Chile es un país desigual por economía y fundación.
Y en la base de la discriminación que desprecia lo negro, lo débil, lo pobre, lo indio, la falda y el embarazo, hay una cultura afincada en los preceptos de una iglesia que con nombradas excepciones, ha traicionado no solo su actuar preferente respecto del desposeído, sino que se ha puesto sin rubor del lado de los poderosos que viven de ese desposeído.
Que a la mujer hay que manejar con la rienda corta, circunscribirla a la cocina y al cuidado de los niños, negarle derechos que tiene el hombre, mantenerla alejada de las aulas, no es algo nuevo.
Porque la idea de la diferencia que hay entre hombre y mujer como dominante y dominada, poderoso y débil, el que ordena y la que obedece, vino en las monturas de los tercios de España que asomaron en la cordillera hace ya varios siglos.
Chile fue fundado por los oligarcas dueños de todo, por latifundistas de rebenque y derecho de pernada y por milicos que inventaron proezas ahí donde solo hubo matanza y saqueo.
No hay rico que no sea pechoño, ni milico ateo, salpicadas con agua bendita sus armas. Hasta hace poco las escuelas de monjas enseñaban a ser buena dueña de casa, y los varones de la casa se hacían hombres en el servicio militar.
El patriarcado machista y abusivo no es privativo de la derecha por muy cavernaria y criminal que sea. Porque así como los habitantes compartimos nuestra dependencia de la montaña que siempre está ahí para mostrarnos el norte, también nos sigue desde siempre el pecado original de suponer lo inferior que es la mujer, venido desde muy atrás.
No es extraño que el avance del neoliberalismo agudice las contradicciones entre un modo de entender la sociedad y la sociedad misma. Por lo menos, la parte de la sociedad que se ve como víctima de una cultura que castiga, reprime, devasta e infecta.
La mujer integrada al mundo del trabajo como una necesidad del desarrollo del capitalismo, es algo nuevo. Ya no es necesario que la mujer se quede cocinando al hombre que sale a la fábrica. Ya no hay fábricas. Hay necesidad de mano de obra barata. Eso sí, la nana que se queda a cargo de los niños y la cocina es otra mujer, aunque mas pobre e inmigrante.
Las expresiones de los colectivos de mujeres que se han tomado las universidades se fundan en un conjunto de descontentos que van desde derechos negados hasta las expresiones de lujuria ilegítima, pasando por sueldos menores y ofensas a propósito del género. Esas pequeñas humillaciones del Ministro de Educación.
Pero que sin embargo debería a apuntar a una economía, es decir a una cultura, que no ve personas sino números y no solamente al macho como el enemigo.
La revuelta de las mujeres es algo que se demorará bastante en cuajar porque aún no se entiende muy bien hacia adonde apunta, más allá de la educación sexista y la violencia en todos sus grados: el acoso, el abuso de los curas, el agarrón aleve en el Metro, el femicidio.
Todos sabemos que esa son expresiones de algo mucho más profundo y complejo que pulsa por ahí.
Y aunque la ira de las feministas sea hasta ahora una reacción que aún no sabe bien para donde va, el reventón ha logrado poner en discusión un tema que no ha tenido un buen trato. Peor aún, que es parte de la cultura reproducida a diario por la casa, la escuela, el equipo de fútbol, la iglesia y los partidos políticos, sin que tengamos mucha conciencia de aquello.
Y se anota una gracia al poner en aprietos la machista que funge como presidente de la república, de vergonzoso recuerdo con sus chistes de corte misógino y de sus conductas similares, y por su intermedio a todo un sistema que castiga.
Pero hasta ahora, el llamado movimiento feminista no ofrece un derrotero en el campo en que que se deciden las cosas: la política. Y de perseverar solo en marchas y tomas, la cosa no va a prender más de lo que lo ha hecho, y en breve estaremos acudiendo a su declinación. No olvidemos la potencia del movimiento estudiantil y su ocaso luego del 2011.
Otro efecto del levantamiento femenino ha sido develar el rol sin gracia de la izquierda ante el fenómeno. Hay que reconocer que hemos tenido una izquierda que no ha sido muy reparadora, ni aclaradora de esa herencia negra en sus discursos y prácticas.
Hacen bien las mujeres en levantar un tema relevante de los más importantes. Y harían mejor en encontrar un rumbo en su protesta para que no quede todo en una moda que no dejó rastros transcendentes. Y harían muy bien si integran a los hombres en la cruzada porque si bien han sido las mujeres víctimas de un orden centenario de abuso, desprecio, explotación y violencia, los afectados y portadores somos todos.
Si esa energía que despliegan las marchas y tomas no se transforma en acción política que congregue a mujeres y hombres con un claro perfil anticapitalista, no va a pasar mucho. El machismo encubierto y del otro, la violencia oculta, el ninguneo que reside en el detalle, la represión que parte en la casa, jamás se va a superar si no se supera la cultura que lo hace necesario.
Más aún, será más fácil erradicar el capitalismo, que el machismo.
Y seremos testigos de que por mucha teta que se muestre, si no va acompañada de una idea clara, solo va a quedar en la memoria lo escaso que resulta como protesta la semiaudacia del pecho descubierto y la cara tapada.