Quizás, dentro de 418 años (en el 2436), si es que antes no hemos acabado con este vividero, la especulación financiera sea una cosa horrible, como lo es hoy, en el 2018, la esclavitud de hace 418 años (en 1600), cuando, según la historia, llegó a Colombia, Popayán, el primer miembro del clan Valencia: Pedro de Valencia y Aranda, hidalgo español, quien se casó con la payanesa; María Josefa Fernández del Castillo, descendiente del gobernador, Francisco de Mosquera y Figueroa.
Cuando el ilustre hidalgo (título dado a manera de herencia memorial a su descendiente, el expresidente Guillermo León Valencia (1962 – 1966), llegó a Popayán, la que también se conoce como “La ciudad hidalga”, ya habían llegado a estas tierras de Dios (1520) los negros africanos, traídos por los españoles como esclavos desde el Congo, Angola, Ghana, Costa de Marfil, Guinea, Sierra Leona, Senegal y Malí, dizque para reemplazar la mano de obra de la población nativa que “rápidamente disminuía”: claro, ante semejante genocidio (carnicería, mejor decir), decretada por los conquistadores, milagro es que hayan sobrevivido algunos de muestra.
Los negros se regaron por todo el territorio nacional, generando la raza mestiza que representa la mayoría de la población colombiana. Pero algunos africanos se conservaron puros, y son los que se asentaron en las entonces inhóspitas (y aún hoy), tierras de las costas atlántica y pacífica, en esta última que, según las estadísticas demográficas, pueden alcanzar hasta el 90% de la población costera de los departamentos del Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño.
Retomando el tema inicial, y dando un salto de canguro en el tiempo, nos encontramos con Joaquín Valencia Quijano (nacido en 1825), casado con la cubana, Adelaida Castillo Silva, con quien tuvo 8 hijos, entre ellos, Guillermo Valencia (el poeta de “Los camellos”), nacido en el 20 de octubre de 1873, muerto el 6 de julio de 1943.
(…)
“Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,
la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojos
de caravanas… huesos en blanquecino enjambre…
todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos”.
—
Es a este bardo, al que los historiadores le atribuyen haber dicho alguna vez con respecto al patrimonio de su familia que, “no era rico, porque la libertad de los esclavos llevó a la bancarrota la industria minera de mis abuelos” … La versión del apreciado poeta, no ha sido ni corregida ni rectificada a la fecha.
También la historia le atribuye haber sido el primer gran político de la familia. Aparte de sus muchos cargos administrativos y políticos, los dos más sobresalientes son: representante a la Cámara en 1914 y candidato presidencial por el Partido Conservador, en 1918.
Guillermo Valencia, como se dijo, es el padre del expresidente, Guillermo león Valencia, abuelo paterno de la hoy senadora, Paloma Valencia. Y con esto llegamos a la cabeza de esta nota, en lo que respecta al clan Valencia.
La otra historia
La historia de los negros también es larga, pero menos individualizada. Mejor dicho, la historia de ellos es una historia social que empieza a citarlos como esclavos, emancipados algunos en la costa Caribe por Pedro Claver, apostolado que le valió elevarse al santoral romano.
Esta nota no tiene rigor histórico. No hay nada en ella que sea original, más que la confección periodística. En virtud de esta licencia profesional, lo que sigue sobre los negros en Colombia es a mano alzada y anecdótica.
Los negros, sobre todo los de la costa pacífica, es una raza olvidada, ninguneada y maltratada por todos los gobiernos centralistas que imperan en Colombia, desde antes y después de Núñez.
De momento, la memoria nos recuerda al gran Diego Luis Córdoba, fundador del departamento del Chocó, el primer abogado negro que recuerda la historia, expulsado de la universidad de Antioquia en 1928 por participar en una protesta junto a Mario Aramburo (el ícono de los procuradores en Colombia) y Gerardo Molina (la insignia del comunismo en Colombia).
El apellido del negro Córdoba se ha convertido con el tiempo en cabeza visible de una dinastía política de la que sobresalen líderes como Wiston, William Halaby, Francisco Wilson, Darío y Piedad Córdoba, madre del hoy senador, Juan Luis Castro Córdoba.
Por los lados de los negros del Cauca y Nariño no se tienen mayores protagonistas en política, pero si en los deportes: Willinton Ortiz, María Isabel Urrutia y el ícono del momento, Yerry Mina. Debe haber centenares de negros colombianos muy importantes en distintas disciplinas del saber y los deportes, con quienes nos disculpamos por olvidar en esta nota a mano alzada.
Seguramente, si se confronta la historia de todos estos negros, muchos tendrán raíces en la “importación” a Colombia como esclavos por los españoles. Y de ello no se avergüenzan: son cosas del tiempo y del destino.
Los que sí parecen avergonzarse de sus antepasados esclavistas son los Valencia de Popayán porque, ante un trino de Petro, cargado de historia y lleno de esperanza reivindicara, en el que utilizó la foto de Mina como la clase social a reivindicar, y su lado, la de la senadora Paloma Valencia como la clase privilegiada, le cayeron como lobos recalcitrantes los uribistas que, frente al triunfo de Iván Duque en la pasada elección presidencial, la urticaria se les alborotó, y eso que han entrado a hacer parte de un gobierno que predica enviar la polarización de los colombianos al pasado.
Negar que en el árbol genealógico de los Valencia de Popayán hay esclavistas, sería tanto como si los herederos de Sarmiento Angulo en el 2436, negaran que su antepasado fue un especulador financiero. Y si en ese lejano futuro, todavía hay Colombia y todavía pobres, en buena parte se deberá a la concentración de la riqueza que hoy, al hablar de ella, se dice que lo que se está generando es un “odio de clases”.
Es que el ‘memoricidio’ (término acuñado por Gloria Gaitán), no solo se comete para no dejar fluir la verdadera historia de alguien, como en el caso del caudillo, Jorge Eliécer Gaitán, sino, como en el presente caso, para lavar la cara histórica de una familia proveniente de España que no hacía más que, lo que en su tiempo hacían todos los “bendecidos” por la suerte: tener tantos esclavos como tan alta quisieran lucir su dinastía.
En ambos casos, diría Gloria, el ‘memoricidio’ es un delito de lesa humanidad