En la primera vuelta, efectuada el domingo 27 de mayo, se mantuvo el bajo nivel de abstención en los últimos decenios: votó un 53,2% de los ciudadanos; de 36 millones de inscritos, sufragaron 19 millones 584 mil electores. Hay que reconocer la eficiencia de la Registraduría de Registro Civil, que dio a conocer los resultados a la ciudadanía al poco tiempo de cerradas las urnas.
La sorpresa fue la alta votación para el candidato independiente Sergio Fajardo, apoyado por los Verdes y Antana Mockus: obtuvo 4 millones 589mil 396 votos, con un 23,7% de las preferencias; y ganó en Bogotá, ciudad en que en todas las encuestas aparecía Gustavo Petro como ganador.
La alta votación lograda por Fajardo es representativa de un importante sector de colombianos que no desea la polarización entre derecha e izquierda, entre Colombo-zuela y Uribe.
Hemos aprendido que la segunda vuelta no tiene nada que ver con la primera, que los votos no pertenecen a los candidatos y que los traspasos carecen de sentido en las urnas, por consiguiente, nada ganaría cada uno de los dos rivales, Duque y Petro, tratando de conquistar el apoyo de Fajardo, Vargas Lleras y La Calle; lo único válido es la interpretación sociológica del voto los candidatos derrotados en la primera vuelta. Es falso pretender admitir que Fajardo tiene la clave en la segunda vuelta.
Está claro que Duque y Petro deberán acercarse al centro político y moderar los puntos más radicales de su programa de gobierno: por ejemplo, Duque tendrá que esconder al polémico y muy odiado por muchos colombianos, Álvaro Uribe Vélez, quien en la actualidad enfrenta más de cien causas en la justicia – muchos de los votantes de Fajardo son anti-uribistas -; Petro, a su vez, deberá mostrar un programa abierto, privilegiando el pluralismo.
El Acuerdo de Paz no fue el tema en las elecciones de este domingo, lo cual explica el 2% de Humberto de la Calle, (Comisionado del Gobierno de Santos para las conversaciones con las FARC).
El Partido Liberal está prácticamente destruido, y el Partido Conservador, por su parte, subsumido bajo la hegemonía de Álvaro Uribe. Se puede decir que ese país bipolar, entre dos Partidos que hasta hace pocos años alternaban el poder, desapareció; sí fue notoria, en esta última elección, la participación de los jóvenes, que hizo bajar la abstención.
Está claro que Duque intensificará la campaña del terror en contra de Petro, con el objetivo de ganar los sectores más tímidos y tibios políticamente, que votaron por Fajardo. El miedo que infundan a los electores podría ser eficaz, en este caso, por la cercanía con Venezuela.
Pietro también asusta a los latifundistas con su propuesta de cobro de impuesto a las tierras abandonadas, (hay que recordar que Colombia aún sigue siendo un país donde la gran hacienda es predominante, y los gamonales se aprovechan de los campesinos).
Colombia tiene casi tres veces más población que Chile y el doble de kilómetros cuadrados de extensión; es un país federal y sus Departamentos cuentan parlamento y gobernadores elegidos por voto popular. Bogotá tiene 8 millones de habitantes, mientras que Santiago, apenas 5 millones. En Colombia hay 31 millones de inscritos, y en Chile, sólo 13 millones.
En el panorama electoral juegan un papel importante los Departamentos y sus capitales: en Bogotá, Fajardo obtuvo un millón 246.799 votos; Gustavo Petro, un millón noventa y nueve votos; Iván Duque, 983.431 sufragios. Petro ganó en cuatro Departamentos, en las costas Atlántica y Pacífica, en Nariño y Putumayo, y obtuvo baja votación en Antioquia y en el Eje cafetero; Iván Duque triunfó en 23 Departamentos, con mayor votación en el Departamento de Antioquia, especialmente en Medellín.
Sociológicamente, Petro logró triunfar en los Departamentos más pobres, como en el Chocó y Nariño – en la frontera con Ecuador -; Duque obtuvo muy buena votación en los sectores rurales, sobre todo hacia la parte central del país.
Decir que las encuestas fracasaron pasó a ser un ligar común: ya no influencian en el voto de los ciudadanos, pero sirven para el rating a los medios de comunicación, y a los candidatos que disponen de grandes sumas de dinero para gastarla en este tipo de diversión – las encuestas -.
Cuando las distancias entre el primero y el segundo – como es el caso de Duque y Petro – el fraude no posee una influencia considerable, y las máquinas electorales – como la de Germán Vargas Lleras – fracasan, pues apenas obtuvo un 7,3% de las preferencias, con un millón 500 mil votos.
Las elecciones del próximo 17 de junio, para dirimir la presidencia de Colombia, se juegan entre el miedo y la esperanza. A lo mejor, ambos conceptos perderán sentido en favor de la razón, y la democracia colombiana se demuestra madura.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
28/05/2018