos son tantos los intentos revolucionarios que han terminado negociando con los enemigos, o derrotados por las fuerzas militares que son las representantes de la clase dominante. Finalmente queda establecido que los intentos por romper las cadenas y ganarle a la miseria que condena el capitalismo es asunto y tarea de los pobres del campo y la ciudad.
Los ricos y su clase no tienen problemas, y cuando los tienen se juntan, crean las condiciones, asesinan, compran a bajo precio a políticos, buscan aliados y muchos sin ser políticamente definidos y mediocres siempre están y habitan en los palacios presidenciales, eternamente se consideran como el partido que gana siempre.
Nuestra historia reciente demostró que era posible un camino alternativo a la insurrección o la guerra popular y prolongada. Salvador Allende, cuestionado por reformista, había logrado consecuentemente instalar entre los pobres y la clase trabajadora la esperanza que entre todos era posible construir un país diferente, devolver la dignidad que de forma mezquina la derecha y la oligarquía negaba, pero especialmente detener el robo del imperialismo norteamericano en el cobre y devuelto a todos los chilenos.
Destacar es justo también, que en esos años hubieron propuestas revolucionarias serias, consecuentes y justamente altaneras, como debe ser, como deben actuar siempre los que se levantan para programas cargados con historia, para combatir/vencer el camino de la desigualdad, en la que se debaten y viven por años tantos hombres y mujeres, en todas las esquinas del planeta, en este enorme pedazo de continente que llamamos Latinoamérica.
Los calendarios, calles y lugares de tantas ciudades dicen que han habido más asesinados pobres, entre los sencillos, sin duda alguna salir a la calle para exigir dignidad, pan y trabajo, los hace siempre blanco móvil, presa fácil para los aparatos represivos formados para trabajar con el gatillo fácil a los que los hacen habitar en esa nube de impunidad, apta incluso para cobijar a ladrones y delincuentes de barras y estrellas, de lo que se conoce hasta la coronilla.
En Nicaragua existían las mismas condiciones de extrema precariedad y miseria de todo un continente. La vida de millones que hicieron posible después de un largo recorrido con profundos dolores, que se arrastraban desde los primeros tiempos de la dinastía Somoza, alcanzarán la victoria para iniciar un proceso diferente. La construcción del FSLN no cayó del cielo, hubieron tiempos en que caminaron distanciados, la unidad de los revolucionarios es trabajo lento, programa, dirección, asuntos de táctica y estrategia, la acumulación de fuerza, hasta el color de la bandera se discute, hasta de lenguaje delicado y quien habla, en suma la revolución es la suma de todas las expresiones del arte de la vida en la arquitectura de los mejores sueños.
La mayoría se propuso dar pasos para compartir la igualdad, sentar las bases de una sociedad más democrática, instalar derechos para que miles y miles de nicaragüenses por primera vez llegaran a las escuelas y universidades, para que un hospital no sea un privilegio y la certeza de salir sanos para poder seguir la vida.
Ganar una revolución y comenzar llegando desde la montaña a la casa de gobierno, significa dictar medidas para construir un país nuevo, con un hombre nuevo, todos jóvenes que vencieron el miedo, sumando millones de voluntades que lucharon durante años para que las nuevas generaciones en la Nicaragua Libre crezcan en un país diferente. Todo era bello, los gestos de valentía y la educación popular están en las canciones de Mejía Godoy.
Tantos muertos que recuerdan Masaya, Estelí, Managua esos crueles de la Guardia Nacional Somosista. Todos esos pechos que enfrentaron las balas para vencer, sencillamente para apurar la victoria hoy día convertida hilachas.
Hoy todo en diferente en el país del general de los hombres libres. Se diluye en el tiempo una revolución empujada por la ambición, la traición. En Nicaragua los dineros internos y externos llevan a Ortega y compañía esta vez no sólo a enterrar los muertos, sino que son los sepultureros de tantas figuras que se niegan al abandono de los espejos.
También es la hora de la franqueza, de la dignidad con que derrotados, la izquierda reconozca la traición y el abandono sin duda, del más generoso y democrático que recuerda la historia reciente de Latinoamérica.
Daniel Ortega y su séquito familiar convirtieron un país nuevamente en calles de profundo dolor. No se puede negar que el modelo en Nicaragua ni siquiera ha sufrido un pellizco, también los grupos económicos gozan de buena salud lo que bajo el amparo de una revolución traicionada y usurpada intenta perpetuarse.
La izquierda debe aprender de esta nueva lección.
No basta ganarse a las masas, hay que saber ganar el corazón de las grandes mayorías, pero especialmente nunca abandonarlas, ni en los peores momentos. Y es justamente con la misma consecuencia elevar la crítica y la condena a lo que sufre una vez más el pueblo de Fonseca, esta vez en manos de un comandante que transita lejos de sus buenas batallas que son también la buena historia de Nicaragua.
No se debe tener temor para manifestar el profundo rechazo a la actual conducción de un país por el cual muchos chilenos caminaron tantas noches para apuntar hacia la victoria, sangre muy generosa nuestra cubre la selva.
No es el FSLN quien traiciona y se coloca en la galería de los infames pidiendo el apoyo de quienes justamente son los guardianes del fuego para en algún momento volver a incendiar la pradera. Nada gana la izquierda con Ortega. Nada se aprende del actual vencido FSLN. Queda la lección aprendida para los que quieran entenderla.
Pepe Mujica tiene razón…la tiene entera.