¨ Esa fuerza del mal, ¿de dónde viene?
¿cómo se introdujo aquí?
¿de qué semilla, de qué raíz proviene?
¿quién es el responsable?
¿qué nos mata?¨
James Jones
Que un Ministro pase unas breves vacaciones con su familia en una instalación turística del norte del oriente del país no debería sorprender a nadie. Después de años de una inconstitucional prohibición de acceso para la mayoría de la población, el disfrute de esas instalaciones por miles de cubanos y sus familias han venido a ser un grato comodín para nuestra industria de turismo justo cuando la canícula, el periodo vacacional de los estudiantes y el inicio de la temporada baja de arribo de los vacacionistas internacionales, se vuelven un triángulo de oportunidades para su gestión.
Que las vacaciones de un Ministro y su familia no sean reservadas y costeadas en puridad con el dinero ahorrado de los ingresos de su trabajo durante meses – o años – sino como parte de un sistema de estimulación para directivos subvencionado por el Estado cubano es ya otra cosa, pero de hecho, una rama de ese sistema de estímulo, funcionaría durante años otorgando el acceso a las instalaciones turísticas a miles de cubanos que eran desde obreros, campesinos, profesionales, estudiantes destacados hasta recién casados, antes de sucumbir finalmente, bajo la exigencia de un discurso gubernamental que demonizaba el igualitarismo y la existencia de gratuidades.
Ayer, mirando a un obrero de la construcción, negro, flaco y al mismo tiempo musculoso, avanzando presuroso y ágil por un camino polvoriento en el aplastante bochorno de las dos de la tarde, me pregunté cómo aquel hombre de edad desdibujada por los rigores de su trabajo le explicaría a sus hijos la existencia de ese sistema, y si los hijos de ese Ministro, alguna vez, le preguntarían a su padre por qué ellos sí, y el obrero y sus hijos no, atrapados todos, hipotéticamente, en la explicación de la justicia.
No apuesto a la simplificación de nuestra realidad cuando anoto aquí una explicación de la noción de injusticia susceptible de ser tomada en cuenta. La injusticia es la forma más común, si bien no única, de que un individuo se explique el por qué de una circunstancia no deseada y desventajosa cuando toma conciencia de ella. Y esa explicación, aunque parezca banal, nunca lo es, sobre todo porque construye, dentro del continuo y enormemente complejo y simbólico proceso que es la vida cotidiana, el paradigma de justicia de una sociedad.
El fenómeno del acostumbramiento acrítico describe, sin embargo, el proceso en el que la ocurrencia continua de una circunstancia no deseada genera más temprano que tarde la convivencia con ella, y ese proceso puede involucrar a todos, incluidos, el Ministro, el obrero y sus respectivos hijos, o a ti. Es importante no subestimar cómo se construyen y llenan esos significantes de la vida cotidiana, sobre todo porque el elemento del que nace la noción de justicia es precisamente la igualdad.
Dentro de un par de años será elegido un nuevo Presidente en Cuba. Cualquiera que sea, carente de la legitimidad histórica y carismática de la que disfrutaron algunos de sus antecesores en el ciclo de la Revolución, será visto, más allá de la parafernalia del poder y su impronta personal, como un igual por sus iguales. Un desafío que enfrentan desde hace mucho tiempo, quizás sin tenerlo en cuenta, no pocos de los políticos y funcionarios del Estado.
Por sobre los enormes retos que enfrentará el nuevo ejecutivo en su gestión – retos económicos y sociales, pero también personales, nada desdeñables, cualquiera que sea la preparación para desempeñar el cargo que tuviese con anterioridad¬¬ – asumir la revitalización de la política en Cuba y convertirla en piedra angular del proceso de democratización de la sociedad y el Estado cubano demandará de forma particularmente importante, no menospreciar el valor que han tenido y aún tienen las interpretaciones sociales e individuales sobre la justicia y la igualdad como ejes del pacto social nacional. Ello es, por lo menos para nuestro país, una cuestión esencialmente política, no comprenderlo es, por definición, un error político.
Obviamente no se trata de una cuestión de imágenes, poses y presentaciones que hagan simétricas la imagen de un Presidente – o cualquier funcionario, sea cual sea el nivel de la administración pública o de la política en que se encuentre – con la del hombre y la mujer común cubana. Si en realidad no advertir a tiempo este problema es un error político de proporciones enormes, sobre todo por la manera silenciosa en que impacta y condiciona los procesos de formación de la identidad y la cultura política de los ciudadanos, confinarlo a dicha dimensión es simplemente reductivo. El problema es también ético.
Me refiero a la ética individual y social, pero sobre todo a la reivindicación de la ética política colectiva, y más precisamente a la ética política republicana. Ella supone que la elección, o la designación para una responsabilidad pública, con independencia de su importancia, es ante todo el acceso a un lugar de servicio a la sociedad y no de poder personal y de privilegios asociados a las funciones que se realizan, y por tanto sujeto a la interpelación, a la crítica, la rendición de cuentas, el escrutinio y la iniciativa de revocación por cualquier ciudadano, tanto como a reglas de transparencia y accesibilidad, y a un mandato que sólo es real en la manera en que es formado y controlado por la población en su conjunto.
La propia existencia de un paquidérmico y viral aparato burocrático, y el pesado lastre – en términos de ecología social y económicos – que significa para la población cubana, en cualesquiera de las ramas de la administración pública y de la organización social y política a la que se ha extendido, puede evidenciar hasta qué punto se ha pervertido y erosionado la ética política en la sociedad cubana, por lo menos en el sentido de lo que vengo exponiendo.
Pero la conceptualización del fenómeno como burocratismo es, en nuestro contexto, una huida hacia adelante que evita enfrentar la cada vez más peligrosa y acentuada escora de la cultura cívica a una cultura de obediencia y de respeto a la autoridad en detrimento de la matriz de servicio y participación proactiva que implica la idea de República.
Ello ha sido y es terreno fértil para la arbitrariedad y el despotismo, pero también una condición para lograr, donde quiera que se ha instaurado, la devaluación, abandono y descalificación de la política como forma fundamental de libre interacción entre iguales, y manufacturar las bases de sociedades idiotas desconectadas de la vida pública y absortas cada vez más en el interés personal.
Como he escrito en otra ocasión, y pensando en algunas de nuestras dinámicas internas más oscuras que han tenido relativo éxito histórico en la idiotización de la sociedad cubana al sistemáticamente cuestionar, estigmatizar e intentar controlar la existencia de disensos por elementales que éstos sean, en política, incluso dentro de las fronteras de la dominación y la hegemonía, no existe algo capaz de lograr el monopolio de la producción de proyectos y alternativas sociales e ideológicas, lo que existe es el liderazgo en lograr plasmar, trasmitir, explicar y concretar exitosamente en éstos – y la realidad – las aspiraciones de las mayorías.
Recuerdo ahora a un lúcido Martínez Heredia enterrar el estoque en éste asunto desde otro ángulo de la embestida, cuando urgió ante el país entero al Imperio de la Ley, como colofón de su discurso de aceptación del Premio Nacional de Ciencias Sociales. En la Facultad de Derecho de la Universidad de Oriente una tarja conmemorativa colocada por sus estudiantes tiene escrito ¨Imperio de la Ley, de la FEU a la Constitución¨, pero existe una secuencia muy clara entre todo esto y la fascinación de un cubano –de esa mayoría que piensa en cómo llegar a fin de mes – al ver un José ¨Pepe¨ Mujica conduciendo un desvencijado Volkswagen Escarabajo en dirección a su humilde casa.
Deberíamos recordar con más frecuencia y hacer valer como proyecto político, que la única forma válida de aceptar la existencia de un trato desigual en una sociedad es que ese trato sirva para igualar al otro. Ese empeño le es caro en Cuba a una refundación socialista, a la conservación de su civilización y al logro de la democracia en sus últimas consecuencias culturales. Esto último es, acaso, el único valladar efectivo contra la expansión y deificación de cultura de poder como un patrón de éxito individual, capaz de corroer, deformar y pervertir incluso el mejor diseño de sociedad política que podamos lograr.
El próximo Presidente podrá ser mujer, negro, o alto, o delgado, o de barriga prominente, o llevar el pelo sobre los hombros, o ser un intelectual, o un artista, o un obrero, o un campesino y por qué no, un estudiante, pero tendrá que ser un ciudadano. En definitiva, parafraseando a Paul Valéry, un león está hecho de los corderos que ha digerido. Quizás se trate de eso, los ciudadanos deberían tomarlo en cuenta, el próximo Presidente también.
*Doctor en Ciencias Jurídicas. Este artículo fue escrito por el autor durante el 2016, mismo año en que fue expulsado del PCC y de la Universidad de Oriente, donde se desempeñaba como profesor titular de la Facultad de Derecho. Contacto: renefidel1973@gmail.com