En América Latina también tuvimos nuestro propio 68: en Chile, la toma de la Universidad Católica de Valparaíso y, luego, la de Santiago; en México, el movimiento estudiantil terminó con la matanza de Tlatelolco.
Como casi siempre ocurre, los grandes movimientos sociales comienzas con pequeños incidentes, aparentemente de poca importancia. En México la rebelión del movimiento estudiantil comenzó por una simple pelea entre dos escuelas, una de ellas privada, por un partido de futbol americano. La intervención de la fuerza pública fue brutal y generó la ira de los estudiantes.
México, en esa época, era gobernado por el Partido Revolucionario Institucional, (PRI), al mando de Gustavo Díaz Ordaz, un personaje autoritario, reaccionario, (era feo y dentudo que, hasta su mamá lo rechazaba); el Ministro de la Gobernación, Luis Echeverría, fue el verdadero responsable de la matanza en Plaza de las Tres Culturas, (una iglesia católica, un templo azteca y un edificio de vanguardia, antiguamente la Secretaría de Relaciones Exteriores).
El PRI practicaba una verdadera dictadura perfecta, según el escritor y Premio Nobel peruano, Mario Vargas Llosa: era el Partido hegemónico y siempre se elegía al famoso “tapado”, es decir, el nominado por el Presidente de turno – en ese entonces era Luis Echeverría -; al año siguiente de la matanza Díaz Ordaz se atribuyó toda la culpa de la masacre, para dejar el camino libre al candidato Echeverría.
El PRI tenía una política internacional de izquierda, pero una nacional de extrema derecha: no existía, por ejemplo, libertad de prensa y costumbres eran bastante pacatas, a tal punto de que “las mujeres deberían dedicarse a rezar y los hombres a pelear” – como diría la esposa del general Francisco Franco Carmen Polo -.
Uno de los Presidentes del PRI, Plutarco Elías Calle, había perseguido a los curas provocando la famosa “guerra de los cristeros”,(guerra de campesinos zapatistas, bajo el grito de “Viva Cristo Rey”).
En cuanto a política internacional, México dio asilo a León Trostky los revolucionarios españoles luego de la guerra civil, (incluso, pretendió convertirse en la sede del gobierno republicano en el exilio y, paradójicamente, el culpable de la matanza de jóvenes, Luis Echeverría, dio asilo a la familia Allende, luego del sangriento golpe militar.
La huelga estudiantil comenzó en el mes de julio de 1968, en la UNAM, en el Instituto Politécnico y en el Colegio de México. El 26 de julio, aniversario del asalto al Cuartel Moncada, se realizaron dos manifestaciones: la primera, encabezada por el Parito Comunista de México, y la segunda, por los estudiantes, que reclamaban por la brutal represión policial de los Granaderos.
El 30 de julio, un bazuco rompió una puerta de madera, del siglo XVII, en San Idelfonso; el 27 de agosto tuvo lugar la gran marcha que logró ocupar el Zócalo – fue la primera vez que los opositores se atrevieron a manifestar en este famoso lugar gubernativo -, pero no tardaron en salir los tanques del Palacio de gobierno, que reprimieron a los estudiantes.
El 13 de septiembre se produjo un hecho único en la historia de ese país: la famosa “marcha del silencio”: miles de miles de estudiantes desfilaron y la consigna era la de no lanzar ni un solo grito, y tan solo se escuchaba el paso de los jóvenes. En ese mismo mes la UNAM fue tomada por los militares, y tomaron presos a muchos de los universitarios.
El 23 de septiembre el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, presidió, con mucha valentía, una nueva manifestación de los estudiantes. El 1º de octubre el ejército se retiró de la UNAM.
La huelga y toma de la Universidad, dirigida por El Comité Nacional de Huelga, (CNH) que llevaba ya tres meses. Jugaron un papel muy importante las brigadas, que recorrían la ciudad ganan do adherentes y recolectando fondos para su sostenimiento.
El gobierno del PRI estaba muy asustado, pues por primera vez, se iban a realizar los Juegos Olímpicos en México que, por lógica atraería las miradas de todo el mundo. Para reprimir a los estudiantes el gobierno creó un batallón especial, el Olimpia, que se presentarían de civil y con camisas y guantes blancos.
La Plaza de las Tres Culturas era una verdadera ratonera en que nadie podía escapar. Erróneamente, los estudiantes convocaron a una manifestación en ese lugar y, en un momento dado, extraños sujetos vestidos de camisa blanca, pañuelo y guantes de ese mismo color, entraron al edificio Chihuahua: formaban parte del Batallón Olimpia. En un momento dado, un helicóptero lanzó unas bengalas, primero verdes y, después, rojas, que indicaban el momento para comenzar el tiroteo. (Oriana Fallacci, que tenía experiencia como reportera en la guerra de Vietnam, dijo a los estudiantes que ese era un signo para comenzar el asalto, pero ellos hicieron oídos sordos). Desde el edificio Chihuahua comenzaron los disparos, dirigidos contra estudiantes y militares que se encontraban en la Plaza; a la muerte de un oficial, los militares reaccionaron con violencia contra los estudiantes.
En la matanza del 2 de octubre murieron niños, mujeres y jóvenes, (hasta hoy el número de muertos y heridos no se ha podido determinar); según el gobierno, fueron 48 los caídos, pero los estudiantes afirman que fueron más de 300. La masacre de ese día ha marcado la historia del México contemporáneo.
En cuanto al Presidente Gustavo Díaz Ordaz murió en su cama y sólo tuvo que pagar con una lluvia de pifias cuando pronunció el discurso inaugural del Mundial de Fútbol, y el ex Presidente, Luis Echeverría quedó libre de todo cargo por los delitos cometidos.
Según el testimonio de una de las víctimas sobrevivientes, la matanza en la Plaza de las Tres Culturas fue como el canto del cisne: lo hace justo antes de morir.
Hay muchas obras escritas sobre el tema de la rebelión estudiantil, entre ellas los libros de Carlos Monsiváis, de Ignacio Taibo II, de Elena Poniatowska; también se filmaron algunas películas, entre ellas “El rojo amanecer”; también el Premio Nobel de Literatura le ha dedicado algunos poemas en memoria de los muertos en la masacre: Dentro de los testimonios hay que destacar el del dirigente estudiantil de la época, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca y el de Luis González de Alba.
Como la mayoría de los movimientos del 68 han terminado en el fracaso y, en muchos casos, ha cobrado varias vidas, no se ha visualizado con profundidad su legado a las nuevas generaciones, tampoco se ha evaluado “el debe y el haber” en su justa medida; por ejemplo, hemos olvidado que en ese tiempo la ultraizquierda admiraba la revolución cultural de Mao Tse Tung, un ejemplo de criminalidad y totalitarismo.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
16/05/2018