Siento un profundo amor por Nicaragua. Viví casi 10 años ese país, bendecido por sus hermosos lagos y montañas. Compartí las esperanzas de un pueblo al que, durante cuarenta años, la dinastía de la familia Somoza le había cerrado las puertas a la democracia y el desarrollo social. No estuve en la guerra de liberación, pero me sentía orgulloso de mis compatriotas que habían desempeñado un papel militar decisivo en el triunfo sandinista.
Los revolucionarios que se alzaron contra Somoza recibieron el apoyo masivo de una mayoría abrumadora de la ciudadanía. Campesinos, obreros, profesionales, empresarios y sobre todo jóvenes se comprometieron en el derrocamiento del tirano.
En julio de 1979, los sandinistas entregaban nuevas esperanzas a una región aplastada por dictaduras militares oprobiosas, que no sólo empobrecían a los más pobres sino enlutaban sus casas con la represión y la muerte. Para los chilenos exiliados y el pueblo que resistía la dictadura de Pinochet, el triunfo sandinista renovaba nuestras fuerzas y ampliaba las esperanzas de recuperación democrática.
Pude conocer de cerca la guerra de agresión, impulsada por el gobierno norteamericano de Reagan, así como la valerosa defensa del pueblo nicaragüense. La muerte, la destrucción, el bloqueo económico y el boicot financiero nos acompañaron durante muchos años. Los inmensos costos de la defensa para enfrentar la guerra dificultaron el crecimiento económico y el progreso social que habían sido los objetivos principales de la revolución.
Pero, por otra parte, conocí la grandeza de gente heroica que entregó su vida en defensa de la dignidad nacional y a los miles de jóvenes cuya conciencia creció en los cortes de café y en las campañas masivas de alfabetización de los campesinos.
Comprobé también el notable talento político y militar del gobierno y de la dirección nacional de FSLN. En efecto, el ejército sandinista tuvo la capacidad estratégica y la decisión combativa para impedir la invasión contrarrevolucionaria, dirigida por el gobierno norteamericano. Por otra parte, el sandinismo actuó con destreza política en la negociación de la paz con las fuerzas insurgentes, y posteriormente en facilitar la alternancia democrática en un proceso electoral que permitió el triunfo de doña Violeta Chamorro.
Ahora uno se siente defraudado. Nicaragua se nos muestra muy distinta a lo que fue ayer.
La tierra de Sandino y Darío se encuentra de luto. Son más de 30 muertos y cientos de heridos los nicaragüenses sacrificados por cuestionar una injusta reforma al seguro social.
El FSLN no sólo había tenido éxito en derrocar a la dictadura sino también en defender la revolución, negociar la paz y garantizar la alternancia democrática. Se trataba de un proceso político inédito en la historia política mundial. Ello le consagró un masivo apoyo internacional de gobiernos de variado signo político y de ciudadanos de distintos países que llegaban a Nicaragua a apoyar la revolución.
Ahora uno se siente defraudado. Nicaragua se nos muestra muy distinta a lo que fue ayer.
La tierra de Sandino y Darío se encuentra de luto. Son más de 30 muertos y cientos de heridos los nicaragüenses sacrificados por cuestionar una injusta reforma al seguro social. La reforma, impuesta autoritariamente, decide aumentar las contribuciones de trabajadores y empleadores y, al mismo tiempo, reduce las pensiones a los jubilados. Como suele suceder en nuestros países, la decisión es resultado de las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Durante largos años, el Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS) manejó mal sus inversiones y acumuló un gran déficit financiero, y ahora se cargan los costos de ese mal manejo a los jubilados.
El discurso de Ortega no ayudó a pacificar los ánimos. Comparó a los manifestantes con pandilleros, con las maras que actúan en El Salvador, Honduras y Guatemala. Y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, fue incluso más agresiva en el lenguaje, al señalar que los manifestantes eran “vampiros que reclaman sangre.”
Las masivas movilizaciones se extendieron a todo el país. Iniciadas por los estudiantes, recibieron el apoyo de pobladores de barrios, obreros y jubilados disconformes. Miles de personas se lanzaron a las calles acompañando a los jóvenes en las principales ciudades de Nicaragua, con verdaderas batallas campales entre los manifestantes y las fuerzas policiales.
El ejército y la policía, instituciones que durante largos años se habían caracterizado por su respeto a la ciudadanía, cambiaron su carácter y cumplieron una tarea represiva para defender una causa injusta.
El discurso de Ortega no ayudó a pacificar los ánimos. Comparó a los manifestantes con pandilleros, con las maras que actúan en El Salvador, Honduras y Guatemala. Y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, fue incluso más agresiva en el lenguaje, al señalar que los manifestantes eran “vampiros que reclaman sangre.”
Mientras, Sergio Ramírez, destacado escritor y ex vicepresidente de Nicaragua, recibía de manos del rey de España el Premio Cervantes 2017, el gobierno de Ortega se encontraba acosado por violentas protestas contra su régimen. Una verdadera paradoja. Ramírez dedicó su premio a la memoria de los nicaragüenses que han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia.
En los momentos más difíciles de la protesta, debió intervenir la Conferencia Episcopal de Nicaragua, la que emitió un comunicado condenando la represión y llamando al gobierno a derogar las reformas al Seguro Social: “exhortamos a las autoridades del país a escuchar el grito de los jóvenes nicaragüenses y la voz de otros sectores que se han pronunciado contra las reformas”.
Por su parte, el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP), que ha sido aliado de Ortega durante sus 11 años en el poder, no sólo cuestionó las reformas sino también llamó a detener la represión, exigió la liberación de los detenidos y también a terminar con la censura a los canales de televisión.
La presión de COSEP y de la Conferencia Episcopal han sido determinantes para el repliegue de Ortega. El gobierno anunció, el domingo pasado, la revocatoria de la reforma al seguro social y la instalación de una mesa de negociaciones. Se intentaba así frenar el profundo descontento que habían provocado los aumentos en las contribuciones al fondo de pensiones.
En estos 11 años de gobierno de Ortega, el empresariado y los sectores conservadores de la iglesia han sido los aliados más estrechos del gobierno Ortega. En efecto, de la histórica dirección del FSLN, el actual presidente sólo tiene el apoyo de Bayardo Arce. El resto de los comandantes, y también Sergio Ramírez, se encuentran en la oposición o están retirados de la vida política. En consecuencia, Ortega no podía rechazar las demandas de sus nuevos aliados.
El repliegue del gobierno no impidió la masiva marcha del lunes recién pasado. Las consignas de la manifestación fueron mucho más allá del tema de la previsión social. Se exigió el fin a toda represión policial, que se esclarezcan los crímenes cometidos durante las manifestaciones y que se sometan a la justicia a los culpables. También las peticiones incluyen reivindicaciones democráticas, con reformas electorales y plena participación ciudadana.
Ay Nicaragua. No me defraudes. Eres la flor más linda de mi querer. El pueblo de Sandino se merece una mejor vida. Quiere paz y progreso social. Quiere más democracia y libertades públicas. Quiere garantías de una alternancia efectiva del poder.
Por Roberto Pizarro
Artículo publicado en El Desconcierto