La política internacional de Trump está supeditada al objetivo supremo de mantener la mayoría republicana en el Congreso y, de no lograrlo, correría el riesgo de ser sujeto de impeachment. En consecuencia, para lograr sobrevivir – incluso postular a la reelección, requiere de éxitos tangibles en su postulado de “América primero”-. Esta concepción imperialista de la política no tiene aliados, y también cambia los enemigos en servicio de la hegemonía militar.
Sobre la base de la política proteccionista, por medio aranceles del 25% para el acero y el 10% para el aluminio, Trump se ha enemistado con su mejor amigo: Canadá, de Justin Trudeau, sumado a la enemistad con el otro gran país de América del Norte, México, con su líder, Enrique Peña Nieto – en la el que práctica manda es Luis Videgaray – y a la Unión Europea.
La Unión Europea, lejos de “agachar el moño”, ha respondido en forma activa al proteccionismo que quiere imponer Trump: en la reunión del G7, que tuvo lugar en Canadá, fueron agrias y de combate dialéctico, pues Trump, acostumbrado a la insolencia frecuente, escribió un twitter en que decía que estaba aburrido del tono de “maestra de escuela”, del cual hacía gala la Primera Ministra de Gran Bretaña, Teresa May; por otra parte, la amistad que se creía se había dado entre el Presidente francés, Emmanuel Macron y Donald Trump, se quebró con una fuerte declaración de Macron en que condena el alza de los aranceles. En cuanto a la posición de la Canciller de Alemania, Ángela Merkel, se mantiene a una considerable distancia respecto a Trump.
En las conclusiones del Encuentro G7 se llegó a proponer que si Estados Unidos se negaba a firmar, lo hicieran los seis restantes, es decir, reemplazar el Grupo de los 7 por los 6+1; al final, Trump retiró su firma del Acuerdo durante el vuelo a Estados Unidos. Se prueba, una vez más, que a Trump poco le importan los aliados.
Hace pocos meses el dictador de Corea del Norte, Kim Long-un, era un “paria” dentro del concierto internacional de naciones, y el peor de los asesinos en su país. De la noche a la mañana, por obra y gracia de Trump, se ha transformado en un caballero, muy sensible, un estadista preocupado por la paz del mundo. En el encuentro sostenido hoy, en Singapur, entre Trump y Kim no sólo importan los dos principales actores, sino las potencias que están detrás de estos dos países: en primer lugar, China, que necesita de Corea del Norte para mantener su hegemonía en Asia – una posible unión de las dos Coreas, (Norte y Sur), le sería fatal pues, de seguro, Corea del Sur, más rica y desarrollada, terminaría por absorber a la del Norte ( tal como ocurrió al fusionarse la Alemania del Este con la del Oeste); en segundo lugar, Japón, aliado de Estados Unidos, teme a la potencia bélica de Corea del Norte; en tercer lugar, la alianza Rusia-China ha terminado con la unipolaridad, tanto en lo político, como en lo militar.
El histórico Encuentro de hoy no es el primero, si será el último: varios de los Presidentes de Estados que han intentado acercamientos con Corea del Norte han fracasado; ahora, Trump, cuya política está basada principalmente en destruir todo lo hecho por Barack Obama y sus antecesores de la oligarquía de Wall Street, tratará de demostrar la superioridad de su política exterior.
El dictador de Corea del Norte, a quien se le exige abandonar su programa nuclear, planteará que la desnuclearización se amplíe también a toda la Península coreana y, a su vez,, la reducción de tropas americanas en Corea del Sur, Japón y del resto de países del Extremo Oriente.
Un avance importante sería un Tratado de Paz entre las dos Coreas, que aún no han puesto fin a la guerra desde el año 1953.
El diálogo, seguramente puede ser útil para ambos países, sin embargo, Trumpy Kim, como en el pocker, juegan con cartas bajo la manga. La firma y las promesas de ambos líderes valen menos que las de un tahúr.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
12/06/2018