Vivimos en una viejísima y extendida relación entre la economía y la política.
Siempre el poder económico ha estado relacionado, como poto y calzón, con las cuestiones de estado.
Los Carrera pertenecían a una de las familias más ricas de Santiago y O´Higgins era un poderoso propietario de Ñuble y Concepción, hijo de un Virrey del Perú.
La inmensa mayoría de los alcaldes, a fines del XIX y principios del XX, eran, al mismo tiempo dueños de fundos.
Hasta la Reforma Agraria de los sesenta las mesas electorales del campo chileno equivalían a áreas de trabajo que manejaban los señores feudales de la época.
El desarrollo de la empresa capitalista hizo que la compra de votos, hasta el surgimiento de la cédula única de 1958, fuera una práctica decisiva en todo tipo de elecciones.
La burguesía, encabezada por los grandes empresarios expropiados por la UP, se insurreccionó desde 1972 y fue clave en la contrarrevolución de 1973, que dio el golpe cívico militar y puso en La Moneda destruida a Pinochet.
Los terratenientes del siglo XIX parieron a pelucones o conservadores y la burguesía creciente a pipiolos o liberales. La burguesía minera del norte de Chile, laica y reformista, a radicales y demócratas.
En el siglo XX, y no antes, de los trabajadores mineros e industriales surgieron comunistas y socialistas. De la pequeña burguesía católica de los años treinta la Falange Nacional, que se abrió en los sesenta a grandes sectores de la burguesía temerosa del comunismo.
Lo extraño de la actual ligazón entre dinero y política post Pinochet es que las grandes empresas, nacionales y extranjeras (el dinero no tiene nacionalidad), aportaron recursos y condicionaron no sólo a RN y UDI sino también a la DC, el PR, el PPD y el PS, a casi todos los candidatos presidenciales, a Bachelet y a Piñera, a Frei Ruiz Tagle y a MEO.
La novedad (esa es la corrupción actual) es que la centro izquierda capaz de gobernar y gobernante, también puso la puruña.
La izquierda, llamémosla así, del PC y el Frente Amplio, miró la corrupción sin inmutarse y, cómo iba a hacer otra cosa, sin actuar contra ella, sin llamar a la ciudadanía a hacerle frente.
La relación SOQUIMICH-POLÍTICA es paradigmática. El yerno de Pinochet, que está influyendo directamente en el poder desde el gobierno de su suegro hasta hoy, abrió la billetera, que adquirió gratuita, para casi todos, para sobrevivir a la dictadura de su suegro, quien lo nombró uno de sus herederos, y seguir mandando.
El yerno lleva ya unos treinta años en eso. La muerte del suegro sólo fue un episodio empresarial. Y es tan fuerte su amplia conexión que en Chile a nadie se le ocurre nacionalizar, o chilenizar siquiera, el litio. Menos se le va a ocurrir al gobierno de Piñera, a sus ministros o al actual señor de Corfo, en cuyas cabezas – “naturales del mercado”- esa alternativa ni siquiera existe.
Veamos quiénes manejan hoy Soquimich:
Patricio Contesse, famoso comprador de políticos y aceptador de pedidas.
Hernán Büchi, el mismo “suizo”, el gran economista de Pinochet y candidato de Piñera a la presidencia de la república en 1990, contra Aylwin.
Patricio de Solminihac Tampier, gerente general, hermano del ministro de Piñera del mismo apellido e hijo de una respetable señora de La Cisterna.
Laurence Golborne, el mismo, ex ministro de Piñera, candidato presidencial de la derecha sacado de carrera cuando se conoció que tenía millones en paraísos fiscales, como su ex jefe.
Y ahora Rafael Guilisasti, que no proviene de la órbita de Piñera pero tiene méritos para estar en ella. Joven puntudo, veintiañero incursionó en el Mapu en la clandestinidad post golpe. Puede entenderse bien con Piñera, que dice que votó secretamente NO e inmediatamente encabezó la campaña de Büchi, el hombre del SI.
Piñera no funciona igual que el yerno de Pinochet. No trabaja en el “do ut des” (te doy para que me des). Es un negociante del “ut des”, no hace grandes planes, es un vertiginoso acumulador, puede enriquecerse desde un banco y con un computador. Apuesta dinero desde Santiago o Islas Vírgenes u otro paraíso fiscal y a lo que dé más plata, incluso coimeando empresas extranjeras o invirtiendo en el mar de Grau.
Lo de la OAS, “empresa brasileña que hay que investigar hasta las últimas consecuencias” según Piñera, es también paradigmatico.
Ahora se supo que Giorgio Martelli, el croupier de la Concertación, el hombre medio del brazo de oro, negoció con la OAS para su “do ut des”. Su representado Eduardo Frei R.T. no pagó ningún compromiso porque no fue Presidente por segunda vez. Al parecer, tampoco Bachelet, no se sabe el por qué. Finalmente la OAS tiene a su cargo el pingüe negocio del Puente en el Canal de Chacao …¿cuándo? en este segundo gobierno de Sebastián Piñera. ¿El Presidente suspenderá la operación para investigar algo que él dice desconocer, es decir cómo funciona la gran OAS?
Así como Roma estuvo rodeada de otras importantes ciudades de
Occidente pero todos los caminos conducían a ella, en Chile, desde hace un buen tiempo, todos los caminos de la corrupción nacional conducen finalmente al yerno de Pinochet o a Piñera, un hombre del SI que trabaja con los del NO y uno del NO, que inmediatamente trabajó por el SI.