En todos los tiempos y latitudes el poder siempre ha sido asociado al nepotismo, pues la meritocracia es una utopía irrealizable y el gobierno de los mejores sólo es un cazabobos.
La plutocracia en Chile, a través de su historia, ha sido endogámica: cuando era un poco “menos jóvenes” que hoy se hablaba de GCU (“gente como uno”) y los demás eran ¡rotos” y ajenos, es decir, pobres y sin alcurnia.
Como en las monarquías, antaño el poder era privativo de la familia aristocrática: nadie se extrañaba que se heredara de padres a hijos o primos y sobrinos, (los Alessandri, los Frei, los Errázuriz, los Pintos…, hoy ocurre lo mismo con los Piñera, Bachelet, que se turnan en el poder); la única diferencia con la monarquía de derecho divino es que el poder no venía directamente de Dios, sino de los electores.
En cada gobierno de Chile había una familia privilegiada: por ejemplo, con Carlos Ibáñez del Campo los mejores cargos gubernativos estaban destinados a los familiares de doña Graciela, su señora; Ricardo Lagos instaló a los Durán, parientes de su segunda esposa; Bachelet, a su propio hijo y a su consuegra; (la pagó con creces).
No es raro que Sebastián Piñera quien es efectivamente el dueño de Chile, tanto por dinero, como por votos, haya nombrado como ministro del Interior a su primo predilecto, Andrés Chadwick. El que ahora quiera enviar un regalo a su amigo personal Mauricio Macri, Presidente de Argentina, nadie mejor que su hermano Pablo, como embajador de Chile en ese país, un democratacristiano que copó casi todos los cargos que correspondían a ese Partido del “pituto o muerte”, me parece “muy normal”. El que no haya nombrado a su hermano José embajador en Siria, y a Miguel agregado cultural en Cancún, es un olvido imperdonable.
La Constitución de 1980 define a la familia como la célula fundamental de la sociedad, y se consideramos este artículo de la Carta Magna, el Presidente lo cumple a la perfección al nombrar a familiares en los cargos más importantes del Estado, dentro y fuera del país.
El nepotismo, lejos de ser un vicio reprobable, es una virtud propia del poder monárquico; por ejemplo, Napoleón, que era un corso muy inteligente, no le tembló la mano para nombrar a sus hermanos en los tronos de Europa, incluso, a Pepe Botella, (abstenio total): Colombia fue dominada,, durante décadas, por la Familia de “todos los Santos”; en Nicaragua el déspota, Daniel Ortega, tiene como vicepresidenta a su mujer, Rosario Murillo…
Nuestra plutocracia chilena sabe muy bien que sin “una familia real” es imposible llegar al poder; en el libro El Modo de ser aristocrático el caso de la oligarquía chilena hacia 1900 Luís Barros y Ximena Vergara Ariadna Santiago, se describe a un Presidente de la república en que sus principales méritos se centraban en haberse casado con una mujer rica y jugado todo el dinero en la Bolsa de Comercio.
Siempre han existido “los envidiosos, arribistas, siúticos y calumniadores”, que se atreven a criticar a los Presidentes por nombrar a sus parientes, precisamente en los cargos más importantes del Estado, ¿y cómo podrían asegurar la lealtad de un funcionario si no nominan a un pariente que sí les da la confianza, pues lo conocen desde niño? Claro que hay salvedades a través de la historia del poder, (baste recordar los ejemplos clásicos de Caín y Abel, de Rómulo y Remo, Bruto y César, y muchos más).
Pretextar que algunos parientes de los mandatarios carecen de competencias para desempeñar un cargo importante es falso, de falsedad absoluto; ¿quién más capacitado que Pablo Piñera para ser el embajador en Argentina? Además de haber desempeñado funciones de Estado en los distintos gobiernos, tiene la cualidad de haber sido democratacristiano, lo cual aumentaría – dada la situación actual de la Democracia Cristiana – los apoyos al gobierno, atrayendo a Mariana Aylwin, a Soledad Alvear y a otros cuantos disidentes de esa tienda.
Detengámonos a pensar que si la Presidenta Michelle Bachelet hubiera nombrado a su hijo de embajador en vez de “primer damo”, se hubiera evitado todos los problemas que le han amargado la vida, a partir del caso Caval.
Terminar con el delito, el tráfico de influencias, conflictos de intereses y el nepotismo es imposible en el mundo de los humanos, salvo que desaparezca el poder, el Estado y el dinero, pero la acracia es una utopía en el mundo de hoy, por consiguiente, nada más imposible que lleguen al gobierno los mejores y se elimine a los familiares para desempeñar los cargos del Estado.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
25/04/2018