Este pasado 5 de mayo se cumplieron 200 años del nacimiento de Carlos Marx, una ocasión que tuvo más bien una conmemoración de bajo perfil, al menos en la mayoría de los países de occidente. El evento que acaparó mayor atención fue la inauguración de una estatua en la ciudad alemana de Treveris, lugar de nacimiento del filósofo, economista y activista político. El monumento fue donado por China y su inauguración no estuvo exenta de polémica. Aunque sectores de izquierda así como intelectuales y gente que sabe apreciar el aporte intelectual hecho por el notable filósofo fueron una mayoría tanto en el concejo municipal que aprobó la erección de la estatua, como en el público que se congregó para su inauguración, por otro lado un pequeño grupo protestó por el reconocimiento a Marx. Por cierto algo que no debe extrañar. Desde el primer momento en que Marx y sus ideas hacen su aparición, aquellos que se sintieron amenazados por el mensaje revolucionario que contenían se esforzaron no sólo en combatirlo sino también en tergiversarlo de modo de hacerlo irreconocible o de reducirlo a nociones simplistas que a su vez facilitaran su refutación.
Para la mala suerte de Marx y su pensamiento conocido como “marxismo” (aunque el propio filósofo señalara que él “no era marxista”) en innumerables veces fueron sus propios seguidores los que contribuyeron a esas tergiversaciones. Esto último, por parte de algunos con responsabilidades dirigentes, con el fin de justificar sus propias acciones –como pudo haber sido el caso del estalinismo– o en otros casos por el simple expediente de la ignorancia que algunos marxistas han demostrado en variadas ocasiones.
“LA PRÁCTICA COMPAÑERO…”
En sus “Tesis sobre Feuerbach” Marx efectivamente escribió que “los filósofos no han hecho sino interpretar el mundo, ahora de lo que se trata es de cambiarlo” lo que dio pie a que algunos interpretaran esta frase como un repudio de la reflexión y en cambio se pusiera el acento sobre la práctica, a veces llevándosela al extremo de que algunos militantes de partidos marxistas incluso intentaran desacreditar el trabajo teórico. ¿Cuántas veces uno escuchó esa expresión sentenciosa?: “¡A qué tanta teoría compañero, la práctica, la práctica, compañero…!” Sí, y la verdad sea dicha, ese desprecio por la formación teórica y a veces hasta por la educación, costó caro a más de alguno que el día del golpe de estado en Chile no tuvo claro el carácter fascista de la represión que se desataría. ¿Y por qué algunos no lo tuvieron claro? Pues si bien en Chile no había experiencia previa de una represión desatada con tal salvajismo, por otro lado cualquiera que se hubiera instruido un poco mejor, sí podría haber al menos intuido que lo que se venía tenía que ser tan extremo como efectivamente fue. Era la única manera cómo la gran burguesía amenazada y el imperialismo podían destruir a un movimiento obrero y popular que había alcanzado dimensiones colosales, aunque claro, por las características mismas de como se había desarrollado, no había levantado un respaldo militar capaz de contrapesar o siquiera minimizar la fuerza del aparato armado del Estado.
Esa despreocupación y a veces desprecio por el trabajo teórico, se ha convertido en una lamentable tradición en muchos partidos de la izquierda, no sólo en Chile sino en muchos otros sitios. Peor aun, esa “desnutrición” teórica ha sido a veces veladamente fomentada por las propias dirigencias de los partidos de izquierda, que entonces pueden manejar a la militancia ya no en función de ponencias doctrinarias sino por los intereses de “lotes” o tendencias internas que no sostienen propuestas políticas muy elaboradas sino más bien se mueven por los intereses personales de sus líderes. En esto, el Partido Socialista de Chile ha sido quizás el ejemplo más trágico, porque lo ha llevado a convertirse en un conglomerado clientelista cada vez más alejado de sus propuestas programáticas fundacionales.
Marx por cierto que era también un hombre de acción, lo que lo llevó además a vivir en el exilio. Pero esa acción se entendía respaldada por un proceso previo de reflexión y análisis de la realidad, de lo contrario pasaba a ser un accionar “espontaneista” o impulsivo que conducía al fracaso y la derrota.
El tema de la educación en general como necesidad humana, estuvo también en el radar de Marx, él mismo y sus seguidores más inmediatos planteaban la necesidad de una educación pública, gratuita y obligatoria para todos los niños. Recuérdese que hasta bien entrado el siglo 19 lo habitual era que los hijos de las familias más pobres empezaran a trabajar a una edad tan temprana como los 8 años. Los sistemas de educación pública en los países europeos más desarrollados empezaban a generalizarse en ese siglo, pero aun no cubrían a todos los niños. El tema también tuvo otra dimensión, por parte de algunos socialistas utópicos o moderados que sobrevaloraban el rol emancipador que la educación podía llegar a tener, un tópico de discusión aun habitual: si un hijo de obrero tiene la oportunidad de estudiar y luego hacerse profesional universitario, por ejemplo, se produciría una movilidad social al interior del sistema que no haría necesario un cambio revolucionario en la sociedad. El cambio social vendría como subproducto del acceso de las mayorías a la educación. Al respecto Marx –que no gustaba de hacer predicciones– replicaba que no estaba muy cierto de los alcances de la educación como agente de cambio social, pero a renglón seguido añadía que de lo que sí estaba seguro era que la ignorancia nunca sería un agente de cambio social.
Un recordatorio importante para aquellos que creen que se puede hacer cambio social –para no decir nada de una revolución– a partir de la ignorancia o por un accionar exclusivamente práctico, sin reflexión ni análisis.
EL ESTADO, ENTONCES Y AHORA
Cuando Marx y su compañero de ruta en la teoría revolucionaria, Federico Engels, acometieron la tarea de redactar el Manifiesto Comunista (1948) escribieron que “El ejecutivo del Estado moderno no es sino un comité para la administración de los asuntos comunes de la burguesía”. En su “Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel” (1843) ya Marx había esbozado algunas ideas sobre su concepción del Estado, las que quedan más o menos cristalizadas en obras posteriores como “La lucha de clases” (1850), “El 18 brumario” (1852) y “La guerra civil en Francia” (1871) que pueden ser sintetizadas en la noción de que el Estado sería “un instrumento de opresión de una clase por otra”.
Como se puede apreciar, no hay en Marx, como no la había en otros pensadores tanto socialistas como anarquistas del siglo 19, una visión positiva del Estado. Más aun, Marx explícitamente señala que la sociedad a la que aspiraba era una sociedad comunista en la que “el Estado se habría extinguido”. Marx, al revés de los anarquistas, hablaba de “extinción” del Estado y no de su “supresión” la que estos últimos además planteaban que se debería hacer violentamente.
¿Pero entonces cómo se entendería que en los ahora desaparecidos estados del socialismo real o existente como la URSS y las democracias populares europeas, así como en los actuales estados donde se construye el socialismo como Cuba, el Estado sea fortalecido y esté muy lejos de extinguirse? Nótese que ese fortalecimiento del Estado no sólo se aprecia en los estados que –erróneamente como veremos– se los llama habitualmente “comunistas” sino también se observa ese fenómeno en estados donde la socialdemocracia ha dejado un fuerte sello. En otras palabras, si marxistas y otros socialistas en el siglo 19 abominaban del Estado ¿por qué cuando partidos que se inspiraron en ellos llegaron al gobierno, reforzaron el papel de Estado?
Para eso hay que entender que hasta el siglo 19 el Estado en cuánto expresión del poder, tenía para la mayoría de la población, una connotación negativa. Baste recordar que sus roles principales eran básicamente ingratos: recolectar impuestos y hacer la guerra, con los consiguientes gastos en personal y pertrechos militares, y por cierto asociado a esto último la represión, como parte de la guerra de clases. Funciones que el Estado contemporáneo cumple o se espera que cumpla, como proveer educación, salud y un grado razonable de bienestar a la población, no eran parte de la labor del Estado en los tiempos de Marx. Específicamente, la educación y la salud eran asumidas como funciones caritativas de las iglesias, incluso tareas como proveer alivio en caso de catástrofe era dejado a organismos filantrópicos, y en los hechos, la primera vez que se exigió tal función al Estado, debiendo gastar dinero del erario fiscal para ello, fue con ocasión de la hambruna en Irlanda entre 1845 y 1849 –entonces bajo control británico– lo que generara debate en la Cámara de los Comunes sobre si era función del gobierno central proveer tal tipo de ayuda (el gobierno de Londres finalmente envió cereales a la región afectada).
En el siglo 20 esa visión del Estado se revierte, por obra fundamentalmente de las luchas y demandas populares: escuelas y hospitales públicos se convierten en elementos icónicos del accionar del Estado moderno, eso sin contar también un rol en otras tareas que antes eran consideradas como caritativas o privadas: el alivio de la pobreza, la previsión social, la construcción de viviendas sociales, y la introducción de nuevas tecnologías, en muchos países capitalistas –incluido Chile– el Estado se hace empresario, construyendo y administrando ferrocarriles, aeropuertos y redes de energía eléctrica. No es sorpresivo entonces que los herederos del pensamiento marxista hoy pidan “más Estado” en un típico ejemplo de lo que Marx siempre planteó: que sus ideas no deberían ser tomadas como un dogma sino que deben ser enriquecidas con los aportes que vendrían del análisis de la realidad concreta. Él estaba muy claro que no podía anticipar los desarrollos humanos y sociales que ocurrirían un siglo más tarde.
¡AH, Y ESA DICTADURA!
Si para Marx el Estado era un instrumento de dominación de clase, es evidente entonces que toda forma que el Estado tomara, desde las más brutales y retrógradas autocracias (la Rusia zarista que Marx señala en varias ocasiones como ejemplo de ese tipo de Estado), hasta las más democráticas (como la Gran Bretaña en la cual pasó el resto de su vida después de ser expulsado de Francia en 1849), en estricto rigor serían “dictaduras” entendido este concepto no necesariamente como ejecutores de una constante y feroz represión, sino más bien como se señalara en el “Manifiesto Comunista”, como “comité para la administración de los asuntos comunes de la burguesía” y por tanto y en última instancia, una entidad al servicio de la clase dominante, en el caso de la Europa del siglo 19, la burguesía.
Lo que lleva a otro concepto muy difundido y que por cierto ha dado para atacar a los marxistas: la dictadura del proletariado. ¿Cómo es que los marxistas después de todo vengan a proponer la instalación de una dictadura? Más aun, especialmente en el contexto latinoamericano donde se ha sufrido tantas dictaduras militares, la sola mención de propiciar una dictadura, no importa de quién, aparece como un despropósito.
En el contexto del siglo 19, cuando Marx y otros pensadores de la izquierda hablaban de la revolución, lo hacían pensándola como un fenómeno mundial (bueno, concedamos que Marx era muy eurocéntrico en su descripción, la revolución en Europa y en Estados Unidos, entonces la creciente nueva potencia industrial, sería la “revolución mundial”. Aunque Marx no lo señala explícitamente, se desprendería de su análisis que los países coloniales, en los hechos la mayoría en ese tiempo, y los latinoamericanos, por su dependencia de Estados Unidos y del Imperio Británico, serían de algún modo “arrastrados” en este torbellino de la revolución mundial. Él sin embargo no agrega detalles específicos acerca de esto).
El tema de la dictadura del proletariado surge cuando se empieza a plantear la necesidad de una teoría acerca del proceso de transición desde el capitalismo, bajo dominación de la burguesía, al socialismo bajo la conducción del proletariado. En una carta de 1852 al militar prusiano convertido en revolucionario, Joseph Waydemeyer, Marx señalaba que: 1. La existencia de clases está solamente atada a fases particulares en el desarrollo de la producción, 2. Que la lucha de clases necesariamente lleva a la dictadura del proletariado, y 3. Que tal dictadura sólo constituye una transición hacia la extinción de todas las clases y una sociedad sin clases.
El concepto es explicitado aunque sin mucho detalle en su “Crítica al Programa de Gotha” (1875) donde señala: “entre la sociedad capitalista y la comunista hay un período de transformación revolucionaria de la una a la otra. En la esfera política hay un período correspondiente de transición y en este período el Estado sólo puede tomar la forma de una dictadura revolucionaria del proletariado”.
Puede que en el contexto actual hablar de dictadura sea difícil de digerir, pero si se entiende bien lo que Marx quiso decir es que todo Estado por el sólo hecho de existir, sería una dictadura, independientemente de que si en la relación con sus ciudadanos actúa de un modo benigno o represivo, ya que su rol sería salvaguardar y proteger los intereses de la clase dominante en una sociedad particular (la burguesía en la sociedad capitalista), en un período de transición al socialismo, la clase dominante pasaría a ser el proletariado por lo tanto sería “su dictadura”, insistimos, no con la acepción de gobierno arbitrario o necesariamente represivo, sino como simple Estado bajo control de una nueva clase. (Marx en realidad habla de transición al comunismo, inicialmente los teóricos del siglo 19 usaban los términos “socialismo” y “comunismo” de manera intercambiable, sólo más tarde, con el advenimiento de la Revolución Rusa vino a distinguirse al socialismo como una etapa en la transición al comunismo).
Lo que nos lleva a estos conceptos también equívocos, en especial el de comunismo. Tanto en los medios de comunicación como en el habla común, se habla aun de “países comunistas” o incluso “estados comunistas” (esto último sería una contradicción en los términos ya que el comunismo sería una sociedad sin Estado). Fue más bien con los escritos originados a partir de la práctica de los procesos revolucionarios del siglo 20 que se empezó a distinguir entre una etapa socialista, en la que aun subsistiría el Estado bajo control del proletariado, como paso de transición hacia la sociedad sin Estado, el comunismo. Este último hoy en día como concepto más bien utópico –no en el sentido de imposibilidad histórica, ya que nada es imposible– sino como objetivo a un largo alcance aun a varias generaciones de las que actualmente viven quizás.
A doscientos años de su nacimiento, Marx sin embargo sigue vigente, no tanto por conceptos cuyo significado puede ser objeto de normales revisiones por acción de los tiempos, algo que por lo demás él también entendía; sino porque en los hechos sus análisis de las relaciones de poder al interior de las sociedades y el rol de las clases sociales en ellas, su anticipación respecto del proceso que hoy llamamos globalización y la abismante concentración de la riqueza que hoy vemos en el mundo, han sido acertados. El problema ocurre cuando esos conceptos son tomados como objeto de dogma en lugar de instrumentos de análisis de la realidad concreta, lo que lleva a algunos a querer forzar la realidad a sus propios esquemas, o a intentar descartar el marxismo en aras de una supuesta modernización de paradigmas que sólo oculta el abandono de sus objetivos de transformación de la sociedad y consiguiente acomodo al capitalismo. Fenómenos por lo demás no nuevos: el propio Marx los denunció cuando rechazaba todo intento de encasillar nociones de modo inamovible (por ejemplo, cuando entra a admitir que en la sociedad no había sólo burguesía y proletariado, sino también una nueva pero creciente clase media) y en el caso de los renunciamientos en el caso particular de los socialistas alemanes que daban muestra de acomodo ante las cuotas de poder que adquirían ya en el siglo 19 (enfoque que hace en su “Crítica al Programa de Gotha”).
En cualquier caso hay que entender que las ideas de Marx, lejos de constituir un sistema cerrado –como argumentan algunos de sus enemigos– precisamente por su carácter dialéctico deben entenderse como una propuesta tentativa y abierta.