El 29 de marzo, Rebelión publicó una entrevista con Rafael Hernández, director de la revista cubana Temas, que tiene el prometedor título de Por un socialismo sin miedo
y hace importantes observaciones.
Dentro de pocos días, Raúl Castro renunciará a la presidencia de la República y quedará a cargo del partido. Se plantea, pues, cuál será la relación entre el Estado y el partido, hasta ahora entrelazados, pero con el partido subordinado al aparato estatal capitalista. También habrá que optar entre las diversas líneas –apenas esbozadas, lo cual aumenta la confusión– sobre qué debe entenderse como construcción del socialismo en una pequeña isla con escasos recursos, aunque gran capacidad y calidad humanas, situada en duraderas condiciones de asedio, escasez y de capitalismo de Estado.
En efecto, estamos al borde de una guerra nuclear o de una catástrofe ecológica, y en los próximos años no parece probable una revolución y un régimen anticapitalista en ningún país industrializado y los adversarios del imperialismo estadunidense, salvo Venezuela, no son generosos amigos de Cuba, sino países capitalistas que, como China y Rusia, sólo responden a los intereses de sus respectivas oligarquías.
Hernández nos recuerda que, para la juventud cubana, que creció en los recientes 40 años en la crisis económica, la escasez y la falta de perspectivas, la frase del Che Guevara sobre los rezagos del pasado
no evoca el capitalismo, sino el Periodo especial
, de fuerte autoritarismo y burocratización. Hace notar también que Fidel Castro tenía razón cuando decía que nadie sabe cómo se construye el socialismo
porque, fuera de la referencia de Carlos Marx a la Comuna de París (y, agrego, de las indicaciones de León Trotsky en 1936 en La Revolución Traicionada), eso no se encuentra en los libros, sino que tiene que ser resuelto por los pueblos por la vía de experimentación-error-corrección en su lucha por la liberación nacional y social y, además, según las condiciones en cada país, podría tener una respuesta distinta.
También hace notar que en Cuba hubo estalinistas, pero no estalinismo, como en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Europa Oriental o China. No sólo por las diferencias de Fidel Castro con los estalinistas cubanos ni por la historia de su movimiento obrero en la que anarquismo y trotskismo tuvieron un papel destacado, sino también por las características mismas del pueblo (los mambises independentistas y José Martí, la insurrección contra Gerardo Machado, Antonio Guiteras, la lucha contra Fulgencio Batista que unió católicos sociales, militares democráticos, estudiantes radicales, comunistas de izquierda, anarquistas y trotskistas) y, por último, porque la revolución se hizo a pesar y en contra del Kremlin y del Partido Socialista Popular (Nikita Jruschov creía incluso que Fidel Castro era agente de la CIA).
Por eso la solidaridad masiva está arraigada en los cubanos, el gobierno tiene amplio consenso en la defensa de la independencia nacional, no cesan las críticas a su política económica ni a la burocratización y los privilegios; además hay un ala socialista en sectores de la intelectualidad y en el mismo Partido Comunista cubano. Por eso también en Cuba no se llegó a una dinastía, como en Corea del Norte, a un déspota vitalicio, como en China, o a un zar con Iglesia ortodoxa y todo como Vladimir Putin y, en cambio, hay progresos importantes en la lucha por la igualdad de género, por las libertades sexuales y por la defensa del ambiente.
La juventud cubana es culta y critica el burocratismo, la falta de confianza en la capacidad de comprensión de los trabajadores y el pueblo en general, así como en la falta de participación de éstos en la definición de las necesidades y de las prioridades, que el partido-Estado sólo les presenta ya determinadas para su aprobación.
El socialismo es autogestión social generalizada, democracia, libre discusión y capacidad de decisión, crecimiento político de los trabajadores guiados por la defensa del interés comunitario, colectivo e impulsado por la tendencia al igualitarismo y por la solidaridad. Es un objetivo, una movilizadora utopía posible que no se puede alcanzar en un solo país, pero hacia la cual es posible avanzar apoyándose en lo adquirido a pesar de todos los errores. Cuba necesita por eso hacer un urgente balance de lo que fue el estalinismo y la URSS, y de la discusión en los años 20 y 30 en el seno del Partido bolchevique.
Cuba exporta conocimiento –médicos y educadores– a costa de su propio desarrollo y paga con médicos el petróleo venezolano. Pero esa exportación depende de la situación política en los países receptores porque un golpe, como el de Brasil o el que el imperialismo promueve en Venezuela, podría anularla en cualquier momento y hacer peligrar la vida misma de los internacionalistas cubanos. Para no depender de factores inestables, como la ayuda médica o el turismo, el país necesita dinamizar su economía que está trabada por el bloqueo y la amenaza de agresión imperialista, pero también por la pequeñez del mercado (que facilita la planificación, pero no permite economías de escala y encarece la producción). Necesita urgentemente elevar los salarios y establecer una escala racional que retribuya el valor de la fuerza de trabajo (hoy son privilegiados quienes reciben dólares o viven legal o ilegalmente del turismo). Esa escala debe ser discutida y fijada por los trabajadores y sindicatos independizados del partido y del Estado. La Unión Soviética se hundió por la planificación burocrática, el autoritarismo, los privilegios y la ceguera de dirigentes que vivían como capitalistas y aspiraban a serlo. Pero también por la baja productividad, ya que los trabajadores decían fingen que nos pagan y fingimos que trabajamos
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Cuba también necesita urgentemente más salarios indirectos y, sobre todo, un urgente plan de vivienda trazado y decidido barrio por barrio en asamblea por los habitantes, pues éste daría trabajo e impulsaría la economía mejorando el territorio.