Hasta los más conspicuos se divorcian. Reyes, magnates, dueños de un país, incluidas sus fronteras y la mar, deciden concluir su relación de pareja. Puede haberse tratado de una convivencia de meses o años, de dulce y agraz y surge la dolorosa ruptura del vínculo. De súbito, se volatiliza el amor y por dignidad, cada cual debe armar un nido aparte. A la UDI le llegó su turno. Quiere romper sus vínculos sentimentales, patrimoniales y de torrencial amor con Augusto Pinochet, pues el finado empieza a ser un insoportable lastre. Aunque está muerto e incinerado, huele mal su recuerdo y los hijos nacidos en un maridaje de conveniencia, exigen desconocer a papá. Si en una época a la señora UDI y afiliados les sirvió para asaltar el poder, asesinar, torturar y establecer una dictadura canallesca, que les seduce llamar: “régimen militar”, ahora desprecian a quien colaboró a mantener sus privilegios de clase.
En la intimidad, la señora UDI reconoce avergonzada, que contrajo himeneo a regañadientes con un militar ramplón, de dudosa estirpe. “Yo quería casarme con un príncipe” gime acongojada. Las familias de la oligarquía lo veían como el candidato, cuya reconocida mediocridad, le iba a permitir a la novia UDI, manejar a discreción el patrimonio y las relaciones de la familia.
Es cierto que, en 1973 la señora UDI no se llamaba así. Después de años adoptó ese apellido de abolengo y de ventaja. Debía de acuerdo al protocolo, asistir a fiestas, aniversarios y codearse con la elite internacional. De ser señorita de la familia Oligarquía von SOFOFA, vinculada a terratenientes y corsarios, decidió llamarse señora Unión Democrática Independiente. Cualquiera con semejantes apellidos de pompa y circunstancia, accede a sitios de privilegio y se codea con lo granado. Si andaba con el ramplón marido, por motivos de protocolo, debía aceptar su incultura y las metidas de pata. Infinidad de veces doña UDI hizo callar a Pinochet en privado, pero el dictador crecía en vanidad, se jactaba de ser él quien mandaba en la casa, sin embargo, en las noches, su mujer lo regañaba. Se ignora cuántas veces ella quiso abandonar el hogar, lanzar el uslero y la vajilla por la cabeza del cónyuge, aunque íntimos del matrimonio, dicen que era él quien estaba aburrido de ser humillado en público y ser tildado de macabeo.
Ahora, de quedar soltera doña UDI, bien podría casarse con un viudo, dueño de algún banco. A su edad, no puede hacerlo con un mocito, de aquellos que pululan en la Moneda y jactanciosos hablan por los codos. En los partidos de derecha, hay candidatos de diferentes pelajes, patrimonio y espíritu de servir al país. El abanico es amplio y va de una izquierda mentirosa, que en distintas épocas se apresuró a buscar refugio bajo las polleras de la derecha, hasta borregos de misa diaria. Doña UDI, por ser miembro de familias de alcurnia, también vinculadas a la realeza, no tiene un solo cachirulo de aturdida. Sabe a quién arrimarse, empeñada en limpiar su imagen de advenediza. Es cierto que, hizo un matrimonio de conveniencia. No obstante, logró una parvada de adorados serafines, cuya avidez en engullir desde sardinas a cachalotes, es reconocida en Chicago. ¿Y dónde se encuentran los padrinos y madrinas de la boda? Han muerto, llevándose a la fría tumba, historias de tropelías, homicidios y chanchullos, que se les achaca a esta pareja, cristalina como las aguas del Mapocho. De por medio subsiste un hijo bastardo, la Constitución de 1980, que continúa siendo el regalón de la familia. Después de angustias, discrepancias y sinsabores de años, aunque la pareja logró su último objetivo social y patrimonial, le permite a ella, limpiar su nombre en un conmovedor instante de su vida.