Los bulldogs de EE.UU. y la Unión Europea, y los fox terriers del Grupo de Lima, no reconocen las elecciones en Venezuela. Para ellos sólo valen las que gana la oposición. Pero eso ha ocurrido apenas dos veces en las 24 elecciones y referéndums efectuados en los 19 años de revolución bolivariana.
¿Qué tiene que hacer Venezuela para librarse del bloqueo financiero –que le impide comprar alimentos y medicinas- y de las amenazas de intervención militar?
Es sencillo: tiene que llamar a nuevas elecciones y amañar los resultados para que “gane” un candidato pitiyanqui. O sea, respetar las reglas de la OEA.
Así lo exigen gobiernos que son modelos de pureza democrática como Brasil, México, Colombia, etc. Entre ellos está Chile que ostenta el récord de abstención electoral en América Latina (50% en las presidenciales del 2013, 65% en las municipales del 2016, y 55% en las presidenciales del 2017).
Venezuela está pagando el precio de intentar una vía no capitalista de desarrollo. Repite en esta época -y de modo original- los desafíos al Gran Buitre que protagonizaron Cuba -siempre victoriosa- y Chile, cuya revolución fue aplastada a sangre y fuego.
Se pretende crucificar al pueblo venezolano por el solo “delito” de ejercer su soberanía.
El triunfo del presidente Nicolás Maduro con más de 6 millones de votos – de sectores sociales que sufren con más rigor el bloqueo económico-, tiene enorme significado para las izquierdas latinoamericanas. Es un llamado a unificar fuerzas para levantar una alternativa al capitalismo neoliberal y ejercer solidaridad activa con los pueblos que luchan.
El pivote estratégico de una revolución: pueblo, conciencia y fusil, ha reiterado su vigencia histórica en Venezuela.
MANUEL CABIESES