Los antiguos ricos en la aristocracia chilena, eran dueños de un Banco y/o de un fundo de varias hectáreas, (uno de estos personajes, Fernando Lazcano, era dueño de todo Curicó, posición que le permitía una curul en el senado y de manera vitalicia; además, podía legar a sus hijos políticos la diputación por esa provincia, entre ellos, a Arturo Alessandri Palma y Manuel Rivas Vicuña). Los sillones de ambas Cámaras se distribuían, generalmente, entre los socios del Club de la Unión, salvo un siútico, Eduardo Charme, que se había convertido en rico gracias a su vinculación con las salitreras, además de uno que otro demócrata, como Malaquías Concha y Luis Emilio Recabarren, (este último de un joven anti-balmacedista consagró su vida al proletariado).
Por ese entonces era absurdo pagar una dieta a los parlamentarios pues, en su mayoría, vivían de su fundo o, como en el caso de mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña, cuyas beatas tías Ramírez le proporcionaban todo el dinero necesario, con la sola condición de que fuera buen cristiano. La dieta se aprobó en el senado, en 1924, como un pequeño estipendio para diputados y senadores que carecieron de haciendas o de una profesión lucrativa. Don Arturo Alessandri “había llenado el Parlamento de siúticos”, como diría un aristócrata. La dieta provocó un escándalo de proporciones entre los militares, pues no recibían su sueldo desde hacía un año, dando lugar, el 11 de septiembre de 1924, a un golpe de Estado, liderado por la oficialidad joven, (Carlos Ibáñez del Campo y Marmaduke Grove).
La relación entre dinero y política ha existido siempre, y los parlamentarios desde comienzos del siglo roban tanto o más que los de hoy: las tierras magallánicas, por ejemplo, se repartían entre los más vivos de los padres conscriptos; las vetas mineras del salitre también eran sorteadas entre parlamentarios, y si el mineral era de poca ley, el “honorable” podía cambiar la veta por otro0 mejor. A los amigos de Arturo Alessandri se les llamaba “la gloriosa camarilla”, y un coronel, amigo del Presidente de la República se robó el dinero destinado para alimentar y alojar a los albergados que venían del Norte, a raíz de la crisis del salitre. El poeta Vicente Huidobro tuvo la mala idea de publicar la lista de parlamentarios ladrones, lo que le valió una paliza, propinada por un sicario, ocasionándole graves daños físicos que, finalmente, adelantaron su muerte, en Cartagena.
El dictador Ibáñez del Campo hablaba del “termocauterio por arriba y por abajo”, es decir, desterrar a los aristócratas y relegar a los dirigentes del Partido Comunista, (Penta y Soquimich son mucho más ineficientes si se comparan con el fisco para comprar parlamentarios). Marcial Martínez, famoso diplomático, proponía que el Estado comprara directamente a los electores, argumentando que un ejército regular – como recomendaba Maquiavelo – era más eficiente que el de los mercenarios.
Una vez establecida la dieta parlamentaria, que no era muy grande, y los parlamentarios eran personas decentes, ninguno de ellos se enriqueció de la noche a la mañana – los que yo conocí y algunos que aún viven, dan ejemplo de austeridad y sencillez, como es el caso de Luis Maira y Sergio Bitar; don Bernardo Leighton, que vivía en la Calle Martín de Zamora, perteneciente a la Caja de Empleados Públicos, y mi padre Rafael Gumucio Vives, en una de las casas de Empleados Públicos, en la calle León; también don Juan Subercasseaux, un conservador que siempre lo encontraba a la hora del almuerzo, en un modesto restaurant, cerca de la Estación Mapocho; tal vez, el único lujo que se daban era disfrutar de los tés de Congreso.
En ese entonces, “pobre pero honrado” era considerado un valor; en cambio, hoy, es propio de “tontos”.
Los gobiernos de la transición a la democracia, a lo mejor con buenas intenciones, decidieron aprobar sueldos muy altos para Presidentes, ex Presidentes, ministros y parlamentarios, tal vez con el propósito de que no fueran comprados por el mercado, y como no sabían que “plata llama plata” y que los ricos no lo son porque trabajan más, sino porque la codicia y la avaricia se los comen vivos. Hoy por hoy no hay ningún rico bueno, y aunque se compren a los curas para que les ayuden a disminuir los días de purgatorio.
Otra idea “genial” de los gobiernos de la Concertación fue la de pagar sueldos millonarios a generales, almirantes y directores de carabineros a fin de mantenerlos contentos y así evitar nuevos intentos de golpes de Estado – según los dirigentes de la Concertación, era el precio que la democracia, recién conquistada, tenía que pagar para hacerla sustentable, y tan brillante resultó esta estrategia que terminamos en el milicogate y en el pacogate.
Gracias al cambio del Sistema Electoral, los jóvenes comenzaron a llegar al Congreso, y no tenían las mañas de algunos de los viejos diputados “binominales”, entre ellos, Gabriel Boric, gran amante de la historia, Vlado Milosevic y Giorgio Jackson, que presentaron un proyecto de ley que bajaba en un 40% los 8 millones seiscientos mil pesos que se meten en el bolsillo los diputados, así, quedarían con cerca de 5 millones que, según los diputados en contra de este proyecto, no les alcanza ni para “chocolito” o para invitar a su señora al cine. Los tres noveles diputados proponían que la dieta bajara de cuarenta veces el salario vital a un sueldo ético de 20 veces el salario mínimo.
He dejado de lado los otros aportes que recibe un congresista, que llegaría a 24 millones setecientos mil pesos para gastos de representación. Hay parlamentarios que llevan 28 años en el Congreso, y como no quiero calcular lo devengado hasta ahora – no andarían lejos de un porcentaje ínfimo de PIB, de todos modos, mucho más que un buen número de médicos especialistas del Hospital El Salvador -. Las excusas de que utilizan como subterfugio los ancianos diputados son, a la vez que pueriles, muy divertidas: el sueldo de diputados es igual al de los ex Presidentes, Presidentes en ejercicio, ministros de Estado y otros altos funcionarios de la Administración Pública.
La solución – a mi entender- está en la mano: les bajamos a todos los arriba mencionados en un 40%, y ojalá, en un salario ético de 20 sueldos básicos. Si bien tendría una desventaja material, ganarían en moral: de ser considerada la institución más despreciable de Chile, según las encuestas de opinión, pasarían a verdaderos padres de la patria, y con el ahorro fiscal podríamos construir sendos monumentos a tan generosas personas que, por una vez en su vida, han dejado de pensar en sí mismos y así velar por los ciudadanos del sueldo vital, sus electores, que depositan su sufragio por ellos de puro despistados que son, o bien, por la ley del “peor es nada”.
Según la derecha, sería más económico para el Fisco el que se redujera el número de diputados: mientras menos comilones, mejor es el reparto. Si entramos en este juego podríamos dejarlo en solo un diputado por región y, claro, cerramos el senado, que no presta ningún servicio al país y sí ocasiones gastos, quizás mayores que la Cámara de Diputados.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
17/06/2018