Afirma el biólogo Marcelino Cereijido (“Hacia una teoría general sobre los hijos de puta”. Tusquets Editores), que lo hijo de puta viene con el ser humano desde que se irguió en dos extremidades, siendo esta condición mucho más nefasta en términos de los efectos nocivos que ha tenido sobre el censo, que todas las pestes, infecciones y guerras que han azotado a la tierra.
Y resulta curioso que aún no se haya encontrado, siquiera intentado, buscar una cura para tan amenazante condición.
Chile podría considerarse, si se atienden las noticias de los casi gemelares medios de comunicación, como un extenso laboratorio en el cual se intentan nuevas y remozadas maneras de perfeccionar la condición de hijo de puta.
No hay día en que la gallá no termine con una sensación de impotencia ante algún hecho que contraría sentimientos elementales de humanidad, buenas costumbres, sentido de lo correcto y de lo justo, adjudicables a ese contingente de malas personas que la buena vocación de la gente nombra como hijos de puta, cuya maldad es abundante, polimorfa y polisémica
Según el mentado Cereijido, resulta interesante analizar lo hijo de puta a partir del concepto arquitectónico de pechina, entendido en biología como partes de un organismo generadas por la evolución con un determinado propósito y que luego adquirieren funciones distintas.
Para el caso que nos importa, la función contraria.
Veamos que ha sucedido con la evolución del uniforme escolar, “organismo” creado por la sociedad para evitar que por medio de las vestimentas se evidenciara una diferenciación social entre los estudiantes. El uniforme por entonces, uniformaba.
Y veamos ahora cuál es su función luego de su evolución social. La falda plisada, la corbata sofisticada, el gorrito original, dice de sus usuarios su condición social refinada. El uniforme escolar hoy, no uniforma, diferencia.
Mismo caso con el cuerpo de Carabineros, “organismo” creado por la sociedad para ser garantía de orden y seguridad.
Veamos como la “evolución” de nuestra sociedad llevó a ese organismo a ser hoy uno que transita entre tales cuestionamientos sociales, judiciales y éticos, que no es un asunto irresponsable decir que se transformaron en todo lo contrario.
Vera no más cómo el robo de dineros del Estado asciende a cifras difíciles de escribir, los negociados, las coimas y los abusos a gente humilde es cosa de todos los días en esa institución.
Un troglodita vestido de verde, escudado en un exoesqueleto invulnerables que azota a un flaco de quince años y cincuenta kilos no puede ser sino un hijo de puta que será prontamente defendido por otro hijo de puta esta vez de jinetas y charreteras, que se referirá a las leyes, órdenes y mandos que justificarán aquello que moralmente no tiene sustento.
Trabada esa conducta cómplice, vendrá otro hijo de puta que desde el ministerio o La Moneda justificará el actuar uniformado haciendo referencia a leyes, decretos y principios del Estado de derecho y el respeto de la ley entre otras mierdas parecidas.
Lo terrible viene a continuación.
La confirmación que el rasgo de hijo de puta no es privativo del uniformado sádico exento de sentimientos y mínima empatía, lo pone con acento trágico la legión de hijos de puta civiles, pobres, explotados y burlados que defienden el actuar abusivo y esas conductas crueles, inhumanas y degradantes, tal se define la tortura según las Naciones Unidas.
Se lo merecen, dirán sin dudar.
Y si de hijos de puta torturadores se trata, pocas cosas como lo que se ha visto a partir de las imágenes desgarradoras en las que cinco sujetos asesinan a palos a una mujer para robarle cinco mil pesos y luego huyen sonrientes.
Apresados, sometidos a juicio y encarcelados, esos hijos de puta sanguinarios y sin ninguna conciencia humana que merecerían vivir el resto de sus vidas confinados en una cárcel, son prontamente sometidos a un trato cruel, inhumano y degradante por otros delincuentes que asumen el rol de jueces y verdugos implacables.
Y aquí viene de nuevo lo realmente hijo de puta: famosos de la TV avalarán la tortura que esos hijos de puta que purgan condena ejercen en contra de los hijos de puta asesinos.
Lo dirá el capitán de la selección nacional, lo apoyará el rostro que más vende ropa en la TV, el hijo de puta número uno del tenis chileno y una legión de sujetos comunes y silvestres: se lo merecen, afirmarán convencidos.
¿Un país hijo de puta?
Se dirá que no todos somos hijos de puta. Por lo menos no a tiempo completo. Pero tampoco somos todos poetas y nunca falla el chovinista axioma que afirma que Chile es país de poetas.
Resultaría interesante saber cómo fue posible que nuestro país quedó en manos de hijos de puta con tanta eficiencia como para expandir esa condición entre la gente otrora normal, presta ahora a justificar la conducta hija de puta que de caso aislado pasó a tener una frecuencia que abisma.