Donald Trump, además de ser el personaje modélico para definir la enfermedad del narcisismo, es también todo lo contrario del delirio de persecución: en su marcada inseguridad, está convencido de que todos lo adoran y, además, es el mejor negociador del universo.
En medio de su delirio de grandeza, odia a los gobernantes de países chicos – como el de Montenegro a quien lanzó un empujón para situarse en el primer plano de la foto -, y a los países pobres y a sus habitantes los llama “hoyos de mierda”; le cargan las mujeres en el poder – insulta, sin razón ni compasión a la Canciller alemana Angela Merkel, acusándola de subordinación a los rusos a causa de su sed por el gas natural; a Teresa May se permite darle consejos como si fuera una discípula ignorante y sin respetar en lo más mínimo el protocolo de “pérfida Albión”, se ubica a varios pasos delante de mismísima Reina Isabel II, como si fuera su muñeca Melania -.
A Trump le subyugan las personalidades tiránicas y fuertes, por esta razón terminó enamorado de Kim Jong-Un, lo mismo ocurre con el todopoderoso gobernante chino, y su ideal siempre ha sido Vladimir Putin. Tuvo un fugaz amor con el joven Presidente Emmanuel Macron, hasta que descubrió que era un presuntuoso petimetre francés, quien hace alarde de filósofo, pero que su profesora Brigitte lo tiene dominado.
Trump puede cambiar de aliados con facilidad: por ejemplo, traicionar a sus vecinos canadienses, que han dado su sangre en todas las guerras en que Estados Unidos se ha embarcado; en su reciente viaje por Europa se dio el lujo de regañar a los jefes de Estado de Alemania, Francia y España a causa de su poca contribución – según él – a la OTAN y amenazó con abandonar el pacto militar que, después de la guerra fría sólo sirve para apoyar las invasiones norteamericanas. La Unión Europea está pasando, de aliado, a enemiga.
No sería nada raro que las bases norteamericanas ubicadas en Alemania fueran trasladadas a Polonia, con un gobierno ultraderechista que además está satisfecho de pertenecer a la OTAN, pagando una cuota muy superior al actual 4%, exigido por Trump. Esta preferencia por los gobiernos de ultraderecha nacionalista y anti-europeísta, está muy marcada en el actual presidente de Estados Unidos. Incluso, el gobierno italiano se ha propuesto como sede para la próxima cumbre entre Rusia y Estados Unidos.
La actuación de Trump en la Cumbre de Helsinki, que se llevó a efecto a mediados de julio, estuvo marcada por una mutua cordialidad y acuerdos entre los dos líderes. Según el lenguaje no verbal, en cada uno de los gestos de ambos se delataba una perfecta complicidad.
Putin se permitió dictar cátedra, en un discurso corto, pero contundente, sobre las relaciones recíprocas. En la conferencia de prensa fue directamente al grano respecto a la acusación sobre la intervención de Rusia en el triunfo de Trump en las elecciones, ofreciendo la colaboración de su país en la investigación, y los atribuye a errores de los servicios de seguridad norteamericana. Por su parte, Trump asintió a las afirmaciones de su colega y las avaló plenamente. Mientras se celebraba el Mundial de Fútbol y la Cumbre, el fiscal Robert Mueller hacía detener a una docena de espías rusos en Estados Unidos, relacionados con la causa de la intervención rusa en las elecciones norteamericanos.
Varios de los principales senadores republicanos y demócratas han acusado a Trump de traidor: según algunos de ellos, es el peor y más funesto discurso realizado por un Presidente norteamericano en las Cumbres, antes con la Unión Soviética, y ahora con Rusia. En este plano, Trump supera, de lejos, al vendedor de cacahuete Jimmy Carter.
A Trump sólo le importan sus negocios, y la presidencia es un “reality” con un mayor número de espectadores; su frase manoseada “América primero” únicamente significa “mis negocios están primero”. En su autocomplacencia y narcisismo extremo, este magnate se siente un Julio César pasando el Rubicón de las elecciones intermedias del próximo mes de noviembre, en que se elige la totalidad de la Cámara de Representantes y parte del Senado.
Aun cuando los demócratas están divididos, y a los republicanos les conviene seguir a su pintoresco presidente, podría ser que se produjera un rechazo masivo a Trump, o bien, que el fiscal lleve la investigación a tal punto que les sea imposible a los congresales negar la mayoría necesaria para sacar a Donald Trump de la presidencia.
El Presidente norteamericano no se hace problema en declarar un día blanco y el siguiente negro: a su regreso a Estados Unidos, sin ningún recato, declaró que sus dichos en la Cumbre de Helsinki fueron tergiversados por los “degenerados” periodistas, que rinden culto a la post-verdad; por el contrario, Trump había defendido a la C.I.A. y al FBI ante los ataques de Putin.
En la personalidad de Trump sólo existe un amor ilimitado a sí mismo y, a la vez, un desprecio a todas aquellas personas que se atrevan a ponerlo en cuestión: pacta con los poderosos y adinerados y atropella a los negros, a los pobres, a los inmigrantes y a las mujeres y mira de reojo a los primeros ministros socialdemócratas, como Pedro Sánchez, y democratacristianos, como Ángela Merkel, y se atreve a burlarse del siútico presidente de México, Enrique Peña Nieto.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)