Apenas los conquistadores españoles aparecieron por estas latitudes —a evangelizar a los idólatras, según los historiadores franquistas— se propusieron borrar la historia de Las Indias. Esta evangelización a ultranza, significó asesinar a alrededor de 60 millones de aborígenes, destruir su cultura, sus ciudades, tanto o más bellas y prósperas que las de Europa, donde los invasores imponían a latigazos las costumbres, el idioma y la religión del imperio. Y para humillar al nativo hasta hacerle ver su perverso paganismo e inferioridad cultural, construyeron iglesias sobre sus templos.
Los conquistadores no tardaron en descubrir la poruña. De origen quechua, no es conocida en la actualidad por la mayoría de la gente. El artefacto en forma de cucharón se utiliza para colocar el arroz o el azúcar en la balanza, o un artículo a granel. En los almacenes de barrio se emplea todavía, cuando se precisa vender algo que no está empaquetado.
Sin tardanza, los conquistadores valoraron su eficacia para engañar. Obnubilados por recoger el oro desde los ríos, la montaña o robárselos a los aborígenes, la utilizaban con diestra mano en distintos menesteres. Había que pesar el metal y cambiarlo por espejitos o la botella de ron. Al surgir la oligarquía, la poruña se relegó a las bodegas, almacenes de barrio y pulperías, donde algunos en balanzas brujas, venden al público, productos a granel. “Hay una balanza para comprar y otra para vender”, advierte un mercachifle en una novela de Dionisio Albarrán. En cambio, la oligarquía utilizaba carretas, después el ferrocarril, barcos, para acarrear la cosecha a sus feudos. Ahora, operan grúas como piensa hacerlo su caporal, convertido en Gerente General.
La poruña adquirió tanta relevancia en nuestro medio, que de ahí surgió la expresión “poruñazo”, que significa robar en grande. A nadie extraña que en estos últimos tiempos, hayamos vivido sólo a “poruñazos” que se van a incrementar. A partir de ahora, los “poruñazos” apuntan a mantener el prestigio de clase.
En cierta época, donde casi se extingue su uso, surgieron las pirañas que valoraron la utilidad de la poruña, sin embargo, les pareció mezquino su volumen, por ser un adminículo pedestre, de limitada capacidad, donde apenas cabe un kilo de arroz. Ahora, ellos hablan de toneladas y para cumplir su objetivo, utilizan grúas.
Estos voraces pececillos, es decir las pirañas y no las poruñas, durante la dictadura cívico-militar se dedicaron a engullir, sin necesidad de utilizar la poruña, todo cuanto cabía en sus fauces. Empresas del Estado, transporte, el agua, los bancos, hospitales, universidades, carreteras; y los de la mesa del pellejo, que llegaron trasnochados, el raspado de la olla. Nada de poruñas, por tratarse de un objeto mezquino en esencia, para contener la desmedida codicia humana.
Se ha sabido que en estos días, al inaugurarse la nueva administración de la rapiña organizada, avalada por los borregos, el inicio del desmadre —que nada tiene que ver con la madre— destacadas pirañas, que prefieren mantener el anonimato a ultranza, trabajan enloquecidas en asesorar al Gerente General. Deben apresurarse, pues disponen a penas de cuatro años para desvalijar al estado. Estrujar sus instituciones, como si fuesen cítricos. Si ven a alguien utilizar una poruña, lo miran con desprecio y ríen a carcajadas. Saben que el cándido, ignora lo que son los negocios de envergadura. Y por favor pacientes lectores, que el vocablo en-verga-dura no sea confundido por ustedes, a quienes agradecemos por la generosa acogida que hacen de nuestras crónicas.