Noviembre 15, 2024

Trilogías detestables que lo explican todo. O casi.

Un ejercicio para aproximarse a una explicación, enfrentada la pregunta por qué Chile llegó al estado de putrefacción del que sufre, es utilizar el atajo de observar los mejores representantes de la cultura que lo posibilita.  

 

Así, resulta operacionalmente más fácil desbrozar las complejas variables que definen la sociología, la ciencia, incluso la política, por el atajo de observar la ralea de sus más señeros representantes.

 

Pongamos por caso si resultare un buen indicador preguntarse, más bien responderse,  cómo ha sido posible que algunas personas hayan traspasado el umbral de lo mínimamente moral o que defienden abyecciones y criminales o que sucumbiendo a lo delincuencial, caminen por esas calles como Pedro por su casa.

 

Nombres aparentemente con  pocas cosas en común como pueden ser el activista neofascista José Kast, el Fiscal Nacional, Jorge Abbot y el sujeto que se pasó por el perineo a la inteligencia de Carabineros y que por poco no les vende el cerro Ñielol, Alex Smith, en el fondo son tiras del mismo cuero.

 

Haga usted mismo el ejercicio para intentar deducir en qué momento de la tragedia se interceptan estas personas y qué mostraría el aérea achurada, tal como cosas en común tienen unos y otros.

 

Y verá que nada que huela a cosa decente se desprenderá de la historia y roles que han debido jugar en la historia reciente de este país devastado por la inmoralidad de una cultura que subsumió todos los intersticios.

 

Kast es la demostración palpable de la vigencia del pinochetismo abyecto, criminal, desvergonzado y atrevido, cuya permanencia pública no hace sino demostrar lo que ha significado el renunciamiento de quienes secuestraron la lucha de la gente en contra de la dictadura y que no tuvieron problema para acomodar su moral a los tiempos y dineros que corren.

 

Kast es un producto de lo que llaman la Transición, que no ha sido otra cosa que una Restauración dictatorial, aunque por medios menos invasivos.

 

Kast no es sino la comprobación del triunfo de Pinochet.

 

Por su parte Abbott, el fiscal sumiso, no es sino la evidencia de la ausencia de justicia, carencia de moral e ineptitud profesional de los que están llamados a hacer valer la ceguera de la justicia. Solo un país enfermo puede aceptar sin chistar la tragedia de una justicia que premia al delincuente poderoso y castiga con saña al ladrón pobre.

 

Abbott no es sino la demostración de todo aquello que no puede ser jamás la justicia.

 

¿Cómo se puede explicar, por otra parte, que equipos expertos en inteligencia policial, posiblemente formados en Israel  o  en el FBI, en los que el Estado ha gastado fortunas en equipos de represión sofisticada y altos estándares de vida, sean engañados por un patán cuya vida toda es una falsificación?

 

Se explica porque Carabineros considera al mapuche un enemigo interno contra de los cuales vale todo: el apaleo, la balacera, el montaje imbécil, el maltrato, el desprecio y por cierto, el contrato de semianalfabetas con la capacidad de burlarse de la elite de la inteligencia policial con tal de castigar al natural alzado.

 

Y muy de cerca, ¿se explica entonces por qué sucede el más grade robo perpetrado en el  país por un número de altos oficiales de Carabineros, que jamás se va a saber con certeza, sin que la inteligencia policial supiera nada?

 

Haga el ejercicio de pensar qué malformación democrática puede llevar a sujetos de tan detestable postura a vivir con sus altos estándares, incluso muchos con la aparente valía de la gente decente.

 

Y si tiene tiempo construya usted mismo sus tríos ejemplares para buscar en esas huellas la ausencia casi absoluta de democracia y la comprobación que la actual no es sino la dictadura aunque ralentizada por otros medios.

 

Sólo por probar: ¿Qué tienen en común el general Villalobos, Heraldo Muñoz y Krassnoff Marchencko?

 

Que a su modo y en su especialidad, son los adalides de la defensa de una cultura que considera enemigas a las personas que piensan diferente y que legitiman los peores medios para combatir esas ideas.

 

¿El rastrero excanciller cuánto crimen justificó más allá de nuestras fronteras solo para congraciarse con sus mandantes del departamento de Estado y la CIA?

 

¿Cuánto sufrimiento justificó con sus estafas el ícono de la estupidez malsana que fue capaz de dejar en evidencia la ineptitud y estulticia de los aparatos de inteligencia policial, pero de gatillo ultra fino cuando se trata de matar mapuche indefensos o del palo presto cuando se trata de estudiantes ?

 

¿El genocida Krassnoff hace cuánto habría sido fusilado en algún país con comprensión cabal de lo que es un crimen de lesa humanidad?

 

Y si no le bastara esa trilogía de sujetos detestables, ponga usted por caso al expresidente Ricardo Lagos, a la cantante Patricia Maldonado y al cura Raúl Hasbún.

 

Podría decir que en este grupo no hay nada en concierto. Pero se equivoca: padre, hijo y espíritu santo, cada uno en su mérito, son los fundadores de la cultura que tiene al país en un hoyo que difícilmente sacará el mero crecimiento económico, la labor social de los empresarios o la función de compost social de los famosos emprendedores.

 

La vigencia de tránsfugas, delincuentes y bataclanas son demostración palpable y sufrida de una sociedad dispuesta a ser basureada en sus barbas por la vía de la manipulación, el robo y la ofensa gratuita y cotidiana.

 

Estas anomalías humanas, caldo de cultivo y desarrollo para una cultura que no debería tener cabida en un orden sanitizado, desratizado y democráticamente higienizado, pasan sin mayores sobresaltos una vida financiada por la tranquila inocencia de la mayoría. 

 

Triadas que demuestran la descomposición en la que transita el país, sumarían miles. Haga usted las propias y verá que el ejercicio resulta menos latoso que los largos discurrimientos en busca del diagnóstico que lo explique todo.

 

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