La clave de la identificación de Putin con su país se encuentra en que los 18 años de mandato Rusia emergió del abismo en que hallaba luego del derrumbe de la Unión Soviética, para convertirse en una potencia respetada, odiada, temida y amada. Putin puede darse el lujo, no sólo de hablar en igualdad de condiciones con los de más mandatarios del mundo, incluso, condenarlos moralmente, si es el caso.
En una de las ocasiones en que Sarkozy se entrevistó con el líder ruso, el Presidente francés comenzó el diálogo diciéndole “esta vez hablaremos franco y claro…” y, acto seguido, le lanzó un rosario de condenaciones recordándole el genocidio en Chechenia y el asesinato de una periodista; Putin lo escuchó atentamente y, luego, le preguntó: ¿terminaste? Y le dijo: “si sigues hablando en este tono, te aplasto; si cambias los términos y el tenor de la conversación, no sólo puedo nombrarte rey de Francia, sino también rey de Europa…” Ante esta arremetida, Sarkozy quedó prácticamente noqueado de pie, y apenas sí pudo contestar a las preguntas en la posterior conferencia de prensa.
Putin, como lo hemos anotados, es amado y odiado, por ejemplo, aun cuando parezca poco común, es admirado por el candidato de la derecha francesa, François Fillon, también por la candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen y, por lógica por Jean Luc Mélenchon, y por algunos líderes de la izquierda latinoamericana. Es asimismo odiado por Teresa May, Primera Ministra de Gran Bretaña, (es decir, en Europa hay ruso-fobia y ruso-filia, pero no existe la indiferencia ante el Presidente de ese país).
El gobierno de Putin se dio el lujo de intervenir cibernéticamente en las elecciones norteamericanas en favor de Donald Trump, hecho que ha tenido por las cuerdas al magnate estadounidense, durante los casi 18 meses que Trump lleva al mando de la primera potencia mundial. El fantasma del juicio político rodea la administración de Trump.
Hay mucho de mito sobre las intervenciones electorales de Vladimir Putin y, en el fondo, a Putin le hubiera convenido mucho más que ganara Hillary Clinton, pues las pésimas políticas de Obama han sido, en parte, favorables al éxito geopolítico de Putin. Por lo demás, Trump es prisionero de la C.I.A., del Pentágono y, sobre todo, del Congreso norteamericano, donde muchos legisladores Republicanos y Demócratas son ruso-fóbicos.
El odio de la Primera Ministra inglesa la ha llevado a acusar a Rusia, quizás falsamente, del intento de asesinato del doble espía, Serguéi Skripal, utilizando un tóxico químico que paraliza el sistema nervioso. Putin ha ofrecido una comisión investigadora, a la cual se niega el gobierno británico. Este incidente ha llevado a sendas expulsiones de diplomáticos de los dos gobiernos – ya se elevan a cien los expulsados rusos -.
La expulsión de diplomáticos es un arma débil si la comparamos con el “llamado a informar”, o bien, con el retiro de embajadores. El mundo está colmado de agentes y doble agentes de espionaje, muchos de ellos pagan con su vida – gajes del oficio -.
Estados Unidos, Francia e Inglaterra luego del ataque a Siria con misiles, hasta ahora no han podido probar la existencia y el empleo de armas químicas contra la población por parte del gobierno de Bashar Al Asad. Aún se mantiene el recuerdo de cuando el Secretario de Estado Norteamericano, del gobierno de G.W. Bush, Colín Powell mostró un franco que contenía petróleo, aparentando ser un producto de destrucción masiva, ante los miembros de la Asamblea General de Naciones Unidades. Nadie podía creer que todo un caballero fuera a mentir de esta manera.
A propósito de faltas a la verdad, los norteamericanos le aseguraron a Mijaíl Gorbachov para que aceptara la persistencia del OTAN de que los misiles sólo legarían hasta Polonia, y que jamás superarían esta “línea roja”, pero los hechos demostraron que pretendían extender el poder de la OTAN hasta la frontera con Rusia. Gorbachov le echó en cara su mentira y los norteamericanos se rieron en su cara y reconocieron el engaño. Putin aprendió la lección y, ahora, como no confía en Occidente, emplea la táctica de adelantarse y golpear antes de ser sorprendido.
El servilismo de Rusia, en la época de Yeltsin, había llegado a tal extremo de presentar su candidatura para formar parte de la OTAN.
El mérito de Putin es el de haber recuperado la dignidad de la antigua Rusia.
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Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
05/05/2018