Noviembre 16, 2024

¿Por qué no debatir con Kast?

No se puede debatir con enfermos mentales.

Atenderlos, sí. Debatir, no.

No se puede debatir con delincuentes, prestarles asistencia jurídica, sí.

No se puede debatir con torturadores acerca de política y derechos humanos, contribuir a encerrarlos, sí.

No se puede debatir con delincuentes ni con torturadores que torturaron a nuestros compañeros o nos torturaron a nosotros, menos aún si no los hemos perdonado.

 

No se puede debatir con torturadores o partidarios de torturadores que torturaron a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros amigos.

Primero habría que perdonarlos y luego conversar y discutir con ellos,

debatir en público o privado, desde una situación de igualdad, conversando entre humanos con dignidad de humanos sobre el futuro humano.

Para perdonar a delincuentes ellos deben haber pagado su respectiva condena.

Para perdonar a torturadores o partidarios de torturadores ellos deben haber dejado de serlo, cuestionar seriamente su pasado, arrepentirse de haberlo hecho, pagar sus culpas, ingresar a un orden social respetuoso y pedirnos perdón.

Pedirnos perdón.

Y ahí veremos si se lo entregamos.

Sin eso no podemos debatir.

El perdón pedido por Aylwin cuando asumió su gobierno no sabemos si lo pidió como torturado o como torturador o como una autoridad que heredaba a Pinochet.

Se trata de que ahora Kast nos pida perdón, para que aspire a la situación de ser humano con capacidad para sentarse a discutir con otros seres humanos.

Y allí veremos qué hacer.

¿Lo perdonaremos?

Leamos a Mark Goulden comentando “Los límites del perdón” de Simon Wiesenthal. Y lo parodiamos:

 

“Uno se llega a preguntar si es cierto que hubo chilenos que degollaron a presos políticos, que quemaron con fuego hasta asesinarlos a jóvenes periodistas fotógrafos apresados, si es verdad que hubo quienes introdujeron ratones en las vaginas de prisioneras incapaces de defenderse, si sucedió aquí que hubo prisioneros lanzados desde helicópteros, si pasó eso de que desaparecieron en las costas de nuestro litoral central seres humanos con pesos de concreto en los pies para impedir cualquier sorpresa de flotación, y que obligaron, infructuosamente, a compañeros violar a compañeros y a padres violar a sus hijas, y que mataron con soplete y ácido a detenidos políticos”.

 

¿Perdonar y establecer con esos torturadores o sus mandantes o aquéllos que fueron y son partidarios de sus aberraciones y que, incluso, hoy las defienden y, más, postulan construir un nuevo orden social fundado en la misma ideología del asesinato y la tortura, una relación de diálogo y conversación, de debate?

Meditar sobre el horror del período que Kast defiende y aplaude es sumergirse en el interior de una pesadilla insoportable, cuyas esquirlas, a muchos de nosotros nos salpican aún muchas horas de todos los días.

Olvidarlo es imposible y para perdonarlo se necesita algo más que una frase hecha.

En primer lugar debemos preguntarnos a quién pertenece el privilegio de perdonar. Para los religiosos la misericordia y el perdón pertenecen a Dios, en cuyo caso no cabe más que zanjar inmediatamente la cuestión.

El poeta Dryden señala que el perdón sólo está en manos del ofendido, de la víctima. Pero por desgracia aquí los principales ofendidos, muchas de las víctimas, unos dos mil o tres mil chilenos encabezados por el Presidente mártir, ni siquiera pueden expresar opinión alguna.

Habría que preguntarles seriamente a los secuestrados y torturados sin que murieran, a los confinados en campos de concentración, a los niños desterrados sin culpa alguna, a las viejas que enfermaron por el dolor, a los que nunca recuperaron su equilibrio emocional y psicológico.

¿Está dispuesto Kast a pedir perdón para que lo consideremos?

Si lo hace tendríamos aún que caminar un trecho largo para debatir con él.

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *