El 19 de julio de 1979 el ejército sandinista logró derrotar a la Guardia Nacional y la consecuente huida del dictador, Anastasio Somoza, posteriormente ajusticiado en Asunción, (Paraguay), por medio de una bomba colocada a propósito, por un grupo guerrillero argentino.
El triunfo de la revolución sandinista es uno de los pocos casos en América Latina, en que un pueblo entero consigue derrocar a una dinastía de dictadores, pertenecientes a la familia Somoza que, desde los años 30 del siglo pasado, después del asesinato del líder independentista, Julio César Sandino, “el General del Ejército de hombres libres” – como lo llamaba Gabriela Mistral -, y el derrocamiento del Presidente Juan Bautista Sacasa, los Somoza, supeditados a Estados Unidos, gobernaban de padre a hijo manteniéndose en el gobierno gracias a hábiles argucias y “compras” de los poderosos, algunos de ellos, supuestamente opositores conservadores.
“El poder absoluto corrompe absolutamente”: la familia Somoza se apropió de las principales fábricas y latifundios de Nicaragua, convirtiéndola en multimillonaria y, por consiguiente, dueña del poder económico y político.
El robo de la ayuda internacional, luego del terremoto, sumado al asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, dueño y director del Diario La Prensa, precipitaron la rebelión popular, dirigida por Frente Sandinista para la Liberación Nacional, encabezada, entre líderes, Tomás Borges, los hermanos Carlos Fonseca Amador, Humberto, Sergio y Daniel Ortega y por “Comandante Cero”Eden Pastora
Los sandinistas llevaron a cabo hazañas previas, entre ellas la toma del Palacio Nacional, la ciudad de Masaya y del barrio indígena de Monimbò. Los líderes del Frente Sandinista estaban compuestos por distintas fracciones políticas, donde lograron la necesaria unidad para luchar y terminar con la dictadura de Somoza.
Una vez instalado en el poder el gobierno sandinista encabezó profundas: la agraria, (fue muy radical), y, sobre todo, la reforma educacional y, dentro de esta, la alfabetización.
El gobierno de Ronald Reagan reaccionó ante el peligro de la instauración de una “nueva Cuba” financiando a la contrarrevolución, por medio del dinero que antes había sido destinado a Irán en la guerra contra Iraq – a este asunto se le llamó “el Irán-contra” -, hecho que terminó minar el apoyo popular al ejército sandinista.
Uno de los grandes errores del primer gobierno de Daniel Ortega fue el haber mantenido el servicio militar obligatorio, logrando que las madres terminaran votando, en las siguientes elecciones presidenciales, por Violeta Chamorro, (esposa del héroe Pedro Joaquín Chamorro). La oposición unida logró el 55% contra el 40% de Ortega. Desde 1990 hasta el 2006 se sucedieron distintos gobiernos derechistas, entre ellos el del corrupto Presidente Arnoldo Alemán.
El agotamiento causado por el neoliberalismo y la inteligente campaña de Daniel Ortega le permitieron ganar las elecciones de 2006. Posteriormente, las de 2011 y, finalmente, las de 2016 – esta última acusada de ser un triunfo obtenido a través del fraude, especialmente por impedir la participación de los principales partidos políticos -.
Ortega, antes revolucionario y entregado a la causa popular, miembro de una familia de destacados sandinistas, (su hermano Sergio murió en batalla, y Humberto, constructor del nuevo ejército nicaragüense, hoy, crítico del autoritarismo de su hermano), fue convirtiéndose en un aliado del empresariado y aceptado por el imperialismo norteamericano, sumado a la cercanía con la jerarquía católica, incluso, pidió al cardenal Miguel Obando Bravo, antes enemigo de los sandinistas, que bendijera su matrimonio con la dirigente Rosario Murillo.
Gracias a estas alianzas el gobierno de Daniel Ortega logró algunos éxitos económicos, convirtiendo a Nicaragua en el país más seguro y confiable de Centro América, (ha sido decisivo el apoyo del petróleo Venezolano en este cometido).
El poder terminó por corromper al antiguo revolucionario, incluso, implantando el nepotismo, (su mujer, Rosario Murillo, es la vicepresidenta del país, y mantiene las riendas del poder; sus hijos e hijas son dueños de empresas y de canales de televisión). Ortega ha terminado por apropiarse de los organismos de poder, incluso, los que emanan del la soberanía popular, sobre la base del fraude electoral.
El 18 de abril del presente año explotó la rebelión popular, liderada por jóvenes universitarios, y tuvo como causa inmediata una ley mediante la cual aumentaba los impuestos a los empresarios y las cotizaciones a los jubilados, a fin de financiar el Seguro Social.
La brutal represión contra los manifestantes despertó el rechaza de gran parte de la ciudadanía, y comenzaron los asesinatos a mansalva, la desaparición y la prisión de estudiantes, que eran torturados en La Picota.
Los obispos, en principio, prestaron auxilio en sus iglesias a los estudiantes perseguidos; posteriormente, se ofrecieron como propiciadores y mediadores de un diálogo nacional entre el gobierno y los manifestantes, sin embargo, cuando la iglesia presentó un proyecto de acuerdo que suponía el adelanto de las elecciones presidenciales para el 31 de marzo de 2019, Ortega radicalizó la represión haciendo ver que no está dispuesto renunciar, y llegar hasta el final de su mandato, en 2021.
A la lucha de los estudiantes, ahora se han sumado las organizaciones campesinas, dirigidas por Medardo Mairena. La policía y los paramilitares han atacado a obispos y sacerdotes que protegían en sus recintos a los manifestantes.
Masaya, situada a pocos kilómetros de Managua, se declaró ciudad libre, (tiene un gran valor histórico como baluarte del sandinismo y la lucha contra Somoza); el barrio de Minimbò, un bastión indígena y símbolo revolucionario sandinista, en estos últimos días ha sido víctima de la llamada “operación limpieza”, impulsada por el gobierno y llevada a cabo por los paramilitares, cuyo objetivo es eliminar los tranques – término que designa las barricadas -.
El autoritarismo de Ortega ha perseguido, incluso, a una de las figuras del sandinismo, el poeta Ernesto Cardenal, de 92 años, pretextando un antiguo problema judicial; el premio Cervantes, Sergio Ramírez, también es un crítico del autoritarismo de la familia Ortega, y otro tanto ocurre cn el cantautor Carlos Mejía.
Sigo pensando que la OEA es una institución inútil y, por consiguiente, no valoro sus condenaciones que se inclinan siempre por el lado de la voluntad del imperio estadounidense, (cabe preguntarse, porque no condenó al gobernó de Honduras, cuyo Presidente Hernández se apropió del poder mediante un fraude manifiesto, o el golpe de los Colorados, en Paraguay, o también el “golpe blanco”, contra Dilma Russeff ).
En lo que no estoy de acuerdo es en la intervención del gobierno norteamericano en la política nicaragüense, como en ningún otro país del mundo: por ejemplo, Marco Rubio, senador republicano, no puede dar lecciones de democracia cuando en su país se mete en jaulas a los niños.
Tampoco puedo concebir el socialismo sin libertad: la dictadura del proletariado, hoy, es una insensatez, pues es la dictadura del Comité Central sobre el Partido, y del dictador, sobre el Comité Central, y más me inclino por un anarquismo cristiano-tolstoyano, razón por la cual jamás podré apoyar una dictadura familiar o a un revolucionario que, con el tiempo, se convierta en un capitalista mandón.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
20 de julio de 2018