Noviembre 14, 2024

Benditos sean los lobos

Se instaló el miedo en nuestra sociedad. Cualquiera lo hubiese adivinado, menos los borregos. Desde marzo la cofradía de los lobos inició su temporada de caza mayor, que se va a extender por cuatro años. De no alcanzan a cumplir su objetivo, podríamos quedar a su merced por ocho o más años. Si salen los niños a jugar al bosque —o si usted prefiere a la calle— corren el riesgo de ser atacados por lobos. La historia de Caperucita Roja nos ilustra del latente peligro y obliga a advertir a la familia, que debe cuidarlos. Prohibirles ir al bosque. Si los querubines encuentran ahí un borrego, no quien se somete en forma dócil y servil a la voluntad de otros, no corren peligro. El borrego —no el burro— se caracteriza por su mansedumbre, ingenuidad, disposición a ser trasquilado. Faenado al cabo de unos años y concluir en la parrilla del asado familiar. Si logra subsistir al espíritu depredador de los lobos, puede convertirse en reproductor, a veces con derecho a voto. De esta situación se aprovecha el lobo o vendedor de indulgencias, que le susurra al oído: “Mira borrego. Si no me apoyas en mi labor de depredar los gallineros y el país hasta sus cimientos, tu vida se convertirá en infierno, igual a esos paisitos del Caribe”.

 

No se debe culpar a los borregos de su ignorancia, pues en algún momento de su vida, no fueron borregos. Es gente piadosa, ingenua, que va a misa y si no va a misa, concurre al estadio a ver jugar fútbol y después, visita el “mall” a comer hamburguesas. Ignora que el lobo practica la depredación, porque su especie placentaria es carnívora y ataca los gallineros —del porte de un país, incluido el mar— pues siempre anda hambriento. En la literatura y la mitología es conocida la historia del hombre lobo, que producto de una maldición se convierte en bestia, dotada de ferocidad, astucia y rapidez para atacar. Ahora, si el lobo desea disimular su condición de “canis lupus” se echa encima la piel del borrego o se disfraza de abuelita, como en el cuento de Caperucita Roja. Como todos amamos a las abuelitas, el engaño es perfecto. Alguien nos podría asegurar, documento en mano, que en nuestros bosques o calles no hay lobos. “Es sólo mitología” aducen. Que el único ejemplar que permanecía encerrado en el zoológico del cerro San Cristóbal de Santiago, escapó en compañía de sus crías y ahora dirige una sociedad de engullidores profesionales. 

Se reprodujeron con pasmosa facilidad y en manadas aparecieron en el horizonte de Chile, donde siempre ha habido lobos encubiertos. Se han organizado en saquear el apetecido gallinero del Estado, cuyas gallinas ponedoras de cogote pelado, a cualquiera les abre el apetito. “Si otros también lo hicieron, tan lobos como nosotros —alegan— nos asiste igual derecho”. A esta raza de lobos, que se creía extinguida, les crecieron las garras, los colmillos y aumentó el volumen de las faltriqueras, que cargan a cuestas, como si fuesen vendedores de baratijas. Se sabe, en Chile todo se sabe, que su jefe es el Gran Lobo Feroz, el hombre lobo de la mitología. Si hay luna llena, sale a aullar en la noche y hace tiritar a los borregos y aterroriza a las gallinas. Desde hace 100 días, las noches han empezado a ser inseguras, negras como boca de lobo, y los borregos, tarjeta de crédito en mano, concurren acompañados de la familia, a visitar las basílicas del consumo. Corren despavoridos a entregar el pellejo a cambio del crédito a 45 meses, que jamás van a servir. Al menos, les queda el consuelo que al cabo de cuatro añitos, vuelvan a votar por los mismos lobos feroces —¿o se trata de zorros?— creyendo que son borregos. Cualquiera se equivoca.  

 

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